La armonía. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Después de los años que habéis estado aquí, deberíais saber trabajar sólo sobre la armonía. Mientras que ahora, cada uno trabaja sobre una pequeña cualidad, sobre una pequeña virtud: la paciencia, la indulgencia, la generosidad, etc… ¡Pero eso son sólo migajas al lado de esta inmensidad que es la armonía colectiva! Evidentemente, está muy bien ser generosos, indulgentes, buenos, dulces, humildes, pero muchos que poseen ya estas cualidades viven aún en la desarmonía, y no se vuelven perfectos con estas cualidades. Hay pues que dejarlas de lado, ni siquiera hay que ocuparse de ellas. Diréis: “¡Pero es horroroso lo que nos aconseja! La religión no nos ha enseñado nunca cosas semejantes…” ¡Dejad también la religión tranquila!… Ocupaos solamente de la armonía porque ella contiene todas las otras cualidades y virtudes…”
Cuando tocáis el corazón, el alma de un hombre, tocáis todo su ser. Tocad su corazón, y todo su ser empieza a sentir que ha sido alcanzado, captado. Para expresar que hemos sido profundamente conmovidos, decimos a menudo: “¡Me ha tocado el corazón!” Hay pues que tocar el corazón, el corazón de las cosas, el corazón del universo. Y el corazón del universo sólo podréis alcanzarlo con la armonía. Gracias a esta armonía, obtendréis todas las cualidades, todas las virtudes. Sin trabajar sobre tal o cual virtud, éstas vendrán hacia vosotros porque habréis tocado el corazón y no sólo la periferia, en alguna parte, allá abajo… Si queréis tocar el corazón del universo, no lo conseguiréis con vuestras pequeñas virtudes de nada. Que seáis avaros o generosos, que estéis nerviosos o tranquilos, que seáis tiernos o duros, todo eso no tiene gran importancia. Existen seres que, con todas las virtudes, no han logrado tocar el corazón del Eterno. Sólo se puede tocar el corazón del Eterno entrando en armonía con Él, vibrando al unísono con Él, es decir, haciendo su voluntad, sometiéndose a Él.3 Aquí es donde la palabra sumisión toma una importancia formidable. Si no sois sumisos con los humanos ignorantes y malvados, no pecáis contra el Eterno, porque no estáis obligados a estar al unísono con todos los idiotas y los criminales de la tierra. Obedeced solamente al Creador, y después la razón os dirá si debéis obedecer a los humanos o no.
Mientras que, actualmente, los humanos han decidido ser libres, independientes, rebelarse, estar en desacuerdo con los proyectos de Dios, con la voluntad, con el pensamiento de Dios, y de ahí vienen todas las desgracias. Porque es, precisamente, el pecado de Lucifer y el de los primeros hombres el que se repite indefinidamente en la humanidad entera. Este deseo de liberarse, de ser anárquicos, de levantarse contra las órdenes del Eterno, es la causa de todas las enfermedades, de todas las desgracias y de todas las guerras. Hay que comprenderlo. Yo lo he comprendido en toda su amplitud. He observado, he analizado, he estudiado, he ido hasta el corazón de las cosas, y he comprendido que la causa, el principio de todos los males, es esta ruptura con la voluntad divina, y puedo deciros en detalle de qué forma se refleja y se manifiesta en todos los dominios. Lo he analizado todo, todo, y es muy sencillo, muy claro, muy fácil de comprender; incluso podemos resumirlo con una sola frase. Ésta: desde que los hombres cortaron la conexión con la armonía celestial, todas las desgracias empezaron a desencadenarse sobre ellos. Y todavía será peor porque se alejan cada vez más, se vuelven cada vez más anárquicos, ya no respetan nada. Sí, todo esto toma unas proporciones espantosas. Por todas partes, incluso en la religión, incluso en las enseñanzas espiritualistas, todos están contaminados por los gérmenes de la anarquía, y esto producirá acontecimientos catastróficos.
E incluso con una Enseñanza como la nuestra que puede acercar cada ser, cada alma, cada corazón, a esta luminosa comprensión, los hombres no están muy dispuestos a comprender. Prefieren abrirse a todas las corrientes de la anarquía que se propaga, en vez de trabajar para la armonía universal. Por eso no puedo ser feliz. No se trata de mí, desde luego, porque para mí ya he realizado esta armonía. Pero mi felicidad no es completa, porque mi verdadera felicidad apunta a vuestra felicidad y a la de todos los hombres. Mientras sólo se trate de hacer mi trabajo, de ponerme en armonía con la Divinidad, tengo todo lo que necesito, soy absolutamente feliz, vivo en la plenitud. Pero mi tarea no se termina ahí. Mi trabajo, no es el de ser como muchos religiosos cuya única meta es salvar su alma. Debo hacer todos los esfuerzos para que lo que he logrado realizar en mí los demás puedan también realizarlo. Pero no lo consigo. Trato de tirar de ellos, de arrastrarles, pero no lo comprenden, no me siguen. Por eso no puedo ser feliz. No me han dado la tarea de ser feliz sólo yo, sino la de hacer participar a todos los humanos de esta felicidad.
Si los hermanos y hermanas se esforzaran en comprender y profundizar, llegarían a las mismas concepciones, a la misma luz, a la misma plenitud, y entonces estaría sostenido, ayudado, y todos juntos podríamos conmover la tierra entera, hacer el bien al mundo entero. Pero no llegan a seguirme, no quieren comprenderme, eso es lo que siento; tienen otros proyectos en su cabeza totalmente opuestos a lo que yo explico. Éstas son mis penas y mis tristezas, ¿lo comprendéis? No se trata de mí. Para mí ya he resuelto muchos problemas. Pero mi trabajo no es quedarme solo, feliz, cumpliendo la voluntad del Cielo… A veces me pregunto si, aunque me oyesen hablar durante varios siglos, los hombres llegarían a comprenderme. ¿Es que necesitan las desgracias, los sufrimientos, las enfermedades y las privaciones para que empiecen a comprender? Sí, el único medio de hacer comprender algo a los humanos, es quitándoles todo. Entonces, es curioso, pero incluso los niños comprenden.
Así que, mis queridos hermanos y hermanas, puesto que el Cielo os ha enviado aquí para ser atormentados por mí, no tenéis otra cosa que hacer que trabajar para la armonía. En vez de pasar el tiempo en toda clase de otras cosas, en vuestras distracciones, vuestros tráficos, en vuestros pequeños amoríos, pensad en realizar la armonía en todo vuestro ser para que todas vuestras células vibren al unísono. Todo el mundo ha escuchado una orquesta, y sabe que si un solo interprete no se encuentra en armonía con los demás, el resultado es una espantosa cacofonía. Pero después, son incapaces de comprender que se produce exactamente el mismo fenómeno con el cuerpo físico, con el ser entero, porque los órganos son como instrumentos que deben ejecutar juntos una partitura. Tratad de leer cuando tenéis cólicos, dolor de muelas, un grano en el pie, una calentura en la cabeza… no comprenderéis nada porque toda esta desarmonía que está dentro de vosotros os lo impide. Es preciso que todo se serene y se calme para que comprendáis.
¡Cuántas cosas hay en la vida para hacernos comprender la importancia de la armonía! En las orquestas, los coros, los ballets, los conjuntos rítmicos, y hasta en los ejercicios militares, todos deben armonizarse. Todo en la naturaleza y en la vida está ahí para instruirnos, para mostrarnos lo que es bello, lo que es magnífico, lo que es maravilloso, lo que es estético, pero el hombre en su interior, sigue deteriorado y viviendo en la cacofonía… ¡Ah! ¡los hombres!, ¡no me habléis! Nunca quieren ponerse en armonía con las leyes del universo. Son los únicos, además, que no están en armonía. Los animales, los insectos, las plantas, están en armonía; y los espíritus, los ángeles… todos, excepto los humanos. Sí, anarquistas…
Ahora, pues, dejad todo de lado para pensar solamente en la armonía, en armonizaros día y noche. Cuando lo logréis, de un solo golpe comprenderéis todas las leyes del universo, porque la armonía os dará la posibilidad de comprenderlo todo de un solo golpe.
Bonfin, 15 de julio de 1970
II