La moneda en el aire. Roy Hora

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La moneda en el aire - Roy Hora Singular

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      PG: El periodismo tenía mucho atractivo. No entraba en mi mente ser un simple estudiante de Sociología cuando tenía a mi disposición una vida divertida, intensa y, por si fuera poco, bien pagada. Un periodista que recién comenzaba ganaba mucho más de lo que ganaría hoy. Yo vivía muy bien con mis ingresos como periodista, y pude independizarme de mi familia.

      RH: ¿Cómo entraste a la redacción de Todo?

      PG: Entré porque el padre de Lanny Hanglin era amigo de Bernardo Neustadt. Y Bernardo quería sumar dos o tres jóvenes que no hubieran tenido ninguna experiencia periodística. Lanny entró primero. Luego fuimos Pepe Eliaschev y yo. Recuerdo que nos entrevistó Enrique Raab.

       RH: Raab, un gran periodista, asesinado durante el Proceso. Y ustedes eran todos chicos del Nacional Buenos Aires.

      PG: Pepe Eliaschev y Lanny Hanglin tenían un año menos que yo, pero los conocía bastante del 3MH. Duró poquísimo este semanario porque Neustadt solo tenía financiamiento para unos pocos meses. En menos de un año todo se terminó. Un día vino Bernardo y nos dijo, como mi padre al obrero: “No va más”. Solo que nos pagó una suma muy jugosa, porque había –no sé si sigue habiendo– un régimen de indemnización muy generoso para los periodistas; trabajabas un mes, te echaban, y te pagaban seis meses, o algo así. Al poco tiempo me llamaron de la editorial Abril, y allí seguí mi carrera. Luego escribí para varias revistas: Leoplán, Panorama, Competencia. Como desde 1966 comencé a estudiar Economía, me tocó esta sección. En el periodismo todo es de una enorme y divertida superficialidad: “¿Vos sos estudiante de Economía? Entonces, a la página económica”. Así fue como empecé a firmar cosas y a ser visible como periodista económico, al mismo tiempo que avanzaba en la carrera universitaria. Todo se parecía a “Para ser periodista”, una aguafuerte muy graciosa de Roberto Arlt.

       RH: ¿Tenías un modelo de periodista al que querías parecerte? ¿Qué significaba para vos ser un buen periodista en los años sesenta?

      PG: Para mí, el periodismo no fue una vocación sino un descubrimiento, que con el tiempo se volvió cada día más seductor. Entré a las redacciones sin tener un modelo. Después descubrí a los periodistas de Primera Plana: Ramiro de Casasbellas, Tomás Eloy Martínez, Osiris Troiani.

       RH: ¿Y qué hay de lo que pasaba fuera de la redacción? Esos fueron años de mucho cambio en la cultura, de expansión y diversificación de la oferta de entretenimiento.

      PG: El fútbol ocupaba un lugar importante en mi vida. A Racing le fue muy bien a fines de los cincuenta y principios de los sesenta, y yo lo disfruté. También me cautivó el hipódromo. Mi acercamiento al turf tuvo algo de azaroso. Un día decidí que, como buen periodista, me tenía que ir a cortar el pelo a la tradicional peluquería Basile, en Esmeralda y Corrientes. Me tocó mi turno y al lado mío se sentó un señor mucho mayor que yo. El peluquero le dijo: “Y, ¿cómo va, comisario? ¿Algo para el fin de semana?”. Y el hombre le contestó: “El sábado, Buen Servidor en la cuarta”. Eso abrió otro mundo para mí.

       RH: El turf ya había comenzado su descenso y estaba perdiendo público. Pero en los años sesenta todavía seguía atrayendo multitudes. Seguiste ese consejo.

      PG: Ese sábado me fui al hipódromo. Viniendo de familia comunista, era un mundo desconocido para mí. No sabía ni por dónde se entraba ni qué era el paddock o la oficial. Pero me cautivó y le fui fiel por mucho tiempo, casi por el mismo período que fui periodista. No era un jugador empedernido pero me gustaba.

       RH: En defensa de un espectáculo hoy bastante desprestigiado, hay que recordar que, de los entretenimientos que incorporan apuestas, o que funcionan sobre la base de apuestas, es sin duda el más cerebral. Hay azar, pero también mucho estudio y cálculo de probabilidades. Por algo a los conocedores se los llama “catedráticos”.

      PG: Ese primer día en el hipódromo podían pasar dos cosas horribles. Una es que ganara. La otra es que Buen Servidor perdiera por menos de un pescuezo, como efectivamente sucedió.

       RH: El hipódromo te debía una revancha… que por lo visto te tomaste. Fútbol, turf, periodismo: si tuviera que describir el cuadro que surge de tus recuerdos de la década del sesenta diría que está caracterizado por dos mundos. Por una parte, tenías un mundo que giraba en torno a la política y el debate de ideas, que en el curso de esos años fue perdiendo algo de gravitación. Y esto porque aparecieron otros intereses que conectan con fenómenos típicos de esa década: modernización de los consumos, cambios culturales graduales y en general poco traumáticos, expansión de la oferta de entretenimiento, en fin, lo que evoca una sociedad que se renueva al ritmo de la creciente gravitación de sus clases medias y de una economía en expansión. Allí, por cierto, no está anunciada la tormenta de los años setenta.

      PG: Si tuviese que describir mi vida en esos años, diría que son los sesenta de un chico inquieto que tenía todo servido: le gustaba el periodismo, ganaba bien, disfrutaba del fútbol y de las carreras. Hasta se dio el gusto de ser colibretista del primer cortometraje de Eliseo Subiela. Con estos estímulos, la experiencia del Tercer Movimiento Histórico y de Vanguardia Revolucionaria se fue diluyendo. Fue como la historia que Scott Fitzgerald narra en Suave es la noche. En esa novela, el personaje masculino empieza como el más importante del libro. Y la historia, tal como yo la leo, gira en torno a cómo él se va esfumando y ella va ocupando el centro de la escena, hasta que en las últimas páginas el personaje masculino termina como una sombra. Eso me pasó con Vanguardia Revolucionaria y más en general con la política. En ese momento, yo no tenía ningún contacto, como sí lo tuvo, y muy intensamente, Juan Carlos Portantiero, con los disidentes comunistas de Córdoba que formaron el grupo de Pasado y Presente, un hito intelectual fundamental para entender la historia de la izquierda que se apartaba del Partido Comunista. A Pancho Aricó, que lideraba ese grupo, lo conocí más tarde, cuando se mudó a Buenos Aires, por lo que esa experiencia extraordinaria no tuvo ninguna relevancia para mí. Sí la tuvo para Juan Carlos Portantiero y para Juan Carlos Torre, que con el tiempo se volvió uno de mis mejores amigos y todavía lo es hoy. Para mí, en cambio, lo interesante estaba en otro lado.

       RH: Decí algo más sobre los atractivos del mundo del periodismo en esos años sesenta.

      PG: Me tocó vivir una etapa en la que había una vida rica en el medio. El Sindicato de Prensa, por ejemplo, era muy importante. Eduardo Jozami era el secretario general, y Roberto Quieto, sobre el que después quisiera decir algo, el abogado. Eso conecta con la experiencia de la CGT de los Argentinos, que era un foco de atracción para muchos periodistas. Todos los jóvenes más o menos radicalizados, peronistas o de izquierda, íbamos a la redacción del semanario de la CGT de los Argentinos a ofrecer algún dato, a hacer alguna colaboración. Allí conocí a Rodolfo Walsh, con quien en 1968 compartí el viaje a Cuba del que hablo en la introducción de La caída. Ambos asistimos al Congreso Cultural de La Habana, que tenía una sección sobre periodismo. Y al regreso pasamos juntos varios días en París y trabamos una buena relación. Recuerdo que después vino al cumpleaños de mi hermana, que se hizo en casa de mi padre, con mi madre ya muerta. De nuevo: era el mundo de los sesenta, que ponía en contacto desde grupos de izquierda bastante radicalizada hasta peronistas combativos.

       PH: Describí cómo era tu relación con Portantiero, entonces uno de los líderes intelectuales del grupito de disidentes que en 1963 se apartó del Partido Comunista.

      PG: En 1963 o 1964 yo todavía era el hijo de Julio y Albertina, de Julio y Tina. A medida que convergimos en las edades, nos fuimos acercando también en muchas otras cosas, y establecimos

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