La democracia amenazada. Paz Consuelo Márquez Padilla
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En su libro, titulado justamente El contrato social, Rousseau trata de encontrar la legitimidad del gobierno y concluye que sólo en la medida en que éste es el producto de un contrato social, suscrito por ciudadanos racionales y libres, nos vemos obligados a obedecernos a nosotros mismos al crear un orden político; al acatar la voluntad general, la persona no está más que sometiéndose a sí misma (Rousseau, 1952: 391-396). Todos los habitantes están bajo la autoridad de la voluntad general.
Si bien los ciudadanos pueden tener intereses particulares, se los debe obligar a obedecer la voluntad general, que encarna el bien común. En otras palabras, las personas “serán obligadas a ser libres” (Rousseau, 1952: 393). Esto es, pierden su liberad natural que les permitía hacer todo lo que querían, pero al mismo tiempo adquieren la libertad civil y, con ella, la propiedad sobre sus bienes. Cuando obedecemos una ley a la cual nosotros mismos nos hemos obligado, entonces estamos expresando nuestra libertad. Aunque es cierto que los individuos tienen, de hecho, diferentes capacidades, tanto físicas como intelectuales, se tornan iguales por el establecimiento del convenio y por la aplicación de las leyes. La soberanía es indivisible y recae en el pueblo. La voluntad general no se debe aplicar en forma particular: “No hay nada más peligroso que la influencia de los intereses privados en los asuntos públicos” (Rousseau, 1952: 410).
Rousseau analizó los problemas de una democracia directa en donde todos los ciudadanos, o la mayoría, gobiernan y se reúnen todo el tiempo para tomar las decisiones. Argumenta que en realidad el sistema es más eficiente cuando son menos los ciudadanos que toman las decisiones, porque se obtiene un acuerdo más fácilmente. Nos previene de los peligros de la democracia debido a que no todas las personas tienen las virtudes que requiere la república: “Si hubiera un pueblo de dioses, su gobierno sería democrático. Un gobierno tan perfecto no es para los hombres” (Rousseau, 1952: 411). Piensa que, en realidad, eran gobiernos mixtos los que existían, y advertía de los peligros de transitar a las dictaduras cuando los intereses particulares dominaban.
Tanto los federalistas como Rousseau, que eran los proponentes de una nueva forma de gobierno democrática, por un lado ensalzaban a la democracia como la mejor forma de gobierno posible, pero por otro se daban cuenta de los peligros que existían y de los cuales la tenían que defender. Partían de una idea del individuo que busca en primer término el poder y satisfacer sus propios intereses, lo cual trae como consecuencia la formación de facciones que intentan imponerse a la voluntad general. Por esta razón nos ofrecen una compleja arquitectura institucional para los gobiernos democráticos, con la finalidad de evitar la concentración del poder y su utilización para fines particulares: representación con elecciones periódicas, información para la toma de decisiones adecuada, gobiernos federales y estatales, y separación de poderes son sólo algunas de sus características.
Para resolver el problema del orden, proponen un gobierno democrático que tenga como centro la protección del individuo y sus propiedades. Es decir, se alejan de las propuestas anteriores del derecho divino o del poder absoluto como las únicas formas de lograr preservarlo y, por lo tanto, proteger la vida de las personas. Tanto en los federalistas como en Rousseau encontramos la preferencia por el término república, en lugar de democracia. Una forma de gobierno que se legitima porque los propios individuos deciden aceptarla y, por lo tanto, que obedecen para sobrevivir, y cuya arquitectura institucional pone límites para proteger los derechos de los individuos.
Efecto de la estructura de la sociedad sobre la democracia
Alexis de Tocqueville realizó, sin duda, la investigación más profunda que a la fecha se conoce sobre la democracia estadounidense. Este autor destaca el carácter social de la participación como una forma de construir la democracia moderna. En particular, resaltó el papel de las asociaciones dentro de la sociedad, y de los grupos intermedios y clases medias, como también se los ha llamado, que dan paso a una sociedad pluralista, la cual se expresa mejor en un sistema político democrático. Asimismo, resalta la importancia de la vida cívica.
Particularmente Tocqueville, al contrastar la realidad estadounidense con la europea, destacó las prácticas sociales igualitarias que descubrió en Estados Unidos. Encontró en ese país una cultura social de participación y asociación en la cotidianidad que necesariamente conllevaba una vida política participativa y una cultura política más rica, igualitaria y que exige al gobierno respuestas a sus demandas ciudadanas (Tocqueville, 1984). Ésta es sin duda una de sus mayores aportaciones en relación con la democracia. No se concentró solamente en el análisis del sistema político como tal, sino que puso el acento en la configuración social estadounidense, ya que comprobó una situación de igualdad de condiciones como una realidad generadora de democracia. Finalmente, observó el gran número de asociaciones en las que participan estos ciudadanos.
La gran cantidad de sectas y religiones que proliferaron en la nueva nación les enseñó a sus habitantes el valor de la libertad. El puritanismo infundió en la población estadounidense, conformada en una amplia proporción por europeos que huyeron de sus países por la intolerancia religiosa, la conciencia de la responsabilidad ética del individuo ante sí mismo y del compromiso cívico ante la comunidad. El puritanismo repudiaba el absolutismo y estableció asambleas representativas como una “democracia de los elegidos y los justos”, quienes se regían por la idea de la soberanía popular. El individuo es el único juez del interés particular; en este sentido, la sociedad no tiene el derecho de dirigir sus acciones (Tocqueville, 1884: capítulo v). Para no caer en la anarquía, la sociedad tiene que someterse a la representación de la autoridad y todos deben obedecer las leyes. Este filósofo viajero observó en el nuevo mundo una situación de igualdad social nunca vista por él en Europa. Al mismo tiempo, comprobó que sus habitantes eran libres para establecer sus asambleas y elegir a sus representantes, sobre todo en el Oeste, donde se implantó más el igualitarismo. La diferencia intelectual es decretada e implementada por Dios, por lo tanto, siempre se establece una desigualdad económica, sobre todo en un país con gran amor al dinero. La población en general obedece al gobierno, no porque sus miembros sean de naturaleza inferior a sus representantes ni porque no sean capaces de gobernarse a sí mismos; lo obedece porque esa unión le parece útil, por seguridad pública, una alianza que no podría existir sin un poder regulador. Ahora bien, Tocqueville observa que de todas formas en Estados Unidos el gobierno está muy descentralizado (Tocqueville, 1884: capítulo v).
Lo ayudaron mucho a Estados Unidos sus costumbres, sus hábitos y que no tuviera vecinos amenazantes. Sus habitantes acostumbraban asociarse con gran frecuencia por diferentes razones: seguridad pública, comercio, industria, por motivos religiosos, por espíritu de participación democrática. Le temían al despotismo de la mayoría: “A los ojos de la democracia, el gobierno no es un bien, sino un mal necesario” (Tocqueville, 1884: 219). El sistema democrático no busca la prosperidad de todos, sino sólo la del mayor número.
Finalmente, este pensador reconoce el avance de una revolución democrática que es inevitable; sin embargo, subraya el peligro de que pueda convertirse en una tiranía de la mayoría, lo cual sucede, según él, cuando se otorga demasiado peso a la soberanía popular. La mayoría puede constituirse en un peligro para la república; por ello propone que son las asociaciones cívicas las únicas organizaciones sociales que pueden impedir el potencial despotismo.
Críticas clásicas a la democracia
A lo largo del siglo XIX se fueron estableciendo los regímenes democráticos en el mundo, y paulatinamente también