Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

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Consejos sobre la salud - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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como cuando se deja invadir por la tristeza y el abatimiento. Su salud mental y moral se vigo­rizan con la animación de su propio espíritu. El poder de la voluntad será capaz de resistir las impresiones de la mente y llegará a ser un calmante efectivo para sus nervios. Debe te­nerse un cuidado muy especial con los niños a quienes se ha privado de esta vitalidad que deberían haber heredado de sus padres. La atención cuidadosa a las leyes de su ser les permi­tirá el desarrollo de condiciones mucho más saludables.

       La alimentación de los niños

      El período de lactancia es crítico para el niño. Muchas ma­dres, mientras crían a sus hijos, trabajan demasiado, y mien­tras cocinan su sangre se calienta con el calor de la estufa, y el niño se ve afectado seriamente, no sólo por la alimenta­ción afiebrada que recibe del pecho de su madre, sino porque la sangre se halla envenenada por una dieta malsana, que ha contaminado todo su sistema incluyendo la leche del bebé. La condición mental de la madre afecta también al niño. Si se siente desdichada, perturbada, irritable o encolerizada, el ali­mento que el niño recibe de su madre estará contaminado, y podrá ocasionarle cólicos, espasmos y, ocasionalmente, hasta convulsiones.

      También el carácter del niño se afecta en mayor o menor grado por la naturaleza de la comida que recibe de su madre. Cuán importante es, entonces, que la madre mantenga una actitud mental alegre y ejerza un perfecto control sobre su espíritu mientras le da el pecho a su bebé. Si la madre actúa de esa manera no se dañará el alimento del niño, y la conduc­ta tranquila y amable que conserve mientras cuida del niño será de singular importancia para el desarrollo mental de la criatura. Si el niño es nervioso y se inquieta con facilidad, la actitud serena y cuidadosa de la madre ejercerá una influencia tranquilizadora y correctiva sobre la criatura y su salud mejorará notablemente.

      Muchos niños han sido víctimas de fuertes abusos a causa del cuidado impropio que han recibido. Si estaban inquietos se les daba de comer para mantenerlos callados, cuando en la mayoría de los casos el alimento excesivo y dañado a causa de los hábitos perniciosos de la madre era la verdadera causa de su inquietud. Mientras más alimento se les daba, peor se comportaban, porque el estómago ya estaba sobrecargado...

      A menudo la madre hace planes de realizar cierta cantidad de trabajo durante el día; y cuando los niños la molestan, en lugar de dedicar algunos instantes para atender sus pequeñas necesidades y entretenerlos, con frecuencia les da algo de co­mer para aquietarlos. Esta medida surte efecto por poco tiem­po, pero más tarde la situación se complica. El estómago de los niños se sobrecarga de alimentos cuando no tienen la más mínima necesidad de comida. Todo lo que se requería era un poquito de tiempo y atención por parte de la madre.

      El tabaco, no importa cómo se use, es nocivo para el or­ganismo. Es un veneno lento. Afecta el cerebro y entorpece el discernimiento, de modo que la mente no pueda percibir las cosas espirituales, especialmente las verdades que pudie­ran ejercer un efecto correctivo sobre este vicio inmundo. Los que usan tabaco en cualquier forma no están libres ante los ojos de Dios. A los que practican este hábito sucio les resulta imposible glorificar a Dios en su cuerpo y espíritu, los cuales son de Dios. El Señor no los puede aprobar mientras usan esos venenos lentos, pero certeros, que arruinan la salud y menos­caban las facultades de la mente. Dios es misericordioso con los que practican este pernicioso hábito ignorantes del mal que les causa, pero cuando el asunto se les presenta en su luz ver­dadera, si continúan practicando su degradante vicio, entonces son considerados culpables delante del Señor.

      Dios exigía que los hijos de Israel practicaran hábitos de estricta limpieza. En caso de la menor impureza debían quedar fuera del campamento hasta la tarde, y sólo podían regresar después de lavarse. En ese vasto ejército no había nadie que usara tabaco. Si hubiera habido, habría sido obligado a escoger entre renunciar a la maldita hierba o abandonar el campamen­to. Y después de lavarse bien la boca, hasta librarse del último vestigio de tabaco, se le habría permitido de nuevo mezclarse con el pueblo de Israel.

       La contaminación del tabaco, una ofensa para Dios

      A los sacerdotes que administraban las cosas sagradas, para que no profanaran el santuario, se les ordenaba lavarse los pies y las manos antes de entrar en el tabernáculo, a la presencia de Dios, para intervenir por Israel. Si los sacerdotes hubieran en­trado en el santuario con sus bocas contaminadas con tabaco, sin lugar a dudas habrían corrido la misma suerte de Nadab y Abiú. Y a pesar de eso, hay profesos cristianos que se postran a adorar a Dios en sus cultos familiares con sus bocas sucias con la inmundicia del tabaco...

       Se requiere una estricta limpieza

      Algunos hombres que han sido apartados por la imposición de las manos para administrar las cosas sagradas, a menudo pasan al púlpito con sus bocas contaminadas, sus la­bios manchados y el aliento mancillado por el tabaco. Deben hablar a la gente en lugar de Cristo. ¿Cómo podría un Dios santo aceptar un servicio tal, cuando exigía que los sacerdo­tes de Israel realizaran preparativos tan especiales antes de llegar delante de su presencia, para no ser consumidos por su infinita santidad por deshonrarlo, como en el caso de Nadab y Abiú? Estos ministros pueden tener la seguridad de que el poderoso Dios de Israel es todavía un Dios de limpieza. Ellos profesan servir a Dios mientras practican la idolatría y hacen un dios de sus propios apetitos. El tabaco es su ídolo acariciado, y a él le rinden toda clase de sagrada y alta con­sideración. Profesan adorar a Dios a la vez que quebrantan el primer mandamiento. Tienen dioses ajenos delante del Señor. “Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” (Isa. 52:11).

      Dios requiere hoy la misma limpieza del cuerpo y pureza del corazón que le exigía al pueblo de Israel. Si Dios era tan estricto acerca de la limpieza con ese pueblo que peregrinaba por el desierto, que pasaba casi todo el tiempo al aire libre, no requerirá menos de nosotros que vivimos en casas techadas, donde las impurezas son más evidentes, y nos hallamos some­tidos a una influencia más insalubre.

      Cuando contemplo a hombres que pretenden gozar de la ben­dición de una santificación completa mientras son esclavos del tabaco, que escupen y ensucian todo lo que se halla a su alrede­dor, me pregunto: ¿Qué aspecto ofrecería el cielo si se permitie­ra entrar en él a los que usan tabaco? Los labios de quienes pro­nunciaran el precioso nombre de Cristo estarían contaminados por el uso del tabaco, saturados de un aliento maloliente y aun el lino de las vestimentas se hallaría impregnado. La persona que ama un ambiente corrompido, está corrompida por dentro. Lo que se ve por fuera indica lo que hay adentro.

      Hay hombres que profesan santidad pero ofrecen su cuerpo sobre el altar de Satanás, y le queman el incienso del tabaco a su satánica majestad. ¿Parece demasiado severa esta declara­ción? La ofrenda debe ofrecerse a alguna deidad. Puesto que Dios es puro y santo, y jamás aceptará nada que degrade su ca­rácter, no puede menos que rechazar este sacrificio inmundo, costoso y profano. Por tanto concluimos que es Satanás quien acepta el honor [Lev. 10:1, 2].

       El hombre es pr opiedad de Cristo

      Jesús sufrió la muerte para rescatar al hombre de las garras de Satanás. Vino para ponernos en libertad por medio de la sangre de su sacrificio expiatorio. El hombre que haya aceptado per­tenecer a Jesucristo, y cuyo cuerpo sea un templo del Espíritu Santo, no se dejará esclavizar por el terrible vicio del tabaco. Sus facultades pertenecen

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