Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

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Consejos sobre la salud - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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Señor le ha confiado, para satisfacer un apetito que no es natural?

       Triste despilfarro del dinero

      Una enorme suma de dinero se derrocha anualmente en la complacencia de este vicio, mientras las almas perecen nece­sitadas de la Palabra de vida. ¿Cómo pueden los cristianos que entienden bien este problema continuar robándole a Dios los diezmos y las ofrendas que se usan para el sostén del evangelio, mientras ofrecen sobre el altar del placer destructivo del tabaco más de lo que dan para socorrer a los pobres o suplir las nece­sidades de la causa de Dios? Si esas personas fueran verdadera­mente santificadas, ganarían la victoria sobre cada inclinación perjudicial. Entonces todos esos gastos innecesarios se canali­zarían hacia la tesorería del Señor, y los cristianos tomarían la delantera en el campo de la abnegación, el sacrificio propio y la temperancia. Entonces llegarían a ser la luz del mundo...

       La capacidad natural de percepción se entorpece

      Al fumador todo le parece desagradable e insípido si no sa­tisface su vicio favorito. El uso del tabaco entorpece de tal ma­nera la capacidad natural de percepción del cuerpo y la mente, que la persona se vuelve insensible a la influencia del Espíritu de Dios. Cuando le falta su estimulante habitual, el alma y el cuerpo del fumador experimentan un hambre ansiosa, no por la justicia y la santidad de la presencia divina, sino por su ídolo acariciado. Al satisfacer sus apetitos pervertidos los cristianos profesos debilitan diariamente sus facultades haciendo impo­sible de esa manera que puedan glorificar a Dios.

      El tabaco es uno de los venenos más engañosos y dañinos que existen; y ejerce una influencia estimulante primero y luego de­presiva sobre los nervios del cuerpo. Es tanto más peligroso cuan­to que sus efectos sobre el sistema son muy lentos y casi imper­ceptibles al principio. Multitudes han llegado a ser víctimas de su maléfica Influencia.–Spiritual Gifts, t. 4, pág. 128 (1864).

      Nuestro pueblo retrocede constantemente en lo que se refiere a la reforma de la salud. Satanás sabe que no puede ejercer el mismo control sobre ellos como lo tiene cuando ceden a sus apetitos. La conciencia se embota, la mente se anubla y dismi­nuye su susceptibilidad a ser impresionada, cuando se está bajo la influencia de alimentos dañinos. Pero la culpa del transgresor no se atenúa porque su conciencia violada se halle adormecida.

      Satanás se ocupa en corromper las mentes y destruir a las almas con sus tentaciones insidiosas. ¿Comprenderá el pueblo de Dios lo que significa la complacencia de un apetito perver­tido? ¿Abandonará el uso de té, café, carnes y todo alimento estimulante, y en cambio dedicará a la predicación de la ver­dad el dinero que gastaría en la complacencia de estos apeti­tos perjudiciales? Estos estimulantes sólo causan daño, y sin embargo vemos que muchos que profesan ser cristianos usan el tabaco. Estas mismas personas, mientras deploran los males de la intemperancia y hablan contra el uso del licor, escupen a cada rato el jugo del tabaco que están mascando. Puesto que el estado saludable de la mente depende del funcionamiento nor­mal de las facultades vitales, cuánto cuidado debiera ejercerse en evitar el uso de todo narcótico y estimulante.

      El tabaco es un veneno lento e insidioso, y eliminar sus efectos del organismo es más difícil que los del alcohol. ¿Qué poder puede ejercer un adicto al tabaco contra los ataques de la intemperancia? Debe producirse una revolución contra el tabaco en el mundo antes que pueda aplicarse el hacha a la raíz del árbol. Vayamos todavía un poco más lejos. El consu­mo de té y café estimula el apetito que se tiene por estimulan­tes más fuertes, como el tabaco y el licor. Pero consideremos el asunto aún más de cerca y examinemos las comidas que se sirven diariamente en los hogares de los cristianos. ¿Se practi­ca en ellos la temperancia en todas las cosas? ¿Se promueven allí las reformas que son tan esenciales para la buena salud y la felicidad? Cada verdadero cristiano ejercerá control sobre sus apetitos y pasiones. Si no es capaz de librarse del yugo del apetito que lo esclaviza, no puede ser un siervo de Cristo verdadero y obediente. Es la complacencia de los apetitos y las pasiones lo que impide que la verdad surta efecto alguno sobre el corazón. Es imposible que el espíritu y el poder de la verdad santifiquen el cuerpo, el alma y el espíritu de una persona que se halla controlada por el apetito y la pasión.

      Cuando Cristo se veía más fieramente asediado por la ten­tación, no comía. Se entregaba a Dios, y gracias a su ferviente oración y perfecta sumisión a la voluntad de su Padre salía vencedor [Luc. 4:2]. Sobre todos los demás cristianos profe­sos, los que aceptan la verdad para estos últimos días debieran imitar a su gran Ejemplo en lo que a la oración se refiere...

      Jesús pedía fuerza a su Padre con fervor. El divino Hijo de Dios la consideraba de más valor que el sentarse ante la mesa más lujosa. Demostró que la oración es esencial para recibir fuerzas con que contender contra las potestades de las tinieblas y hacer la obra que se nos ha encomendado. Nuestra propia fuerza es debilidad, pero la que Dios concede es poderosa, y hará más que vencedor a todo aquel que la obtenga.–Testimo­nios para la iglesia, t. 2, pág. 183 (1869).

      El consumo de té y café también perjudica el organismo. Hasta cierto punto, el té intoxica. Penetra en la circulación y re­duce gradualmente la energía del cuerpo y la mente. Estimula, excita, aviva y apresura el movimiento de la maquinaria vi­viente, imponiéndole una actividad antinatural, y da al que lo bebe la impresión de que le ha hecho un gran servicio infun­diéndole fuerza. Esto es un error. El té substrae energía nervio­sa y debilita muchísimo. Cuando desapareció su influencia y cesa la actividad estimulada por su uso, ¿cuál es el resultado? Una languidez y debilidad que corresponden a la vivacidad artificial que impartiera el té.

      Cuando el organismo está ya recargado y necesita reposo, el consumo de té acicatea la naturaleza, la estimula a cumplir una acción antinatural y por tanto disminuye su poder para ha­cer su trabajo y su capacidad de resistencia; y las facultades se agotan antes de lo que el Cielo quería. El té es venenoso para el organismo. Los cristianos deben abandonarlo.

      La influencia del café es hasta cierto punto la misma que la del té, pero su efecto sobre el organismo es aún peor. Es excitante, y, en la medida en que lo eleve a uno por encima de lo normal, lo dejará finalmente agotado y postrado por debajo de lo normal. A los que beben té y café los denuncia su rostro. Su piel pierde el color y parece sin vida. No se advierte en el rostro el resplandor de la salud.

       El té y el café carecen de valores nutritivos

      El té y el café no nutren el organismo. Alivian repentina­mente, antes que el estómago haya tenido tiempo de digerirlos. Esto demuestra que aquello que los consumidores de estos es­timulantes llaman fuerza, en realidad proviene de la excitación de los nervios del estómago, el cual transmite la irritación al cerebro, y éste a su vez es impelido a aumentar la actividad del corazón y a infundir una energía de corta duración a todo el or­ganismo. Todo esto es fuerza falsa, cuyos resultados ulteriores dejan en peor condición, pues no imparten ni una sola partícula de fuerza natural. El segundo efecto de beber té es dolor de cabeza, insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, tem­blor nervioso y muchos otros males.

      

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