Juventudes indígenas en México. Tania Cruz-Salazar
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Según el diccionario de la Real Academia Española, ethos es el “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad”.8 También refiere a reglas que se establecen para regular los comportamientos y modelar el carácter.9 En la discusión antropológica, Geertz (1995:89, 118) define el ethos como el tono, la calidad de vida, la disposición de su ánimo y el estilo moral y estético de un grupo. Pitarch (2000) lo explica como el conjunto de movimientos y actitudes corporales que componen a la persona y que aluden a la relación de cuerpo y alma entre los tseltales; comportamiento que moldea la figura personal, léase la compostura. Neila Boyer (2013) lo trabaja para explicar la ruptura del comportamiento sereno y respetuoso entre los tsotsiles, y Cruz-Salazar (2017) lo desarrolla para explicar el carácter del nacimiento de ese tercer ethos expresado en lo etnojuvenil contemporáneo, el comportamiento “desatado” de los jóvenes tseltales, choles y tsotsiles de Chiapas.
Ciertamente, pocos estudios (Virtanen, 2012) documentan la continuidad en el cambio generacional sin conflicto o confrontación y, sobre todo, respetando las subjetividades y mundos juveniles (Muñoz, 2009). La mayoría tienen una perspectiva antropológica adultocéntrica y etnocéntrica que defiende la solidaridad y armonía entre las culturas indígenas, sin considerar lo que esto implica para las y los jóvenes: la obediencia, o bien la doble moral o el manejo y la colaboración de su parte para que ese statu quo permanezca. Los y las jóvenes evaden, confrontan o negocian con las normas e imposiciones porque su opinión regularmente no es aprobada.10
La visión romántica de los grupos indígenas unidos en la lucha por la tierra y por su herencia y saberes culturales ignora la lucha interna de los grupos etarios por ser y hacer, siendo-perteneciendo al grupo; lo que nosotras cuestionamos en este texto es esa hegemónica verticalidad que no permite un acercamiento a la complejidad que guardan los mundos y visiones juveniles frente a las grandes lógicas y sistemas de poder reproducidas desde las culturas parentales (Scott, 1990).
Estas y otras discusiones se vuelven fértiles en la medida en que profundizamos en el conocimiento del sujeto joven con orígenes “indígenas” contemporáneo, y ampliamos así el horizonte de su lucha y reconocimiento social.
También es importante señalar que en los últimos años las miradas al sujeto joven indígena se han multiplicado y enriquecido con muchos temas e información nueva provenientes de líneas de análisis interdisciplinarias y campos de investigación como el educativo, la comunicación, la lingüística, la agroecología, los estudios de migración, de género, de salud y enfermedad, desde los cuales se están realizando discusiones teóricas y metodológicas importantes en torno a esta relación entre juventud y etnicidad (ver bibliografía).
En lo que atañe a la investigación antropológica y social sobre los jóvenes indígenas, otras líneas analíticas se encuentran en curso y están asociadas a las experiencias migratorias y las universitarias. De estas, la transformación, adaptación y recreación identitarias, la discriminación y el conflicto intercultural son temas subyacentes. Varios son los trabajos de estudiantes indígenas que desde sus propios pueblos y miradas han profundizado en las prácticas estudiantiles contemporáneas de tseltales oxchuqueros (Gómez, 2013), del conflicto y relevo generacional entre los bachajontecos tseltales (Bermúdez, 2012), así como de la práctica educativa y discriminatoria entre maestros mestizos y estudiantes tseltales (Hernández, 2012) y choles (Bastiani et al., 2012). Todos abonan al eje de las reconfiguraciones identitarias y del reconocimiento indígena, además de que decantan en los procesos de aprendizaje que valoran lo étnico y que, en los nuevos espacios tanto citadinos como universitarios, “transitan al orgullo indígena” con una plataforma firme, ya que aprender del “orgullo indio” les sirve para reivindicarlo (Ortelli y Sartorello, 2011).
Las bases de una fértil discusión sobre los cambios culturales entre jóvenes retornados indígenas han sido discutidas recientemente por Porraz (2015) y Jiménez (2018). Porraz destaca las contradicciones en la subjetividad del joven migrante y las expectativas de su comunidad una vez retornado: los estigmas, las nociones de éxito y fracaso, así como los quiebres que en materia económica y social su regreso representa. Jiménez (2018) discurre sobre la reinserción de estos jóvenes frente al sistema normativo, sobre los asuntos que detonan el conflicto y cambio generacional, así como sobre lo que significa para los retornados el haber incrementado su repertorio cultural fuera de lo que se espera en el espacio rural.
En la misma línea analítica están los trabajos de Carpena (2014; 2016) sobre los jóvenes nahuas que experimentan la migración transnacional. El debate de la autora trae a colación la agencia política y la movilidad en las trayectorias de vida que hacen navegar a los jóvenes entre diferentes formas de conocimiento. Después del despojo y de la dominación cultural y simbólica que implica la formación escolar, la experiencia migratoria con el sesgo de la indocumentación los convoca a su propio reconocimiento en términos culturales, insertándolos en un proceso de conciencia étnica y de lucha por mantener los campos agrícolas y sus productos. Una especie de reapropiación cultural y material que los reposiciona en las luchas étnico-políticas y de resignificación identitaria.
Las investigaciones sobre los y las jóvenes de origen indígena en las ciudades han penetrado otras zonas de la experiencia juvenil como la desigualdad y sus manifestaciones en el espacio urbano, su segmentación clasista y racista, el trabajo (y las prácticas discriminatorias), los estudios superiores y la invisibilidad a la que son sometidos en las universidades convencionales e interculturales (Ortelli y Sartorello 2011; Sartorello y Cruz-Salazar, 2013). Los y las jóvenes están vinculados a la reorganización étnica en las ciudades, y a partir de la defensa de sus derechos como pueblos indígenas es que se apropian de otros espacios y reivindican su identidad. Derechos y defensa legal y política frente a prácticas discriminatorias y racistas son temas de investigación y acción en curso. Estos derechos se intersectan con las políticas de acción afirmativa, inclusión educativa e interculturalidad desde el sistema educativo, así como con el cumplimiento de los derechos de los jóvenes en lo que atañe a la permanencia de los estudiantes en la educación superior, y han demandado formas organizativas juveniles que los sustenten, lo que está dando lugar a otros procesos organizativos (García Álvarez, 2018).
Los estudios de género, juventud y etnicidad en contextos citadinos están dando ya sus frutos en términos de la organización y las luchas que jóvenes y adultas de comunidades indígenas (interétnicas) están dando en la defensa y realización de sus derechos como mujeres con orígenes étnicos, así como en la propuesta y defensa de los derechos laborales en el servicio doméstico (López Guerrero, 2017). Esto marca una fuerte línea de