Las contradicciones de la globalización editorial. Johan Heilbron
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Porcentaje de producción exportada en el 2006: 55 %108.
Las primeras coediciones en Écrits des Forges se remontan, también, a mediados de los años ochenta. En 1985, el editor firmó un primer acuerdo con Castor Astral, varios autores de la editorial participaron en el Mercado de la Poesía de París y Gaston Bellemare lanzó el Festival Internacional de Poesía en Trois-Rivières. Durante los diez primeros años se realizaron acuerdos principalmente con editores francófonos, lo cual implicó, además, poner en el mercado productos derivados de la poesía (casetes de audio, afiches, camisetas, entre otros). A partir de 1991, Gaston Bellemare viajó todos los otoños a México. En 1992 editó por primera vez un título de un poeta mexicano. En 1996 lanzó su primera antología bilingüe francés-español que fue vendida en ambos mercados. Aunque sus principales socios siguieron siendo francófonos, los contratos se extendieron también a Finlandia, Eslovenia, Rumania y Cataluña. Implementó diversas modalidades, que no siempre incluían la coimpresión. Según Gaston Bellemare, desde hace tres o cuatro años, varios socios, en particular aquellos localizados en países alejados (como Colombia o México) o en desarrollo (de África o de Europa del Este), prefieren recibir los archivos electrónicos e imprimir el título de manera separada, con lo cual suprimen los costos de transporte, de cambio y de aduana.
Écrits des Forges privilegia un tipo muy particular de coedición, fundado en una reciprocidad directa e inmediata. Si la editorial compra los derechos de traducción de un título de un poeta mexicano, el editor de ese poeta debe comprar, a cambio, los derechos de traducción de un título de Écrits des Forges. No se trata de una simple cesión de derechos, en la medida en que los editores trabajan en conjunto y comparten los costos de producción. De cierta manera, podría verse allí una suerte de trueque, de intercambio por donación y contraprestación, práctica que, como lo mostró Pierre Bourdieu, subsiste en los ámbitos de la economía de los bienes simbólicos109. Según Gaston Bellemare, esta forma de coedición constituye un acto de bibliodiversidad en primer nivel para los autores, los editores y los lectores110. Para él, esta reciprocidad es esencial, la coedición «en un único sentido no es más que colonialismo»111.
Del estudio de estos discursos sobre la coedición y de las prácticas mismas se pueden extraer varias observaciones. En primer lugar, la experiencia de estos tres editores basta para mostrar que la coedición puede tomar múltiples formas, que van desde el doble etiquetado con una tirada y, por tanto, un producto final común (Leméac y Écrits des Forges), al doble etiquetado sin tirada común (Écrits des Forges) o a la publicación de ediciones paralelas (Boréal). A medida que se diluyen los signos tangibles de la asociación, la coedición llega a confundirse con la cesión de derechos. La única distinción (para el observador externo) será la adición de una nota muy discreta: «En coedición con…», en una página que los lectores casi no leen (la página legal), a condición, por supuesto, de que esta adición sea imperativa y sistemática, lo que queda por definir. ¿Este desplazamiento y la ambigüedad que implica son el signo de un uso abusivo del término coedición por parte de algunos profesionales o bien el de una evolución de las prácticas? Este estudio nos lo dirá a continuación.
Aunque los editores quebequeses practican y piensan la coedición de diferentes maneras, todos coinciden en un punto: la valorización sistemática de esta estrategia. Todos los discursos, al menos los discursos públicos sobre la coedición abordan esta práctica en términos extremadamente positivos. En resumen, la coedición es necesaria, es deseable y debe ser fomentada. Sin embargo, la coedición de la que se habla en estos discursos remite, por lo general, a una realidad bastante precisa en tres aspectos. En primer lugar, es considerada ante todo en relación con otros países francófonos, en particular Francia. En otras palabras, al hablar de coedición en Quebec, se está remitiendo a acuerdos con otros editores de lengua francesa. La coedición con editores de otras lenguas suele ser mencionada en un segundo plano, y solo desde hace algunos años. Asimismo, estos discursos asocian la coedición sobre todo al ámbito de la literatura. Aparte de escasas menciones que aparecen en la prensa profesional, los nombres citados como ejemplo son los de los editores literarios (Leméac, Boréal o Écrits des Forges). Esta asociación entre coedición y literatura la ratificó un informe sobre las relaciones Francia-Quebec, realizado por el Ministerio de Relaciones Internacionales de Quebec en el 2002:
En lo que atañe a la coedición, Francia goza, también ahí, de un estatus privilegiado. Para el periodo 1995-1998, se registraron 714 coediciones entre editores quebequeses y socios extranjeros. La mayoría (58 %) tenía que ver con editores franceses, es decir, alrededor de cien ediciones por año. Los ámbitos de la literatura (novelas, relatos, literatura juvenil) y de ciencias humanas (ensayos, psicología, religión) se han visto afectados particularmente por este tipo de asociación. Las coediciones Leméac-Actes Sud constituyen el 56 % de las asociaciones franco-quebequesas, y la colaboración entre los dos editores se sostiene notablemente de un año al otro. Aunque editoriales quebequesas como Hurtubise (literatura juvenil, libro escolar), Novalis (religión), Bellarmin (religión), Edisem (ciencias) han coeditado con sociedades francesas una decena de títulos a lo largo de este periodo, hay pocas alianzas del tamaño de la de Leméac-Actes Sud112.
Leméac aparece entonces a los ojos de los actores oficiales de la cultura como el principal representante y pionero de la coedición en Quebec, aunque, según las evidencias (y la misma definición de coedición) Écrits des Forges, por ejemplo, ha publicado tres veces más títulos en coedición que Leméac junto con Actes Sud. Pero el editor de Trois-Rivières y sus socios extranjeros son quizá demasiado marginales como para ser erigidos como modelos. Esta visión prevalece en la esfera universitaria, en la cual el único estudio a profundidad trata, también, de la asociación Leméac-Actes Sud113. Sea causa o efecto, según una definición análoga a la dada por Pierre Filion, la Biblioteca y Archivos Nacionales de Quebec (Bibliothèque et les Archives Nationales du Québec [banq]) dictaminó que todo título que llevara la marca de varios editores en la cubierta contaba como coedición. Así, las colaboraciones editoriales menos ostentosas, donde los editores comparten los costos de producción, aunque sin inscribir sus dos marcas sobre el libro, o bien las que mencionan discretamente el nombre del colaborador en la página legal, no se tienen en cuenta dentro de las estadísticas114. La lógica es la misma a nivel federal. El Programa de Ayuda al Desarrollo de la Industria de la Edición (Programme d’Aide au Développement de l’Industrie de l’Édition [padié]) del Ministerio del Patrimonio Canadiense considera una coedición toda «inversión financiera conjunta de al menos dos editoriales para concebir, realizar e imprimir una obra o una colección que lleve la marca respectiva de las editoriales participantes y destinada a ser vendida en su mercado respectivo»115. Sobre la base de esta definición, las instancias gubernamentales hacen el inventario anualmente del número de títulos publicados en coedición. Según los últimos informes116, la coedición estaría disminuyendo desde hace algunos años. Teniendo en cuenta lo que se ha venido tratando, hay que concluir que lo que disminuye no es tanto la colaboración editorial, como la estrategia del doble etiquetado. Los títulos coeditados inventariados por la banq se clasifican según dos categorías: coediciones Quebec-Quebec y coediciones Quebec-extranjero. En el 2006, la primera categoría contaba 96 títulos y la segunda, 185 (Leméac-Actes Sud representaba el 38 % de esos 185 títulos).
Mencionemos, por último, que la coedición siempre ha estado presente como una estrategia de exportación, una manera de difundir la literatura nacional en el extranjero. Incluso Gaston Bellemare, que defiende y practica la coedición de «ida y vuelta», no escapa del todo a la regla. Ante la pregunta «¿por qué coeditar?», planteada por un profesor de la Universidad de Sherbrooke, como introducción a una conferencia sobre el tema, pronunciada ante un grupo de estudiantes, el editor responde espontáneamente: «Para vender los libros». Solo en un segundo momento, luego de haber explicado la manera como la coedición permite bordear los límites inherentes al mercado quebequés (pocos lectores, largas distancias, tarifas exorbitantes impuestas por Poste Canada, presencia masiva de libros franceses en las librerías), el editor abordará la cuestión de la reciprocidad de los intercambios culturales, como si esta faceta se derivara de alguna manera de la anterior.
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