Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

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Consejos sobre la salud - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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transgredimos las leyes de nuestro organismo y nos echamos encima la responsabilidad del abuso de nuestro propio cuerpo y de acarrear enfermedades sobre nosotros mismos...

      El dominio propio es esencial en toda religión genuina. Los que no han aprendido a negarse a sí mismos se hallan destitui­dos de la piedad práctica vital. Es inevitable que las demandas de la religión afecten nuestras inclinaciones naturales y nues­tros intereses temporales. Todos tenemos una obra que hacer en la viña del Señor.

      Los que profesan ser cristianos no debieran casarse has­ta después de haber considerado el asunto cuidadosamente y con oración, de un modo elevado, para ver si Dios pue­de ser glorificado por la unión. Luego debieran considerar debidamente el resultado de cada privilegio de la relación matrimonial, y los principios santificadores debieran ser la base de todas sus acciones. Antes de aumentar su familia, debieran considerar si Dios sería glorificado o deshonra­do al traer hijos al mundo. Debieran tratar de glorificar a Dios por medio de su unión desde el primero y durante cada año de su vida matrimonial. Debieran considerar con calma cómo pueden brindar a sus hijos lo que necesitan. No tienen derecho a traer hijos al mundo que han de ser una carga para otros. ¿Tienen un trabajo que les permitirá sostener una fa­milia de modo que no necesiten llegar a ser una carga para los demás? Si no lo tienen, cometen un crimen al traer hijos al mundo para que sufran por falta de cuidados, alimentos y ropas apropiados. En esta época veloz y corrupta no se consi­deran estas cosas. La concupiscencia predomina sin que se la someta a control, aunque la debilidad, la miseria y la muerte sean el resultado de su predominio. Las mujeres llevan for­zosamente una vida de penurias, dolores y sufrimientos por causa de las pasiones incontrolables de hombres que llevan el nombre de esposos, pero que más apropiadamente debería llamárseles bestias. Las madres llevan una existencia misera­ble, casi todo el tiempo con hijos en los brazos, esforzándose por todos los medios para darles el pan y vestirlos. Esta mi­seria se ha multiplicado y llena el mundo.

       La pasión no es amor

      Hay muy poco amor real, genuino, leal y puro. Este pre­cioso artículo escasea. A la pasión se la llama amor. Más de una mujer se ha sentido ultrajada en su delicada y tierna sus­ceptibilidad porque la relación matrimonial le permitía al que llamaba su esposo tratarla de modo cruel. En estos casos, al darse cuenta de que el amor de su esposo era tan vil, llegaba a sentir repulsión por él.

      Un gran número de familias vive en un estado deplorable porque el esposo y padre permite que dominen sus instintos animales por sobre sus capacidades intelectuales y morales. Como resultado, frecuentemente se sienten débiles y deprimi­dos, pero rara vez se dan cuenta de que es el resultado de su conducta equivocada. Tenemos ante Dios la solemne obliga­ción de mantener el espíritu puro y el cuerpo sano, de modo que podamos beneficiar a la humanidad y ofrecer a Dios un servicio perfecto. El apóstol nos advierte: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Rom. 6:12). Nos insta a seguir adelante cuando dice que “todo aquel que lucha, de todo se abstiene” (1 Cor. 9:25). Exhorta a todos los que se consideran cristianos a presentar su cuerpo “en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Rom. 12:1). Dice: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:27).

       El cuidado de la esposa

      Es un error generalizado pensar que no es necesario para una mujer embarazada cambiar su modo de vida. En este pe­ríodo importante debiera aliviarse a la madre en sus trabajos. Se están llevando a cabo grandes cambios en su organismo. Este requiere una mayor cantidad de sangre y, por tanto, un aumento en la cantidad de alimentos altamente nutritivos que han de convertirse en sangre. A menos que tenga una abundante provisión de alimentos nutritivos, no puede man­tenerse físicamente fuerte, y les resta vitalidad a sus hijos. También debe prestar atención a su vestimenta. Debiera cui­dar su cuerpo del frío. No debiera malgastar su vitalidad en la zona superficial de su cuerpo por falta de suficiente abrigo. Si se priva a la madre de abundantes alimentos saludables y nutritivos, sufrirá de una deficiencia en la cantidad y calidad de la sangre. Su circulación será pobre y su hijo sufrirá la misma carencia. El hijo será incapaz de retener el alimento necesario en la producción de buena sangre para nutrir el organismo. El bienestar de la madre y el niño depende en mucho de una vestimenta buena y abrigada y provisión de alimentos nutritivos. Debe considerarse la carga extra que debe soportar la vitalidad de la madre y brindarse una com­pensación adecuada.

       El contr ol del apetito es importante

      Pero, por otro lado, la idea de que las mujeres, por causa de su estado especial, pueden permitirse fomentar un apetito descontrolado, es un error basado en la costumbre en vez de la razón. El apetito de la mujer en este estado puede ser va­riable, irregular y difícil de satisfacer; y por costumbre se le permite ingerir todo lo que le gusta, sin consultar a la razón en cuanto a si cierto alimento puede nutrir su cuerpo y ayudar al crecimiento de su hijo. Los alimentos debieran ser nutritivos, pero no estimulantes. Por costumbre se le permite comer, si lo desea, carne, encurtidos, comida altamente sazonada o paste­les de carne picada; se siguen solamente las inclinaciones del apetito. Este es un gran error y causa mucho daño. El daño es inestimable. Si en algún momento se necesita un régimen alimentario sencillo y un cuidado especial por la calidad de los alimentos ingeridos, es precisamente en este importante período.

      Las mujeres que obran por principio, y que han sido ins­truidas correctamente, no se apartarán de un régimen senci­llo, muy especialmente en este tiempo. Tendrán en cuenta que otra vida depende de ellas, y serán cuidadosas en cuanto a sus hábitos, especialmente en cuanto al régimen alimentario. No debieran ingerir lo que no es nutritivo o es estimulante sólo porque tiene buen gusto. Hay muchos consejeros dispuestos a persuadirlas a hacer aquello que la razón les indicaría no hacer.

      Nacen niños enfermos por causa de que los padres com­placen su apetito. El organismo no demandaba la variedad de alimento que les atraía. Creer que una vez que imaginamos que deseamos un alimento, éste debe pasar al estómago, es un gran error que las mujeres cristianas no debieran cometer. No debiera permitirse que la imaginación controle las nece­sidades del organismo. Los que permiten que el gusto los gobierne, sufrirán el castigo de transgredir las leyes de su organismo. Y no se termina aquí el asunto; su inocente hijo también sufrirá...

       Una atmósfera agradable es esencial

      Debiera tenerse mucho cuidado en rodear a la madre de una atmósfera agradable y feliz. El esposo y padre tiene la respon­sabilidad especial de hacer todo lo que esté a su alcance para aligerar las cargas de la esposa y madre. Debiera colaborar, tanto como le sea posible, con las cargas características de su estado. Debiera ser afable, cortés, amable y tierno, y especial­mente complacer sus deseos. Algunas mujeres que están es­perando familia reciben la mitad del cuidado que se da a los animales en el establo.

      Toda mujer que va a ser madre, a pesar del medio que la rodee, debe alentar constantemente una disposición alegre, sabiendo que sus esfuerzos le producirán una cosecha diez veces mayor en el aspecto físico y en el carácter moral de su vástago. Pero esto no es todo. Ella podrá, por fuerza del hábito, acostumbrarse a pensar alegre y positivamente, y fo­mentar así una mentalidad placentera y proyectar su propia disposición alentadora sobre su familia y las demás personas que la rodean.

      De

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