La armonía. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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La armonía - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Nadie se da cuenta del precio de una sola de mis conferencias. Según vosotros, quizá no valgan nada, pero según el Cielo, nunca tendríais dinero suficiente para pagarlas de tan valiosas que son. Por eso, por otra parte, no pido nada a todos aquéllos que vienen a escucharlas.

      Ahora, mis queridos hermanos y hermanas, vais a saberlo, extraigo todas mis conferencias de esta región en donde oí la armonía celestial, la música de las esferas. Es ella la que me lo explica todo. Por otra parte, no hay tantas cosas que explicar. Realizáis esta armonía y, de repente, lo comprendéis todo: comprendéis la sabiduría de Dios, comprendéis la paz, comprendéis el amor. Cuántas veces algunos de vosotros me han dicho: “ Ayer lo comprendía todo, y ¿por qué ahora no comprendo nada?” Porque han roto esta armonía. Por eso, impregnaos continuamente de la palabra “armonía”, no penséis en ninguna otra, guardadla como una especie de diapasón, y en cuanto os sintáis un poco inquietos y turbados, tomad el diapasón y escuchadlo para sintonizar todo vuestro ser.

      Bonfin, 27 de agosto de 1970

      III

      Lectura del pensamiento del día:

      ”Sumergíos, abandonaos en el silencio como un niño confiado en los brazos de su madre, y la armonía se propagará hasta la menor de vuestras células...”

      Este pensamiento es muy claro, mis queridos hermanos y hermanas, y no pide muchas explicaciones. Acordaos solamente de lo que os dije sobre la armonía: que si trabajamos para crear la armonía, para vivirla y propagarla, no es necesario que nos ocupemos de cada virtud, de cada cualidad en particular. Sí, por primera vez os dije que no hay que ocuparse de desarrollar una virtud en particular porque esto exige mucho tiempo; quizá toda la vida no baste, y ¿cómo haréis, entonces, para desarrollar las demás? Os habréis pasado la existencia para llegar a ser indulgentes, o dulces, o pacientes, y habréis dejado de lado las demás cualidades. Os lo repito, ¡no os ocupéis de tal o cual virtud! Concentraos en la armonía y, de repente, ésta hará germinar en vosotros todas las demás virtudes. Esto es lo que yo hago: dejo a todas las virtudes tranquilas, no quiero llegar a ser generoso, ni paciente, ni indulgente, eso es tiempo perdido; quiero solamente vivir en la armonía y me doy cuenta de que tengo, de repente, todas las demás virtudes, porque esta armonía me obliga a ser inteligente, razonable y comprensivo. Si estáis interiormente perturbados, tratad de ser amables, no lo conseguiréis, precisamente porque vivís en una desarmonía espantosa.

      Ahí tenéis un tema de reflexión. Armonizadlo todo dentro de vosotros y os volveréis capaces de actuar con una sabiduría tal, con una penetración tal, con una inteligencia tal, que os preguntaréis: “Pero, ¿de dónde me viene esto?” Sí, resolveréis las situaciones, encontraréis soluciones y daréis consejos, porque la armonía os instruirá. Y desconfiad de la desarmonía como si fuese el peor enemigo que pudieseis introducir en vosotros porque, después, todo se estropea y ninguna virtud puede ya salvaros.

      Os lo repito, mis queridos hermanos y hermanas, la armonía son todas las cualidades, todas las virtudes juntas. Trabajando con la armonía, tocáis el corazón de las cosas, el Alma universal, el centro, y desde allí, vienen órdenes, corrientes, fuerzas que lo transforman y organizan todo. Cuando no estamos en armonía, cuando estamos crispados, irritados, por mucho que insistamos en querer manifestar por lo menos una cualidad, no hay nada que hacer: todo lo malo que hay dentro de nosotros está ahí para morder, para pinchar, para golpear, para disgregar. Trabajamos, pero no avanzamos mucho, porque hemos descuidado la madre de todas las cualidades, de todas las virtudes: la armonía. En la armonía todo florece, vuestra mirada, vuestra expresión se embellece, vuestros gestos son más mesurados, vuestros pensamientos más inteligentes, vuestras palabras más persuasivas. Se dice que la pereza es la madre de todos los vicios, pero no se habla nunca de la madre de todas las virtudes: la armonía.

      Los músicos, claro, os hablarán de la armonía, y os quedaréis asombrados ante la riqueza y la poesía de su lenguaje; pero no os revelarán su aspecto iniciático, porque ni ellos mismos lo conocen. Desde el punto de vista musical se expresarán maravillosamente, pero yo voy más lejos que el punto de vista musical. Ningún músico os hablará de la armonía en el sentido que os acabo de revelar: la armonía conectada con todas las virtudes, con la perfección, e incluso con la salud. Sí, sobre todo con la salud, porque cada desarmonía mina y carcome vuestra salud. Si los hombres supiesen esto, en vez de perder el tiempo en tratar de curarse, se pondrían inmediatamente a trabajar con todas las entidades y las inteligencias divinas; y solamente después tomarían algunos medicamentos para curarse…

      Cuando comprendáis la importancia de la armonía, día y noche buscaréis cómo crearla, cómo introducirla en todas vuestras células y propagarla por todas partes. Únicamente la armonía puede abriros todas las riquezas, todas las bendiciones, todos los tesoros del Cielo. El Cielo sólo cede al lenguaje de la armonía. Si queréis hablarle, pedirle algo, convencerle de que se ocupe de vosotros, debéis saber que el Cielo no conoce otro lenguaje. Hagáis lo que hagáis, aunque le amenacéis, aunque os neguéis a ir a la iglesia para castigarle, digamos, el Cielo permanece insensible. Pero habladle del lenguaje de la música, es decir, de la armonía que es la música absoluta, la música perfecta, la música por excelencia, entonces el Cielo os escucha y derrama sobre vosotros todas sus bendiciones. En el Cielo no se hablan varias lenguas, sino una sola, la de la armonía, y si sabéis hablarle con esta lengua, el Cielo os responde enviándoos todo en plenitud.

      He ahí aún una cosa que no ha sido bien comprendida, bien asimilada, bien profundizada, lo veo. Los hombres trabajan en muchos otros dominios creyendo que son más importantes, que estarán mucho mejor, a resguardo, protegidos, felices, y dejan de lado la armonía. Conocen, claro, su aspecto teórico, pero lo teórico no actúa sobre nosotros, no es suficientemente poderoso para procurarnos todo lo demás. Quizá hoy me comprendáis mucho mejor porque despierto vuestro interés, porque os muestro las ventajas que obtendréis trabajando con la armonía, noche y día, sin cesar, infatigablemente, sabiendo que únicamente la armonía os aportará todo lo demás: la luz, el amor y, sobre todo, la presencia divina.

      Os lo he dicho, incluso las enfermedades sólo pueden ser curadas con la armonía. Si estáis enfermos, es que mantenéis un desorden dentro de vosotros; habéis alimentado ciertos pensamientos, ciertos sentimientos, ciertas actitudes, y eso se ha reflejado en vuestra salud. ¿Y por qué en tal órgano y no en tal otro? Porque todo está matemáticamente calculado en función de las leyes que hayáis transgredido. Si queréis curaros, sólo debéis pensar en la armonía: día y noche debéis conformaros, armonizaros, sincronizaros, estar acordes, en consonancia con la vida entera, la vida ilimitada, la vida cósmica. Porque, cuando hablo de la armonía, no quiero decir que sea preciso sintonizarse solamente con una o dos

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