Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

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Consejos sobre la salud - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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      El aire, ese aire que es una preciosa bendición del cielo que todos podemos disfrutar, nos beneficiará con su influencia bienhechora si tan sólo se lo permitimos. Debemos darle la bienvenida al aire, cultivar un cariño por él, y nos daremos cuenta de que es un bálsamo precioso para los nervios. El aire debe estar en constante circulación para mantenerse puro. La influencia del aire puro y fresco permite que la sangre circule saludablemente a través del sistema. Además refresca el cuer­po y promueve la buena salud. Su influencia abarca la mente y le imparte cierto grado de compostura y serenidad. El aire puro despierta el apetito, permite una digestión más completa de los alimentos, e induce un sueño más sereno y profundo.–Testimonios para la iglesia, t. 1, pág. 607 (1870).

      Cuando una enfermedad grave afecta a una familia, hay gran necesidad de que cada uno de sus miembros preste estricta aten­ción a la limpieza personal y al régimen de alimentación con el fin de mantenerse en una condición saludable y, al hacer eso, fortale­cerse contra la enfermedad. Es también de la mayor importancia que la habitación del enfermo esté debidamente ventilada desde el mismo comienzo. Tal cosa será beneficiosa para los afectados por la enfermedad, y es muy necesaria para mantener con sa­lud a los que están obligados a permanecer durante un tiempo prolongado en la habitación del enfermo...

      Podría evitarse una gran cantidad de sufrimiento si todos colaboraran para prevenir la enfermedad obedeciendo es­trictamente las leyes de la salud. Hay que observar hábitos estrictos de aseo. Muchas personas, mientras están bien, no se toman el trabajo de conservarse sanas. Descuidan el aseo personal y no tienen cuidado de mantener su ropa limpia. Las impurezas pasan en forma constante e imperceptible del cuerpo a la piel, a través de los poros, y si no se mantiene la superficie de la piel en una condición saludable, el organismo es recargado con los residuos impuros. Si la ropa que se usa no se lava y se airea con frecuencia, se contamina con las impurezas expelidas por el cuerpo por medio de la transpira­ción. Y si no se eliminan con frecuencia las impurezas de la ropa, los poros de la piel vuelven a absorber los materiales de desecho que habían sido expelidos. Las impurezas del cuer­po, si no se permite su salida, son llevadas de vuelta a la san­gre e introducidas forzadamente en los órganos internos. La naturaleza, para librar al organismo de las impurezas tóxicas, realiza un esfuerzo que produce fiebre, y a esto se lo llama enfermedad. Pero aun entonces, si los que enferman ayudan a la naturaleza en sus esfuerzos utilizando agua pura, se evi­taría mucho sufrimiento. Pero muchas personas en lugar de hacer eso y de procurar eliminar las sustancias venenosas del organismo, introducen en el organismo un veneno más mor­tal para eliminar otro veneno que ya estaba allí.

      Si cada familia comprendiese los resultados beneficiosos de la limpieza cabal, efectuaría esfuerzos especiales para quitar toda impureza de sus personas y de sus casas, y ex­tendería sus esfuerzos a los patios. Muchos permiten que haya cerca de sus casas sustancias vegetales en descom­posición. No comprenden la influencia de estas cosas. De esas sustancias descompuestas surgen continuamente ema­naciones que envenenan el aire. Al respirar ese aire impuro, la sangre se envenena, los pulmones se afectan y se enferma todo el organismo. Diversas enfermedades son causadas por la inhalación del aire contaminado por esas sustancias en des­composición.

      Algunas familias han enfermado de fiebre, algunos de sus integrantes han muerto y los miembros restantes casi han murmurado contra su Creador debido a la aflicción que les ha sobrevenido, cuando la única causa de su enfermedad y muerte ha sido su propio descuido. Las impurezas que había alrededor de su casa han acarreado sobre ellos las enfermeda­des contagiosas y las grandes tribulaciones de las que culpan a Dios. Toda familia que aprecie la salud debería limpiar su casa y sus patios de toda sustancia en descomposición.

      Dios ordenó a los israelitas que no permitieran que hubie­se impurezas en su persona ni en su ropa. Los que tenían al­guna impureza personal debían ser excluidos del campamen­to hasta la noche, y luego se requería que se limpiaran ellos mismos y sus ropas antes de poder regresar al campamento. Dios les ordenó también que no tuvieran impurezas cerca de sus tiendas y hasta una gran distancia del campamento, no fuera que el Señor pasara por allí y viera su inmundicia.

      En lo que atañe a la limpieza, hoy Dios no requiere de su pueblo menos de lo que requería del Israel antiguo. El des­cuido de la limpieza producirá enfermedad. La enfermedad y la muerte prematura no ocurren sin una causa. Fiebres perti­naces y enfermedades violentas han prevalecido en vecinda­rios y en pueblos que hasta entonces se habían considerado saludables, y algunos han muerto mientras otros han quedado con una constitución quebrantada e inválidos durante toda la vida. En muchos casos sus propios patios contenían los agen­tes destructivos que enviaban venenos mortales a la atmósfera, para luego ser respirados por la familia y el vecindario. La pereza y el descuido que a veces se advierten son detestables, y es asombrosa la ignorancia del efecto que tales cosas ejercen sobre la salud. Esos lugares deberían ser purificados, especial­mente durante el verano, con cal o ceniza, o mediante el entie­rro de las inmundicias.

      Para poder ofrecerle a Dios un servicio perfecto, usted debe tener un concepto claro de sus requerimientos. Debería usar el alimento más sencillo, preparado en la forma más simple, de manera que no se debiliten los delicados nervios del cerebro, ni se entorpezcan ni se paralicen, incapacitándolo para discer­nir las cosas sagradas, o considerar la expiación, la sangre purificadora de Cristo, como algo inestimable.–Testimonios para la iglesia, t. 2, pág. 42 (1868).

      Se presenta el carácter de Daniel al mundo como un ejem­plo poderoso de lo que la gracia divina puede hacer en favor de los hombres caídos por naturaleza y corrompidos por el pe­cado. La historia de esta vida noble y abnegada constituye un estímulo animador para la humanidad entera. De esta expe­riencia podemos adquirir fuerza para resistir con hidalguía la tentación, y mantenernos con firmeza y humildad de parte de la justicia ante las pruebas más severas.

       La experiencia de Daniel

      Daniel habría podido encontrar fácilmente una excusa para abandonar sus hábitos de estricta temperancia; pero la apro­bación divina era de más valor para él que el favor del más poderoso potentado de la Tierra; en efecto, le eran más caros que la vida misma. Después que su cortesía le había ganado el favor de Melsar, el oficial encargado de los jóvenes hebreos, Daniel le pidió que le permitiera abstenerse de comer las vian­das reales y de beber el vino de la corte. Melsar temía que al satisfacer la demanda de Daniel el rey se disgustara y de ese modo pusiera en peligro su vida misma. Igual que muchos en la actualidad, Melsar temía que una dieta abstemia debilitara a los jóvenes, que sus fuerzas musculares decayesen y ofrecie­ran una apariencia pálida y enfermiza, mientras que las comi­das suntuosas de la mesa real los harían fuertes y hermosos y les proporcionarían una energía física superior.

      Daniel le suplicó que los probara durante diez días, permi­tiendo que en ese lapso los jóvenes hebreos pudieran comer alimentos simples mientras sus compañeros participaban de las exquisitas comidas reales. Finalmente la petición fue con­cedida, y Daniel estuvo seguro de haber ganado la victoria. A pesar de su juventud, conocía los efectos nocivos que el vino y las comidas sibaríticas producen sobre la salud física y mental.

      Pero al final de los diez días los resultados fueron comple­tamente opuestos a lo que Melsar esperaba. El cambio obser­vado en los jóvenes que habían sido temperantes no se vio sólo en su apariencia personal, sino también en su actividad física y vigor mental, porque superaban en todo sentido a sus demás compañeros que habían complacido las

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