Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

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Consejos sobre la salud - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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cierto, han comprobado que su proceder no les ha hecho bien sino que ha aumentado sus dificultades. ¿Por qué esas personas no permiten que la razón influya en su juicio y controle la imaginación? ¿Por qué no probar ahora un procedimiento opuesto, y de un modo razonable obtener ejercicio y aire afuera, en lugar de permanecer en la casa día tras día, más bien como un manojo de mercancías que como un ser activo?

      Hay muchos que para ganar más dinero arreglan sus nego­cios de tal manera que mantienen constantemente ocupados a los que trabajan al aire libre y a los miembros de su familia en sus propios hogares. Sobrecargan los huesos, los múscu­los y el cerebro hasta el extremo; se mantienen archiocupa­dos con el pretexto de que tienen que realizar todo lo que pueden, porque si no lo hacen algo se perderá y eso significa un despilfarro. Creen que todo debe ahorrarse, sin importar­les los resultados.

      ¿Qué habrán ganado esas personas? Tal vez puedan mantener su capital, o logren aumentarlo. Pero, si consideramos el asunto desde otro punto de vista, ¿qué han perdido con esto? El capital de la salud, que es de un valor incalculable tanto para el rico como para el pobre, se ha ido perdiendo imperceptiblemente. A menudo las madres y los hijos toman prestado de los fondos de la salud, pensando que ese capital no se agotará jamás; pero para sorpresa suya se dan cuenta de que, con el correr del tiempo, el vigor de su vida ha disminuido hasta agotarse. A esas personas no les queda reserva alguna para un caso de emergencia. La dul­zura y la felicidad de la vida se ven amargadas por los dolores insoportables y las noches de insomnio. Desaparecen la fortaleza física y el vigor mental. El marido y padre que, por amor a las ga­nancias, hizo un arreglo insensato de sus negocios, aunque fuera con el consentimiento de la esposa, corre el riesgo de tener que sepultar a la esposa, y a uno o más de sus hijos, como resultado de su comportamiento. Se ha sacrificado la salud y la vida misma por el amor al dinero [1 Tim. 6:10].–Testimonios para la iglesia, t. 1, págs. 420, 421 (1865).

      Por todas partes se ve la intemperancia en el comer, el be­ber, el trabajar y casi cualquier cosa. Las personas que se es­fuerzan por realizar una gran cantidad de trabajo en un tiempo limitado y continúan trabajando cuando su mejor criterio les indica que deben descansar, nunca son ganadoras. Viven con capital prestado; gastan en el presente las fuerzas vitales que necesitarán en el futuro. Y cuando quieran echar mano de la energía que gastaron tan irresponsablemente, fracasarán en su intento porque no la hallarán. La fuerza física ha desaparecido y ya no existen energías mentales. Entonces se dan cuenta de su pérdida, aunque no comprenden su verdadera naturaleza. Ha llegado el momento de necesidad, pero sus fuerzas vitales se han agotado. Todo el que viola las leyes de la salud, tarde o temprano experimentará sufrimientos en mayor o menor gra­do. Dios ha dotado a nuestras constituciones con energías que necesitaremos en diversos períodos de nuestra vida. Pero si las agotamos imprudentemente en los excesos de nuestro trabajo, el tiempo nos declarará perdedores. Nuestra utilidad disminui­rá y nuestra vida misma correrá el peligro de destruirse.

      Como norma, el trabajo del día no debe extenderse hasta las horas de la noche Si se trabaja a conciencia durante todo el día, el trabajo extra que se haga en la noche constituirá una carga adicional impuesta al organismo y por la cual se pagará las consecuencias. Se me ha mostrado que los que se compor­tan a menudo de esta manera pierden más de lo que ganan, porque agotan sus energías y trabajan a partir de nervios so­breexitados. Tal vez no se percaten de consecuencias negativas inmediatas, pero con toda seguridad están menoscabando su organismo.

      Que los padres dediquen las noches a sus familias. Dejen en el trabajo sus preocupaciones y perplejidades. Al padre de familia le sería muy provechoso establecer la regla de no me­noscabar la felicidad familiar por traer a casa los problemas del trabajo para enfadarse y preocuparse por ellos. Es cierto que a veces puede necesitar el consejo de su esposa con re­ferencia a problemas difíciles, y que ambos obtengan alivio de sus perplejidades al buscar unidos la sabiduría divina; pero cuando se mantiene la mente en constante tensión debido a asuntos de negocio, se perjudicará la salud tanto del cuerpo como de la mente.

      Procuremos que las noches sean tan dichosas como sea po­sible. Hagamos del hogar un sitio donde moren la alegría, la cortesía y el amor. De este modo se transformará en un lugar atractivo para los niños. Pero si los padres se mantienen en constantes problemas, y se muestran irritables y criticones, los niños adoptarán el mismo espíritu de desconformidad y contienda, y el hogar llegará a ser el sitio más miserable de la Tierra. Entonces los niños experimentarán mayor placer entre los extraños, en malas compañías o la calle, que en el hogar. Se podría evitar todo esto si se practicara la temperancia en todas las cosas y se cultivara la paciencia. La práctica de la autodisciplina por parte de todos los miembros de la familia transformará el hogar en un verdadero paraíso. Procuremos que los cuartos sean tan alegres como se pueda, y que los niños encuentren que el hogar es el sitio más atractivo de la Tierra. Rodeémoslos de una influencia tan hermosa que no se interesen por buscar la compañía de la calle y que no piensen en los antros del vicio sino con horror. Si la vida hogareña es lo que debiera ser, los hábitos allí formados constituirán una poderosa barrera contra los asaltos de la tentación cuando el joven tenga que abandonar el refugio del hogar paterno.

      El orden es la primera ley del cielo, y el Señor desea que su pueblo revele en sus hogares el orden y la armonía que prevalecen en las cortes celestiales. La verdad nunca posa sus delicados pies en un camino de suciedad o impureza. La verdad no produce hombres o mujeres rudos y desordenados. Eleva a todos los que la aceptan a un nivel superior. Bajo la influencia de Cristo se lleva a cabo una obra de constante pulimento.

      A los ejércitos de Israel les fueron dadas instrucciones espe­ciales acerca de la limpieza y el orden que debían caracterizar todas las cosas, dentro de sus carpas y alrededor del campa­mento, para que el ángel del Señor al pasar por el campamento no viera sus inmundicias. ¿Acaso el Señor prestaría atención a esos pequeños detalles? Ciertamente; porque el registro decla­ra que no fuera que al ver inmundicia, él no pudiera acompa­ñarlos al campo de batalla.

      Aquel que se preocupó tanto para que los hijos de Israel cul­tivaran hábitos de limpieza no aprobará ninguna suciedad en los hogares de su pueblo en la actualidad. Dios desaprueba la su­ciedad de cualquier clase. ¿Cómo podemos invitarlo a nuestros hogares a menos que todo esté ordenado, limpio y puro?

       Una señal externa de pureza interior

      Debiera enseñarse a los creyentes que aunque sean po­bres no deben ser sucios en su apariencia personal ni en sus hogares. Debe ayudarse a los que aparentan no compren­der el significado ni la importancia de la limpieza. Hay que enseñarles que quienes representan al Dios alto y sublime deben mantener su alma pura y limpia, y que esta pureza debe extenderse a su forma de vestir y todo lo concerniente a su hogar, de tal manera que los ángeles ministradores vean las evidencias de que la verdad ha operado un cambio en su vida, purificando el alma y refinando los gustos. Después de haber recibido la verdad, los que no cambian su forma de expresarse, o su atuendo o su conducta, viven para sí mis­mos, no para Cristo. No han sido creados de nuevo en Cristo Jesús, tanto para purificación como para santidad.

      Algunos son muy descuidados en su apariencia. Necesitan ser guiados por el Espíritu Santo en su preparación para un cielo puro y santo. Dios instruyó a los hijos de Israel que cuando vinieran al monte a escuchar la proclamación de la ley debían hacerlo con cuerpos y ropas limpios. Hoy día su pueblo debe honrarlo con hábitos de pulcritud y escrupulosa pureza.

      Los cristianos serán juzgados por sus frutos.

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