La armonía. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Cuando estuve en los Pirineos, en los meses de octubre y noviembre, el aire era puro y el sol brillaba como en primavera. Constaté entonces que no tenía mucha necesidad de comer: me sentía alimentado por el aire, por el sol. Comía, de todos modos, una vez al día, para no poner en peligro el organismo, pero no sentía mucha necesidad de hacerlo. Entonces pensé que podía volver a hacer una experiencia que ya había hecho en el pasado: ayunar durante varios días. ¡Hice unos descubrimientos increíbles! Incluso ayunando, leía, meditaba, escribía, pero también trabajaba durante horas cavando y podando para arreglar el terreno. Durante estos dos meses seguí mirando la salida del sol. Sí, hasta el mes de diciembre. Pero era, sobre todo, antes de la salida del sol, cuando el cielo tenía unos colores extraordinarios: dorado, anaranjado, rosa… Los filmé. Y una mañana, incluso, todo el cielo tenía color rosado hasta el oeste; es una cosa que nunca había visto. Pero el aire puro, el cielo sin nubes, la vista de las montañas, la paz, el silencio, la soledad, los pensamientos de amor que enviaba por todas partes, todo eso me alimentaba. ¿Veis? Esto demuestra lo poco conocido que es aún el ser humano.
Creedme, si aceptáis mi filosofía, tendréis grandes resultados. Muchos hermanos y hermanas me dicen: “Maestro, cuando estamos con usted, pensamos, sentimos, actuamos de otra manera, no hay problemas y todo marcha bien. Pero en cuanto nos alejamos unos días, o unas semanas, ya no es lo mismo: nos volvemos a encontrar con la realidad prosaica y no queda casi nada de lo que hemos oído, ya no creemos en lo que usted nos ha dicho...” Y yo respondo que estas experiencias yo también las he hecho: pero si estoy con vosotros es para llevaros a aceptar ciertas verdades… y no sólo para aceptarlas mientras estáis conmigo, sino para esforzaros en mantenerlas durante el mayor tiempo posible.
La vida es muy dura… ¿A quién se lo decís? Siempre hay que luchar, siempre hay que plantar cara, y nos cansamos. Lo sé, la vida es muy difícil. De momento no os explicaré por qué es así, pero yo estoy con vosotros para haceros comprender que, si aceptáis estas ideas nuevas y la luz de esta Enseñanza, os volveréis más fuertes, más animosos, y la paz y la esperanza se instalarán en vosotros. Haced pues esfuerzos para mantener este estado, y decid: “Ya sé que no podré escapar nunca a la realidad, pero debo aferrarme para estar vigilante el día en que vengan las horas bajas, los desánimos y los malos pensamientos. Ocurra lo que ocurra no cederé, no descenderé, no perderé mi llama, mi entusiasmo y mi esperanza...” Aferraos a las verdades que os he dado, tomad algunas bocanadas de oxígeno, y después, afrontad la realidad. Entonces os volveréis fuertes y poderosos, os volveréis una fuente de vida. ¿Acaso no es esto mejor?
Sí, pero por el momento todavía no se ha llegado hasta ahí. Decís: “¡Ah! ¡he comprendido! Ahora seré fuerte… ¡Vais a ver lo que es bueno!” Pero llegan los acontecimientos y capituláis, estáis por los suelos, y decís: “¡Amén!” Después volvéis aquí y tenéis vergüenza, claro, de haber sido tan débiles, y os erguís diciendo de nuevo: “¡Vais a ver lo que es bueno!” Sí, hasta la próxima vez... Lo más sensato, pues, es intentarlo de nuevo hasta que os volváis inquebrantables. Claro que no mataréis todos los microbios, ni sanearéis todas las ciénagas, ni cambiaréis a la gente, pero ya no os ahogaréis, ¡nadaréis! Eso es la Enseñanza: saber nadar. Y suceda lo que suceda, acordaos de que sois inmortales y de que Dios lo ha depositado todo en vosotros. Si lo olvidáis, se acabó.
Mis queridos hermanos y hermanas, ¡comprendedme bien!… Pero diréis: “Le comprendemos… Le comprendemos…” No, todavía no tenéis esta comprensión que yo quiero. Comprenderme quiere decir ser inquebrantable. Algunos lo son, sí, pero los demás… En cuanto están con la masa, o ante los almacenes bien surtidos – sobre todo en la época de Navidad – se acabó su filosofía. No hacen más que pensar: ¡Ah! Si pudiese tener eso... y eso... y eso... E, inmediatamente, es como si ya no tuvieran fe, ni religión, ni divinidad. ¿Creéis acaso que yo no he visto tiendas? ¡Si supieseis!... Pero cuando las veo, digo: “¡Es magnífico! ¡Es maravilloso! Pero es para los demás... no es para mí. Para mí hay otras cosas, en otra parte...”
Lo único que me interesa es esta filosofía que os transmito pacientemente y que os da todas las posibilidades de desarrollaros hasta el infinito. Por otra parte, todas las filosofías que no reconocen al hombre esta posibilidad de evolucionar hasta el infinito no pueden aportarle más que depresiones y enfermedades, o le hacen perder, en todo caso, el sentido de la vida, con lo que ya no le queda otra cosa que desaparecer. Éste es el resultado de la ciencia y de la filosofía materialista, para las que el hombre no es más que una máquina, polvo. Pero nuestra Enseñanza, que es la Enseñanza divina, os aporta los elementos espirituales y estudia su acción sobre el sistema nervioso, sobre la circulación, sobre el aura, etc. Más tarde, los sabios estudiarán también estos elementos, pero los Iniciados empezaron por ellos.
Para resumir, digamos que, excepto la quimioterapia y la celuloterapia, podéis utilizar todas las terapias, pero poner en primer lugar la terapia del sol (¡llamadla helioterapia, si queréis!): mirar la salida del sol, conectarse con él y recibir todas las partículas que envía. La ciencia no ha descubierto todavía los elementos etéricos con los que están cargados los rayos de sol. Sin embargo, aunque no haya llegado aún a los elementos más sutiles, la medicina ha comprendido ya que las partículas imponderables son las más importantes para el organismo. Tras haber tratado de curar remediando los trastornos digestivos, circulatorios, respiratorios, eliminatorios, etc… es decir, ocupándose de los órganos, ha acabado descubriendo las glándulas endocrinas, cuyas secreciones imperceptibles excitan o bloquean las demás funciones.
Pero la cosa no ha acabado. El sistema endocrino no es el último descubrimiento, porque las glándulas endocrinas dependen, ellas mismas de órganos más sutiles… hasta llegar al pensamiento. Es pues como si en el pensamiento hubiese unas glándulas que gobernasen el conjunto del organismo. Desde el pensamiento hasta los órganos hay todo un sistema jerarquizado que la ciencia descubrirá un día. Sí, pienso que las glándulas endocrinas no son lo más importante puesto que dependen también de otras funciones. A través de sus pensamientos y sus sentimientos el hombre actúa sobre su sistema glandular, y el organismo sufre o, al contrario, se restablece; y tampoco son las glándulas endocrinas las únicas responsables de que crezca o deje de crecer, de que adelgace o engorde.
Pero es interesante, de todos modos, ver que la ciencia trabaja ahora con elementos cada vez más sutiles. También en medicina, la homeopatía utiliza remedios hasta la 31 dilución centesimal; parecería que ya no debería haber nada, pero sí, todavía hay algo. Los físicos también descubren aspectos cada vez más sutiles de la materia: tras los protones y los neutrones, los mesones y los neutrinos. Cuando hayan llegado a los elementos etéricos, descubrirán las energías y las partículas aún desconocidas que vienen del sol, y toda una ciencia se desarrollará en torno a los rayos del sol. E incluso en lugar de comprar las vitaminas en las farmacias, se tomarán cerca del sol. Las vitaminas que encontramos en las farmacias no pueden ser perfectamente asimiladas por el organismo y es mejor por tanto tomarlas de las frutas y las verduras en las que el sol las ha depositado. Todavía no se saben todas las propiedades que poseen las legumbres más corrientes como las cebollas, los puerros, los rábanos, etc… Incluso hay que comer las hojas de los rábanos porque son sabrosas y más nutritivas que los rábanos mismos. Y los nabos también son excelentes. Para decir que alguien es tonto se dice: “Es un nabo...” Eso no está bien, vejamos al nabo, porque eso prueba que lo consideramos como muy inferior. ¿Veis?, ¡voy a hacerme ahora abogado del nabo!...
Pero, seamos serios. Para terminar, os diré que si sabéis respirar, beber, comer, tomaréis las vitaminas en todas partes en donde el sol las ha depositado, porque lo más importante es el estado en el que recibís las cosas. Si no estáis en un buen estado, podréis tomar vitaminas todo el día sin lograr reforzar vuestro organismo. Y hasta quizá provoquéis trastornos en alguna parte, en la digestión o la circulación. La medicina no ha insistido nunca en la importancia del estado de conciencia, de la actitud interior