Juventudes indígenas en México. Tania Cruz-Salazar
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Juventudes indígenas en México - Tania Cruz-Salazar страница 10
En México, el trabajo de Aquino (2009) destaca el cambio de paradigma que experimentó la nueva generación de jóvenes tojolabales zapatistas al abandonar el proyecto comunitario y darse de baja en la lucha armada para irse “al norte”. Las autoridades adultas tuvieron que negociar con ellos, lo que puso de relieve los cambios en la visión de mundo dentro de las comunidades y los retos que a las generaciones adultas y conservadoras se les presentaban. El desafío a la costumbre y a las normas se alimentó por un desánimo juvenil comunitario y sus búsquedas de éxito en otros lugares (Aquino, 2009; Fuller, 2011; Mancina, 2011). Su salida representó una gran variedad de acomodos culturales en términos individuales y a nivel colectivo y la expansión de una moda por ir a conocer El Gabacho, por la experiencia de irse y hacer dinero. Un año más tarde, Aquino (2010) mostró el alto nivel de movilidad de los jóvenes tojolabales, quienes en el año 2000 migraron a la costa oeste estadounidense para ser contratados en Misisipi, y poco después esparcieron la voz para que otra oleada les siguiera y llegara a laborar. Se han convertido en nómadas laborales o migrantes de flexibilidad laboral, formando nuevas redes de apoyo y sostenimiento de sus vínculos comunales y, simultáneamente, viviendo su experiencia juvenil.
Esta “nueva” visión de mundo de los jóvenes indígenas se ha construido en diálogo con la educación, con la migración, con las tecnologías y con la lógica de consumo, en tanto que importan más las posibilidades de entrar a la escuela o migrar para obtener trabajos alejados de la agricultura que el ser campesino y heredar la tierra. Este estilo aleja a los jóvenes indígenas de las instituciones vigilantes, la familia y las autoridades comunitarias, y los acerca más a sus grupos de pares y a otras instituciones menos coercitivas.
La perspectiva de lo etnojuvenil permite recuperar el despliegue de creatividad y autoría de muchachas y muchachos indígenas a través de sus estilos y prácticas en situaciones de cambio acelerado. Esta mirada nace en un parteaguas espaciotemporal que nos posibilita el acceso a la producción de las juventudes étnicas actuales como fluctuaciones identitarias en el presente y como un punto de partida en el proceso de investigación. Partimos de reconocer situaciones clave que detonan sus vivencias desatoradas del yugo comunal y “tradicional”. Las nuevas generaciones están enfocadas en su juventud fuera del panóptico adulto y comunitario. Vemos que la adquisición monetaria y el distanciamiento territorial son pivotes para transitar su juventud lejos de aquello que ha sido definitorio de una etnicidad subyugada, controlada y empobrecida. De este modo, no hay mucha añoranza por los asideros étnicos previos, como tampoco existe mucho interés por reproducir conflictos o rencores interétnicos; en cambio, sí hay mucha ilusión por un devenir igualitario y, por ello se entiende, se les ve como otros jóvenes mexicanos ejerciendo el derecho de hacerse a sí mismos como les plazca. Esto sin negar o desconocer el pasado y presente de la lucha india que ha formado a estos jóvenes; por ello, nuestro enfoque observa la etnicidad encarnada y la recupera en los parámetros del accionar y actuar juvenil presente.
Las líneas de investigación contemporáneas
Antes de comenzar a desplegar una serie de temas y líneas de investigación —la mayoría en curso—, es necesario observar que la discusión epistémica en torno a la articulación de las categorías juventud e indígena/étnica recién inicia y sigue siendo una tarea pendiente de realizar en conjunto. Preocupa el que muchos estudios actuales se adentran en la temática y toman lo étnico y lo juvenil como meros escenarios para estudiar otros temas como la migración, la familia, los usos y apropiaciones de las redes sociales y otros. Nadie niega la riqueza de los datos conseguidos y expuestos, pero los niveles explicativos de las complejas relaciones entre jóvenes y adultos se pierden y el análisis social también pierde con ello (Chávez, 2014; Gracia y Horbath, 2019; Ruiz y Franco, 2017, entre otros). Ni lo joven ni lo étnico son problematizados en términos de su gran potencialidad teórica y metodológica. La perspectiva juvenil asume a los y las jóvenes como autores activamente comprometidos en la producción de sus mundos inmediatos en su presente, y es ahí donde se aquilatan los saberes construidos en las relaciones horizontales con sus pares y con actores de referentes más amplios. Se abrió en oposición a la perspectiva académica e institucional que los concebía como aprendices eternos de las enseñanzas adultas y pasivos reproductores de las mismas, en tanto se les enviaba al futuro “esperado” o impuesto por los adultos. Esta perspectiva, precisamente, fue capaz de ingresar en esos mundos juveniles dentro de los pueblos originarios, en las ciudades y en las olas migratorias, y revelar la enorme complejidad e incertidumbre de la construcción juvenil étnica en el curso de las grandes transformaciones económicas, políticas, culturales y tecnológicas que movilizaron a los pueblos (familias y jóvenes varones y mujeres) a salir de sus lugares de origen para sobrevivir. Problematizar la articulación juventud-etnia implica ingresar en los discursos normativos de cada uno de los ámbitos tradicionales y novedosos (culturas parentales, empleo, migración, consumo, indocumentación, ilegalidad, etcétera) que recrean los jóvenes indígenas en la contemporaneidad; en las tensiones en las que se ven involucrados y cómo construyen —desde su experiencia juvenil— discursos y prácticas culturales propios en sus negociaciones y adaptaciones.
No es lo mismo estudiar la relación entre padres e hijos, o las relaciones generacionales en los pueblos originarios, sin tomar en cuenta que la relación adulto/joven es una relación social de poder históricamente construida, que la división de las edades como dice Bourdieu (1990) es una cuestión de poder, de ubicar a cada quien en la estructura social, y que los sistemas normativos existentes en los pueblos originarios que norman las edades y los roles en cada edad por sexo, son parte de estas intricadas relaciones de poder y subordinación de los niños y jóvenes hacia los adultos y ancianos (Urteaga, 2009) y que estas se imbrican —reforzándose— con las relaciones de poder que los adultos mantienen sobre los jóvenes en la sociedad nacional y global.
Si bien cuando hablamos de juventud nos referimos a la relación de poder adulto/joven, el reto investigativo pasa por ubicar histórica y socialmente a los sujetos de la relación, esto es, emplazarlos en las condiciones que hacen a los sujetos: clase, género, edad, etnicidad, raza, generación, desigualdades sociales, violencias, procesos migratorios, interétnicos e interculturales, y muchos otros ordenadores sociales del siglo XXI. La juventud es una construcción teórica que ha cambiado a lo largo de la historia del pensamiento. La perspectiva de pensamiento dominante hasta los años setenta negó autoría a los jóvenes en su propia construcción de juventud (Urteaga, 2011 y 2019). Lo mismo sucedió con la construcción de las categorías etnia e indígena, se negó agencia a los pueblos conquistados y subordinados. En ese sentido, ambas categorías comparten desde su origen la subordinación hacia otros, y también ambas son en la actualidad subvertidas al dejar ingresar la agencia en los sujetos y en su categorización. El ingreso de la agencia juvenil a la discusión teórica se plasmó en la noción “culturas juveniles”, que lo introdujo como actor/autor de su propio discurrir, de las vidas de los agentes de sus entornos más inmediatos y de las sociedades en las que viven. No es fortuito que en la actualidad los movimientos juveniles y los étnicos coincidan en un punto: alejarse de la tutela jurídica de instituciones que les obstaculizan y niegan autonomía.