La moneda en el aire. Roy Hora

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La moneda en el aire - Roy Hora Singular

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a que pensara en mí para la tarea que voy a describir. Esto que estoy contando debe haber sucedido el 4 o el 5 de mayo de 1974, muy pocos días después de que, en un muy recordado discurso del Día del Trabajador, Perón expulsara a Montoneros de la Plaza de Mayo y, con ello, del movimiento. Nos encontramos y Quieto me dijo: “A nosotros esto no nos gusta, queremos dar marcha atrás, queremos reconciliarnos con Perón”. Para eso, Quieto quería entregarle a Perón –estoy casi seguro de que a través de José Ber Gelbard– un programa económico moderado. Es probable que hubiese otras operaciones simultáneas en la misma dirección, pero para ellos el acercamiento también debía tener una pata económica.

       RH: Una prenda de paz de Montoneros a Perón, un capítulo de una negociación más amplia destinada a solicitar la readmisión de los “imberbes” en el club peronista.

      PG: Nunca creí que esa propuesta pudiese llegar a buen puerto. Pero a Roberto no podía decirle que no. Le tenía afecto. Y me pasé del 5 o 6 de mayo al 1º de julio trabajando como el economista moderado de Montoneros, en las sombras, junto con otra persona a quien ahora prefiero no nombrar porque no sé si tiene ganas de recordar ese episodio. Fuimos delineando un plan económico. Yo escribía, entregaba el material, al poco tiempo me llevaban a algún lugar desconocido (me subían a un auto y me decían “no podés mirar dónde vamos”), y allí discutíamos con Mario Firmenich y con otra gente que yo no conocía. También, claro, con Roberto, aunque curiosamente él, que me había pedido el trabajo, no era el que más participaba en esas discusiones, seguramente porque había otra gente con más vocación por el saber económico. Firmenich era sólido, y hacía buenas preguntas.

       RH: Alguna sensibilidad debía tener pues, una vez que su vida política terminó, y luego de que saliera de la cárcel indultado por Menem, cursó la carrera de Economía. Un colega nuestro que lo tuvo como alumno lo recuerda como un estudiante al que le gustaba hacerse notar.

      RG: Alcanzamos un importante grado de avance en nuestro plan económico. Alguna vez fui a Noticias, el diario de Montoneros, a entregar material y allí me decían: “¿Por qué no te escribís un par de artículos?”. Lo hice. Los vi hace un tiempo y me parecieron horrorosos; no puedo creer lo que escribí. Allí argumentaba –al igual que Quieto en alguna pieza editorial del diario– en favor de un “frente nacional”, en el sentido de Frente Nacional Popular Burgués, etapa democrática de la revolución, o como quieras llamarlo. Gelbard entendía el lenguaje, y Roberto también, porque ambos habían estado en el Partido Comunista.

       RH: Describí los grandes lineamientos del programa. ¿De dónde venían los estímulos para pensar los problemas económicos en ese momento? ¿Cuál era la arquitectura conceptual del proyecto de alianza de clases al servicio del desarrollo nacional?

      PG: El programa estaba encuadrado en mi pobre marxismo, inspirado en mi contacto con el Partido Comunista, y muy centrado en la idea de la revolución por etapas. Veo allí el influjo de Juan José Real, con quien a fines de los sesenta y principios de los setenta entablé una relación de mucho afecto, pese a que era bastante mayor. Era un hombre a la vez duro y dulce, que el desarrollismo recogió poco después de que lo expulsaran del Partido Comunista.

       RH: El desarrollismo de figuras como Rogelio Frigerio, que también tenía una inspiración comunista, planteaba cosas similares: alianzas entre clases sociales para promover la industrialización, base de toda política progresista y encaminada a aumentar el margen de autonomía de la economía nacional. ¿Eso estaba en tu radar?

      PG: El razonamiento de Frigerio era algo primitivo, pero entonces me parecía que podía servir para la tarea que teníamos por delante. La idea era proponer un programa de desarrollo por etapas, aplicado a una economía cerrada como era la Argentina de entonces. Argumentaba en esta línea: “Cuando nosotros hablamos de socialismo estamos hablando de algo lejano en el tiempo, una tarea para el futuro. El propio General Perón estaría de acuerdo con esta visión de largo plazo; por el momento, en esta etapa, necesitamos desarrollo industrial, promovido conjuntamente por el empresariado nacional y los trabajadores; debemos juntarnos todos para avanzar en esa dirección”. Esa era, en el fondo, la idea frigerista, y de tantos otros. Las charlas con Juan José Real, que se seguía viendo a sí mismo como un comunista –lo mismo que Frigerio–, me sirvieron para precisar esta formulación.

       RH: Más allá de su pertinencia o su elegancia conceptual, ese plan no fue muy lejos. Montoneros no solo no sería admitido nuevamente en la Plaza de Mayo sino que, tras la muerte de Perón el 1º de julio, iba a ser excomulgado por sus herederos.

      PG: Lo nuestro no sirvió para nada. Al día siguiente de la muerte de Perón me llegó el mensaje: “Se acabó todo”. Cuarenta y cinco días duró mi experiencia como economista del ala moderada de Montoneros, del experimento de moderación de Montoneros.

       RH: Del intento de acercamiento más que de moderación, ¿no es cierto? Porque lo que Montoneros buscaba era aceptación. Para decirlo en la jerga de Perón, que les permitieran volver a poner los pies en el plato.

      PG: Exacto. Era algo puramente táctico, y el plan económico era un buen instrumento para eso.

       RH: ¿Tenías la percepción de que los líderes de Montoneros advertían que, si no recibían la bendición de Perón, no tenían futuro político?

      PG: Lo que mostraban en ese momento era que no podían romper con Perón, que si se apartaban no eran nada. Y fue por eso que intentaron algo que siempre me pareció destinado al fracaso. Más tarde, muchas veces pensé que me había arriesgado demasiado. De hecho, en esos años vivimos una etapa muy oscura. En 1975 solo quedaba un mundo académico opresivo, oprimido, sin una verdadera universidad en torno a la cual orbitar.

       RH: Estamos hablando del último año del gobierno peronista, de la presidencia de Isabel. ¿Qué cambió para vos tras el golpe militar?

      PG: En muchos planos es necesario distinguir entre esos dos momentos. Isabel y Videla no fueron lo mismo. Para mi experiencia personal, sin embargo, decir 1975 y decir 1976 no hace mucha diferencia. Como buen negador, pensé que con cambiar de domicilio alcanzaba para protegerme de la represión que entonces campeaba a mí alrededor. Me mudé de Palermo a San Telmo. Pero no fue suficiente. En mi nuevo departamento se escuchaba mucho el ascensor del edificio, y eso me hizo vivir momentos terribles. En el dormitorio, cada noche, el movimiento del ascensor, acercándose, me producía un ataque de terror. No sé cómo logré convivir con ese infierno. Sin duda fue un cambio radical respecto de la década del sesenta, agravado porque no tenía trabajo, o tenía trabajo mal pago. En 1974-1975 tuve algún cargo en la Secretaría de Comercio, del que me echaron cuando llegó la dictadura. Luego estuve un tiempo en el CEDES, el Centro de Estudios de Estado y Sociedad. Por suerte, un tiempo después Guido Di Tella me invitó a dar clases con él en la Universidad Católica, y allí comenzó a cambiar mi suerte.

       RH: Fue entonces cuando llegaste al Instituto Di Tella.

      PG: Sí, en esos años comencé a colaborar con Héctor Diéguez y Alberto Petrecolla en alguna de las investigaciones que realizaban en el Instituto, al mismo tiempo que daba clases con Guido en la Católica. Eso fue en 1979. Luego, entraron al Instituto Alfredo Canavese y Juan José Llach, contratados para poner en marcha un programa de enseñanza de posgrado financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo. Tenía 32 años y entonces comenzó, verdaderamente, mi vida académica.

       RH: Al ir cerrando otras alternativas, y al terminar de enrarecer la vida pública, la dictadura estimuló tu profesionalización.

      PG: Exactamente. Pero ese pasado tuvo

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