La armonía. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Al lado de la inmensa cantidad de los que trabajan para la destrucción y formando montañas de dificultades y de oscuridad, apenas se encuentra un puñado de hombres que comprenden que hay que unirse para trabajar en apartar todas las enfermedades, todas las guerras, todas las desgracias. Y estos pocos hombres no son capaces de luchar contra la influencia nociva de los demás. Siempre he dicho que la cantidad es muy importante: la cantidad de aquéllos que son buenos, puros, que están en la luz y son capaces de participar en la formación de una fraternidad universal cuyas decisiones pesarán en las balanzas del mundo. Pero en vez de comprender y de unirse para transformarlo todo, en vez de participar en esta obra formidable, la mayoría de los humanos se quedan ahí, individualistas, separados, aislados, y sólo trabajan para ellos mismos.
Y si, por ejemplo, los hermanos que vayan a venir a plantar estos almendros trabajan también para que les recompensen, para que les digan: “¡Ah! ¡Sois valientes, sois magníficos!”… es que no son desinteresados. Los verdaderos espiritualistas trabajan por una idea, por una idea divina, y es esta idea la que les recompensa, porque esta idea, que está en conexión con el Cielo, ya es todo un mundo; trabajan para una idea, y esta idea se encarga de aportarles el gozo, el entusiasmo, la esperanza. Si no tenéis una idea divina por la que trabajar, aunque os paguen, no tendréis ni gozo ni felicidad porque no estáis conectados con el Cielo. Mientras que si trabajáis por una idea, aunque no os den las gracias, aunque no reconozcan lo que hacéis, os sentiréis siempre en la plenitud. Debéis comprender eso. Poned una idea divina en vuestra cabeza, trabajad para una idea divina, y veréis lo que esta idea hará por vosotros: mejorará toda vuestra existencia, os prolongará incluso la vida.
¡Yo trabajo para una idea! Si soy diferente de la mayoría de la gente, no es porque sea más inteligente, o más fuerte, o más rico, o más sabio, no, ¡hay tantos que me superan en todos los terrenos!, sino porque trabajo por una idea, así de sencillo. Pero tratad de hacer comprender a la gente el poder y la eficacia de una idea, cómo actúa, ¡cómo vive! Mis queridos hermanos y hermanas, no hay nada más poderoso y más estimulante que una idea divina, creedme. Os estoy hablando de lo que ya he verificado por mí mismo. Todo lo que os digo, lo extraigo de mis propias experiencias.
Algunos de los que vienen aquí, mientras piensan que hay conocimientos que aprender, o que pueden encontrar alguna chica bonita, son asiduos, entusiastas… Pero cuando han llegado a obtener lo que querían, piensan que ya no vale la pena seguir en la Enseñanza y la abandonan. Así pues, no trabajan por una idea desinteresada, trabajan para ellos mismos. Y los que vienen por mí, porque me encuentran simpático, o yo que sé, pues bien, tampoco es seguro en este caso porque el día en que yo ya no sea exactamente como les gusta que sea, me abandonarán. Yo quiero que vengan por la idea de la Enseñanza, por esta filosofía, porque han comprendido que no deben estar aquí ni por mí, ni por ellos, ni por tal o cual persona, sino para contribuir al bien del mundo entero, para que esta idea de la Fraternidad Blanca Universal sea reforzada, alimentada, y llegue hasta las fronteras de la humanidad. Algunos sólo vienen a la Fraternidad cuando estoy aquí; eso prueba que no se puede contar con ellos, y no me siento demasiado halagado por su actitud. Si creéis que estoy contento pensando: “¡Ah!, ¡Sólo vienen por mí!”… En absoluto.
Un día Nastradine Hodja entró en una taberna. Como volvía del trabajo, no tuvo tiempo de cambiarse y cuando entró con su viejo traje remendado, nadie se dio cuenta de su llegada, nadie le dijo: “Buenos días, Nastradine Hodja… Toma un poco de café, algún dulce…”, no, nadie, ¡y se enfadó!
Entonces se fue a su casa a ponerse su mejor traje; su abrigo de pieles (en búlgaro lo llamamos kojub), y su kalpak, y volvió a la taberna. Entonces, inmediatamente, se armó un revuelo: “¡Buenos días, Nastradine Hodja!… ¡siéntate, Nastradine Hodja!… ¡Traed café y dulces para Nastradine Hodja!…” Entonces Nastradine miró lo que le estaban trayendo, tomó un faldón de su abrigo y le dijo: “¡Toma! Come… bebe… ¡todo eso es para ti!” ¡Qué corte para los otros! Les quiso mostrar que sólo le habían acogido tan bien por su abrigo.
Y para mí, es lo mismo. Se imaginan que me complacen cuando vienen sólo por mí… No, ¡la historia de Nastradine Hodja! Los hermanos y hermanas no se dan cuenta de que este yo para el que vienen no es más que un abrigo. El verdadero Yo no es éste que está ahí, ante vosotros, el verdadero Yo, mi verdadero Yo, es la Enseñanza, porque yo estoy soldado, fundido, identificado con la Enseñanza. Si queréis amarme, amad la Enseñanza, y me amaréis a mí. Yo, no sabéis lo que soy. Algunos hermanos y hermanas me han dicho a veces: “Le hemos sentido en el viento… Le hemos sentido en los árboles…” Sí, estoy por todas partes, en toda la naturaleza. Este cuerpo que está ahí, delante de vosotros, sólo representa una millonésima parte de lo que realmente soy. Lo demás está en otra parte.
Aquéllos que trabajan por una idea son seres fuertes, poderosos, y el Cielo cuenta con ellos. En cuanto a los demás, van a pasearse, un día por aquí y otro día por allá, y no comprenderán nunca nada. Nuestra Enseñanza es una Enseñanza divina, y debemos trabajar para ella sin buscar ser recompensados. Cualquier trabajo que hagáis aquí, en el Bonfin, pensad que lo hacéis por la Enseñanza, para que esta idea se propague, la idea del Reino de Dios en la Tierra, la idea de la armonía y del amor, y entonces, incluso las enfermedades desaparecerán. Sí, y si en la tierra existen verdaderos médicos y verdaderos sanadores, éstos son los Iniciados, porque sin dar medicamentos, van a la fuente de la enfermedad: la ausencia de armonía. Los otros sólo intervienen cuando ya es demasiado tarde. Hay que curar a los humanos antes incluso de que caigan enfermos. Cuando la desarmonía comienza a penetrar en ellos, es decir, el odio, la maledicencia, la maldad, los celos, la rebeldía, se está instalando ya la enfermedad, porque una enfermedad no es otra cosa que un desorden. Y cuando un desorden se encuentra con otro desorden, ¿qué queréis?… ¡hacen buena pareja! Mientras que si la armonía está en vosotros, el desorden no puede penetrar, la armonía se lo impide.
Éstas son unas leyes muy importantes que hay que conocer. Si os interesa verdaderamente vuestra evolución, vuestro fortalecimiento, vuestra victoria definitiva, debéis trabajar para la armonía; armonizar todo vuestro ser con las fuerzas del universo. Todo el poder del discípulo reside precisamente en su voluntad de ponerse en armonía, nadie puede impedírselo; posee la voluntad libre de armonizarse con el cuerpo universal, de alcanzar la cima y de vivir la vida de Dios. Porque el universo entero no es más que una armonía, esta armonía cósmica que se llama la música de las esferas. Yo la he oído; es algo indescriptible que casi no se puede soportar: la sensación de dilatarse en el espacio hasta disolverse en él. Sí, el Cielo me permitió saborear la música de las esferas…
Y ahora, para saber si habéis logrado o no poneros en armonía, es fácil, todo vuestro ser os dirá si cada célula vibra al unísono o si queda en alguna parte alguna nota falsa, alguna disonancia. No es necesario que alguien venga a decíroslo. Es exactamente como cuando tenéis hambre o sed… Después de haber comido y bebido, no tenéis necesidad de que nadie os diga si estáis saciados o si ya no tenéis sed. Y cuando un día logréis obtener este estado de armonía, sentiréis que llegan de todas partes fuerzas formidables que se introducen en vosotros; sentís que irradiáis, que proyectáis partículas, que vuestra aura vibra… Vivís maravillados. Y en cambio, cuando estáis en el desorden, en el estrépito, en el caos, pueden decir que sois magníficos, extraordinarios, lo que quieran, pero vosotros os sentís, en el fondo de vosotros mismos, tan confusos, tan inquietos, tan débiles, que no sabéis dónde meteros, y hasta tenéis vergüenza de presentaros ante los demás.