La moneda en el aire. Roy Hora

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La moneda en el aire - Roy Hora Singular

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alimentaría la radicalización que cobró envergadura a fines de esa década. Ironías del destino: cuando finalmente adquirió forma, dos décadas más tarde, el Tercer Movimiento Histórico surgiría en el seno de un partido que no era ni es de izquierda y que nadie de izquierda en esos años sesenta tomaba en cuenta.

      PG: En efecto, ese mundo que había conocido en mi infancia estaba en crisis. Por el influjo de mi casa, era pasivamente un rupturista dentro del Partido Comunista y, afuera, activamente un rupturista, es decir, alguien colocado en un lugar que ya no era el del comunismo, preocupado por cómo se lo podía superar. Después, cuando en los años del gobierno de Alfonsín me encontré con que el radicalismo abrigaba la esperanza de crear el Tercer Movimiento Histórico, esa aspiración me hizo gracia. Una vez le dije a Raúl: “Junto con unos amigos del secundario, yo inventé esta historia del tercer movimiento histórico”. Se rió, condescendiente.

       RH: En los sesenta, ese Tercer Movimiento Histórico pertenecía a las derivas posibles del peronismo, no del radicalismo. Esto quiere decir que ya muchos creían que el peronismo podía ser conceptualizado como una experiencia política valiosa que, debidamente orientada, expurgada de sus costados burgueses, reaccionarios, podía servir para edificar una política de izquierda, un orden socialmente más democrático.

      PG: Por supuesto, para nosotros, para mis amigos, el peronismo no era un fascismo, como tampoco lo era ya para Portantiero y para muchos otros. Esa estación de la reflexión sobre el peronismo había quedado bien atrás. Hay una experiencia que puede ayudar a entender para qué lado íbamos. En las elecciones de 1963, las que finalmente ganó Arturo Illia, decidimos apoyar la candidatura de Raúl Matera-Horacio Sueldo. Fletamos un micro y nos sumamos a un acto multitudinario en Rosario. Finalmente, Matera fue proscripto, y ese proyecto se cayó.

       RH: Esa fórmula neoperonista llevaba a un demócrata-cristiano de izquierda como candidato a vice. De allí en adelante, Sueldo seguiría moviéndose hacia la izquierda, hasta acompañar a Oscar Alende en la fórmula presidencial de la Alianza Popular Revolucionaria de 1973. Matera, en cambio, no era precisamente un hombre de la izquierda peronista: sus principales amistades y lealtades estaban del otro lado de la cerca. Eso nos muestra cuán poco estabilizadas estaban las trincheras políticas en esos años de reacomodamiento a una vida política con peronismo pero sin Perón.

      PG: Yo llamaría a esto “la flexibilidad” de los años sesenta. Y eso tenía influencia en mis posiciones: yo estaba allí o acá, un día ahí, un día acá. Y, sorprendentemente, no lo veía como un problema ni me daba vergüenza. En mi cabeza era perfectamente admisible. Un día era un rupturista del Partido Comunista; otro día, o el mismo día, era un rupturista del peronismo. Un día estaba con Portantiero; otro día, con mis compañeros de generación. Para ilustrar esa flexibilidad y agregar más datos a esa confusión que era mi vida adolescente-juvenil, voy a volver a Alberto Gerchunoff durante un segundo: en alguna reunión que no fue en mi casa, tal vez en la casa de Teodelina Lezica Alvear de Hileret, una metralla de apellidos oligárquicos que era una militante comunista, yo dije que no era comunista, sino demócrata progresista. Y lo dije porque acababa de leer las cartas de Lisandro de la Torre y había tres o cuatro dirigidas a Alberto. Eso me había fascinado y me dije: “Un Gerchunoff debe continuar esta tradición”. Entonces, por algunos días, también fui demócrata progresista. Recuerdo todo eso como una calesita vertiginosa. Todo duraba poco.

       RH: Bueno, Lisandro de la Torre se movió bastante a lo largo de su vida política, y en algunas etapas de su carrera estuvo cerca de la izquierda; tras su muerte, incluso, la democracia progresista que había fundado conformó una alianza electoral con los comunistas. Eso sucedió en las famosas elecciones de febrero de 1946, cuando Perón ganó la presidencia. Pero al margen de los factores contextuales que estamos señalando, que revelan que en esos años sesenta el escenario político estaba abierto a transformaciones en distintas direcciones, creo que esa plasticidad puede entenderse a partir de otros dos factores. Por una parte, la veo como un fenómeno típicamente juvenil, ligado a la predisposición a experimentar y a cambiar. Por la otra, te pregunto si esas distintas tomas de posición no deben entenderse como parte de una búsqueda que era más intelectual que política. Era algo esperable de un joven al que las ideas le interesaban más que la acción.

      PG: Portantiero era como mi hermano mayor. Era una persona extraordinariamente atractiva para mí como joven o como adolescente. Pero si algo no era Juan Carlos –lo digo y estoy seguro de que él se reiría y diría que es la pura verdad–, era un dirigente político. Hacia 1962, él me había pedido que me afiliara al Partido Comunista, pero solo para darle mayor volumen a la ruptura que estaban preparando. Esto sucedía al mismo tiempo que yo participaba en el 3MH. Iba a afiliarme, pero por una cosa u otra me demoré y finalmente no lo hice, pero afilié a dos amigos (Enrique Tandeter y Jorge Feldman, quien luego se casaría con Liliana De Riz). ¿Estaba dispuesto Juan Carlos a invertir su tiempo en Vanguardia Revolucionaria, de modo de convertirla en una fuerza de izquierda capaz de opacar al Partido Comunista? Lo dudo. Desde el punto de vista político, Vanguardia Revolucionaria era una experiencia que daba muy poco jugo porque a Portantiero le gustaba más quedarse en su casa leyendo a Gramsci. Tiempo después, me lo dijo varias veces: “Muchos veían en mí algo que yo no podía ser”. Creo que, en varios aspectos, eso vale para muchos de nosotros. Nos interesaban más las ideas que la política.

      RH: Sin embargo, tu primera vocación –vos dirás si cabe llamarla de esta manera– no estuvo ligada a los espacios tradicionalmente asociados a la formación intelectual sino al periodismo. Al terminar el colegio secundario no te encaminaste hacia la universidad sino hacia las redacciones. Hablemos entonces de tu etapa en la prensa gráfica. En la introducción a tu último libro, La caída, de 2018, evocás esa experiencia que llenó una década de tu vida. Este libro difícil de clasificaruna entrevista ficcional del Pablo Gerchunoff de 1972 con el Perón de 1972, acompañada por una suerte de anexo donde, recurriendo al análisis histórico, explicás por qué Perón contesta tus preguntas del modo en que las contestaes, entre otras cosas, un homenaje al mundo de la prensa gráfica, más precisamente al género entrevista periodística. Tu acercamiento al periodismo escrito coincidió con el auge de uno de los vectores de renovación del género en la década del sesenta: las revistas orientadas a las clases medias educadas, o que querían educarse bajo el signo de la renovación de las ideas, la cultura y las costumbres. ¿Qué te llevó en esa dirección?

      PG: Por diez años, el periodismo se me presentó como una experiencia muy intensa y muy central. Entré a las redacciones después de un breve paso por la carrera de Sociología, que duró apenas un cuatrimestre. Empezó de manera algo fortuita. Curiosamente, casi al mismo tiempo que Juan Carlos Portantiero ingresaba en Clarín. Yo empecé en el semanario Todo, una revista dirigida por Bernardo Neustadt. Si mal no recuerdo, el jefe de redacción era Rodolfo Pandolfi.

      RH: Muchas figuras que luego se hicieron un nombre en la academia pasaron por el periodismo en esos años, o escribieron regularmente en la prensa. Recordemos que la academia rara vez remuneraba lo suficiente como para vivir de ella; en la universidad casi no había puestos de dedicación exclusiva, el Conicet era muy pequeño, y orientado hacia las ciencias duras. Incluso nombres que uno suele asociar a la profesionalización de la actividad intelectual trabajaron en las redacciones. Para no mencionar más que un par de nombres emblemáticos: Gino Germani escribió varios artículos en la revista Idilio, de la editorial Abril. Y Ezequiel Gallo fue periodista deportivo de La Hora, el diario comunista.

      PG: Así es. Ezequiel fue sobre todo un periodista del Partido. Juan Carlos, en cambio, fue un periodista de Clarín, y eso, en términos de periodismo profesional, son palabras mayores.

       RH: Además de que el periodismo ayudaba a solucionar el problema de cómo ganarse la vida, quiero llamar la atención sobre el hecho de que también era una actividad que

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