Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Consejos sobre la salud - Elena Gould de White страница 19

Consejos sobre la salud - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

Скачать книгу

Señor miró con buenos ojos la firmeza y el dominio propio de los jóvenes hebreos, y los bendijo. “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños... Y el rey habló con ellos, y no fueron halla­dos entre todos ellos otros como Daniel, Ananías. Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que ha­bía en todo su reino” (Dan. 1:17, 19, 20).

      Aquí hay una lección para todos, pero especialmente para los jóvenes. El cumplimiento fiel de los requerimientos di­vinos beneficia la salud física y mental. Tiene que buscarse primeramente la sabiduría y la fuerza de Dios si se ha de alcanzar la más alta norma moral e intelectual; y, además, se necesita observar una estricta temperancia en todos los hábitos de la vida. La experiencia de Daniel y sus compañe­ros constituye un ejemplo del triunfo de los principios sobre la tentación a la indulgencia del apetito. Demuestra que los jóvenes pueden vencer mediante la observancia de los princi­pios religiosos todas las propensiones carnales, y mantenerse fieles a los requerimientos divinos, aunque esto demande un gran sacrificio.

      ¿Qué habría sucedido si Daniel y sus compañeros se hubie­ran sometido a las exigencias de los oficiales paganos y, bajo la presión del momento, hubiesen comido y bebido como los babilonios? Esa sola transigencia con el mal habría debilitado su capacidad de percibir el bien y aborrecer el mal. La satisfac­ción del apetito habría significado el debilitamiento del vigor físico y la pérdida de claridad intelectual y poder espiritual. Un paso equivocado habría conducido a otros, hasta que se habría cortado la conexión con el cielo y habrían sido arrastrados por la corriente de la tentación...

      La vida de Daniel constituye una ilustración sagrada de lo que significa un carácter santificado. El concepto bíblico de santificación tiene que ver con el hombre completo... Es imposible disfrutar de las bendiciones de la santificación cuando una persona es egoísta y glotona. Algunos gimen bajo el peso de las enfermedades a consecuencia de los ma­los hábitos en el comer y el beber, los cuales violentan las leyes de la vida y la salud. Muchos debilitan sus órganos di­gestivos porque se dejan llevar por apetitos pervertidos. El poder de la constitución humana para resistir los abusos que se cometen contra el organismo es maravilloso: pero la per­sistencia de los hábitos equivocados en la comida y la be­bida debilitan todas las funciones del cuerpo. Tratemos de que estas personas débiles consideren cómo habrían podido ser si hubieran vivido en forma temperante, promoviendo una buena salud en vez de abusar de ella. Aun los cristia­nos profesos estorban la obra de la naturaleza al gratificar sus apetitos y pasiones pervertidos, menoscabando de ese modo sus fuerzas físicas, mentales y morales. Algunos que cometen estos errores pretenden haber sido santificados por el Señor, pero tal pretensión carece de fundamento...

       La santificación es un principio viviente

      Consideremos la apelación que el apóstol Pablo hace a sus hermanos, por las misericordias de Dios, de que presenten su cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios... La santificación no es una mera teoría, una emoción, ni un conjunto de palabras, sino un principio viviente y activo que compe­netra la vida de cada día. La santificación requiere que los hábitos referentes a la comida, la bebida y la indumentaria sean de tal naturaleza que preserven la salud física, mental y moral, de modo que podamos presentar nuestro cuerpo al Señor no como una ofrenda corrompida por los malos hábi­tos, sino como “un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Rom. 12:1).

      Que nadie que profesa piedad considere con indiferencia la salud del cuerpo, haciéndose la ilusión de que la intemperancia no es pecado ni afectará su espiritualidad. Existe una relación estrecha entre la naturaleza física y la moral. Los hábitos físi­cos elevan o rebajan la norma de la virtud. El consumo excesi­vo de los mejores alimentos producirá una condición mórbida de los sentimientos morales. Y si esos alimentos no son de los más saludables, los efectos son todavía más perjudiciales. Cualquier hábito que no promueva la salud del cuerpo huma­no, degrada las facultades elevadas y nobles del individuo. Los hábitos equivocados de comer y beber conducen a errores de pensamiento y acción. La complacencia de los apetitos forta­lece los instintos animales, dándoles la supremacía sobre las facultades mentales y espirituales.

      El consejo del apóstol Pedro es: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Ped. 2:11). Muchos consideran que esta amonestación se refiere sólo a los licenciosos; pero tiene un significado es más extenso. Estas palabras pueden proteger al cristiano contra la gratificación de cada apetito dañino y cada pasión. Es una advertencia muy enérgica contra el uso de estimulantes y narcóticos, tales como té, café, tabaco, alcohol y morfina. La complacencia de estos apetitos bien puede catalogarse entre las prácticas que ejercen una influencia perniciosa sobre el carácter moral del individuo. Mientras más temprano se formen estos hábitos perjudiciales, más firmemente esclavizarán a sus víctimas en el vicio, y más seguramente les harán rebajar las normas de la espiritualidad.

      Las enseñanzas bíblicas causarán sólo una impresión dé­bil en aquellos cuyas facultades se hallen entorpecidas por la indulgencia del apetito. Hay miles que prefieren sacrificar no sólo la salud sino la vida misma, y aun su esperanza de alcan­zar el cielo, antes que declarar la guerra contra sus apetitos pervertidos. Una dama, que por muchos años pretendía estar santificada, dijo que si tuviera que escoger entre su pipa y el cielo diría: “Adiós cielo; no puedo vencer la afición que le tengo a mi pipa”. Este ídolo estaba entronizado de tal manera en su alma que dejaba un lugar secundario a Jesús. ¡Sin embargo esta dama pretendía pertenecer totalmente al Señor!

      Los que son verdaderamente santificados, no importa dón­de se encuentren, mantendrán altas normas de moralidad al practicar hábitos físicos correctos y, como Daniel, constitui­rán un ejemplo de temperancia y autocontrol para los demás. Todo apetito depravado se convierte en una pasión descon­trolada. Toda acción contraria a las leyes de la naturaleza crea en el alma una condición enfermiza. La complacencia de los apetitos causa problemas digestivos, entorpece el fun­cionamiento del hígado y anubla el cerebro; de este modo se pervierte el temperamento y el espíritu del hombre. Y estas facultades debilitadas se ofrecen a Dios, quien rehusó aceptar las víctimas para el sacrificio a menos que fueran sin tacha. Tenemos la obligación de mantener nuestros apetitos y hábi­tos de vida en conformidad con las leyes de la naturaleza. Si los cuerpos que se ofrecen hoy sobre el altar de Cristo fueran examinados con el mismo cuidado con que se examinaban los sacrificios judíos, ¿quién sería aceptado con nuestros há­bitos de vida actuales?

      Con cuánto cuidado deberían los cristianos controlar sus hábitos con el fin de preservar todo el vigor de cada facultad para dedicarla al servicio de Cristo. Si queremos ser santificados en alma, cuerpo y espíritu, debemos vivir en conformidad con la ley divina. El corazón no puede mantenerse consagrado a Dios mientras se complacen los apetitos y las pasiones en detrimento de la salud y la vida misma...

      Las amonestaciones inspiradas del apóstol Pablo con­tra la complacencia propia continúan siendo válidas hasta nuestros tiempos. Para animarnos nos habla de la libertad que disfrutan los verdaderamente santificados. “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:1). A los gálatas los exhorta: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gál. 5:16, 17). Además indica algunas formas de pasiones carnales, tales como la idolatría y la borrache­ra. Después de mencionar los frutos del Espíritu, entre los cuales se halla la temperancia, añade: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (vers. 24).

      Muchos profesos cristianos asegurarían hoy que Daniel

Скачать книгу