Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

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Consejos sobre la salud - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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disfrutar buena salud con las extremidades siempre frías, pues si en ellas hay poca sangre, habrá demasia­da en otras partes del cuerpo. La perfecta salud requiere una perfecta circulación; pero ésta no se consigue llevando en el tronco, donde están los órganos vitales, tres o cuatro veces más ropa que en las extremidades.

      Un sinnúmero de mujeres está nerviosa y agobiada por­que se priva del aire puro que le purificaría la sangre, y de la soltura de movimientos que aumentaría la circulación por las venas para beneficio de la vida, la salud y la energía. Muchas mujeres han contraído una invalidez crónica, cuando hubie­ran podido gozar salud, y muchas han muerto de consunción y otras enfermedades cuando hubieran podido alcanzar el término natural de su vida, si se hubiesen vestido conforme a los principios de la salud y hubiesen hecho abundante ejer­cicio al aire libre.

      Para conseguir la ropa más saludable hay que estudiar con mucho cuidado las necesidades de cada parte del cuerpo y te­ner en cuenta el clima, el ambiente donde se vive, el estado de salud, la edad y la ocupación. Cada prenda de indumentaria debe sentar holgadamente, sin entorpecer la circulación de la sangre ni la respiración libre, completa y natural. Todas las prendas han de estar lo bastante holgadas para que al levantar los brazos se levante también la ropa.

      Las mujeres carentes de salud pueden mejorar mucho su estado merced a un modo de vestir razonable y al ejercicio. Vestidas convenientemente para la recreación fuera de casa, hagan ejercicio al aire libre, primero con mucho cuidado, pero aumentando la cantidad de ejercicio conforme aumente su re­sistencia. De este modo muchas podrán recobrar la salud y vi­vir para desempeñar su parte en la obra del mundo.

      No se valora debidamente el poder de la voluntad. Mantengan despierta y encaminada con acierto la voluntad, e impartirá energía a todo el ser y se constituirá en una ayuda admirable para la conservación de la salud. La voluntad tam­bién es poderosa en el tratamiento de las enfermedades. Si se la emplea debidamente, podrá gobernar la imaginación y ser un medio potentísimo para resistir y vencer la enfermedad de la mente y del cuerpo. Al ejercitar la fuerza de voluntad para ponerse en armonía con las leyes de la vida, los pacien­tes pueden cooperar en gran manera con los esfuerzos del médico para su restablecimiento. Son miles los que pueden recuperar la salud si quieren. El Señor no desea que estén enfermos, sino que estén sanos y sean felices, y ellos mismos deberían decidirse a estar bien. Muchas veces los enfermizos pueden resistir a la enfermedad negándose sencillamente a rendirse al dolor y a permanecer inactivos. Sobrepónganse a sus dolencias y emprendan alguna ocupación provechosa adecuada a sus fuerzas. Mediante esta ocupación y el libre uso de aire y sol, muchos enfermos macilentos podrían recu­perar salud y fuerza.–El ministerio de curación, págs. 189, 190 (1905).

      La inactividad es la mayor maldición que pueda caer so­bre la mayoría de los inválidos. Una leve ocupación en traba­jo provechoso que no recargue la mente ni el cuerpo, influye favorablemente en ambos. Fortalece los músculos, mejora la circulación y le da al inválido la satisfacción de saber que no es del todo inútil en este mundo tan atareado. Poca cosa podrá hacer al principio; pero pronto sentirá crecer sus fuerzas, y au­mentará la cantidad de trabajo que produzca.–El ministerio de curación, pág. 183 (1905).

      En la creación el Señor concibió que el hombre fuera activo y útil. No obstante, muchos viven en este mundo como máquinas inútiles, como si apenas existieran. No iluminan el camino de na­die ni son una bendición para nadie. Viven sólo para ser una carga para los demás. Son nulos en cuanto a su influencia en favor del bien; pero tienen peso en favor del mal. Observen de cerca la vida de esas personas y apenas encontrarán algún acto de benevolen­cia desinteresada. Cuando mueren, su recuerdo muere con ellos. Su nombre pronto perece, por cuanto no pueden vivir ni aun en el afecto de sus amigos por medio de una bondad sincera y ac­tos virtuosos. Para esas personas la vida ha sido un error. No han sido mayordomos fieles. Olvidaron que su Creador tiene derechos sobre ellos, y que desea que sean activos en hacer el bien y en bendecir a otros con su Influencia. Los intereses egoístas atraen la mente y llevan a olvidarse de Dios y del propósito de su Creador.

      Todos los que profesan ser seguidores de Jesús debieran considerar que tienen el deber de preservar su cuerpo en el mejor estado de salud, con el fin de que su mente pueda estar lúcida para comprender las cosas celestiales. Es necesario con­trolar la mente porque tiene una influencia muy poderosa sobre la salud. La imaginación con frecuencia engaña y, cuando se la complace, acarrea serias enfermedades. Muchos mueren de enfermedades mayormente imaginarias. Conocí a varios que se han acarreado enfermedades reales por la influencia de la imaginación...

      Algunos temen tanto al aire que envuelven su cabeza y cuerpo de modo que llegan a parecer momias. Permanecen sentados a la casa, generalmente inactivos, temiendo agotarse y enfermarse si hacen ejercicio, ya sea en el interior o al aire libre. Podrían hacer ejercicio al aire libre en los días agrada­bles, si sólo pensaran así. La continua inactividad es una de las mayores causas de debilidad del cuerpo y la mente. Muchos de los que están enfermos debieran gozar de buena salud, y poseer así una de las bendiciones más ricas que podrían disfrutar.

      Se me ha mostrado que muchos que aparentemente son débiles, y siempre quejosos, no están tan mal como ellos se imaginan. Algunos de éstos tienen una voluntad fuerte, que ejercida correctamente, sería un potente medio para controlar la imaginación y así resistir la enfermedad. Pero con demasia­da frecuencia la voluntad se ejercita de un modo equivocado y obstinadamente se niega a entrar en razón. Esa voluntad ha decidido el asunto; son inválidos, y quieren recibir la atención que se presta a los inválidos, sin considerar la opinión de los demás.

      Se me ha mostrado a madres que son gobernadas por una imaginación enferma, cuya influencia sienten el esposo y los hijos. Deben mantener las ventanas cerradas porque a la madre le molesta el aire. Si ella siente frío, y se abriga, piensa que sus niños deben ser tratados de igual modo, y así roba el vigor físico a toda la familia. Todos quedan afectados por una mente, perjudicados física y mentalmente por la imaginación enferma de una mujer que se considera a sí misma la norma para toda la familia. El cuerpo se viste de acuerdo con los caprichos de una imaginación enferma y se lo sofoca bajo una cantidad de abrigo que debilita el organismo. La piel no puede cumplir su función: el hábito de evitar el aire y el ejercicio cierra los poros, los pequeños orificios por los cuales el cuerpo respira, e imposibilita la expulsión de las impurezas a través de ese ca­nal. El peso de esta labor recae sobre el hígado, los pulmones, los riñones, etc., y esos órganos internos se ven obligados a hacer el trabajo de la piel.

      Así las personas se acarrean enfermedades por causa de sus hábitos equivocados; a pesar de la luz y el conocimiento, insis­ten en su proceder. Razonan del siguiente modo: “¿No hemos probado? Y ¿no entendemos por experiencia el asunto?” Pero la experiencia de una persona cuya imaginación está errada no debiera tener mucho valor para nadie.

      La estación que más debiera temer el que se allega a estos inválidos es el invierno. Es por cierto invierno, no sólo afuera sino en el interior, para los que se ven obligados a vivir en la misma casa y dormir en la misma habitación. Estas vícti­mas de una imaginación enfermiza se encierran en el interior y cierran las ventanas, porque el aire afecta sus pulmones y su cabeza. Su imaginación es activa; esperan pasar frío y por eso pasan frío. No hay modo de hacerles entender que no comprenden el principio que rige estos casos. Objetan: “¿No lo hemos comprobado?”. Es verdad que han compro­bado un aspecto de la cuestión –al insistir en su proceder–, y es verdad que pasan frío si se exponen en lo más mínimo. Son tiernos como bebés, y no pueden soportar nada. Sin

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