La balanza cósmica (número 2). Omraam Mikhaël Aïvanhov

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La balanza cósmica (número 2) - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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y se convierte en 2. Entonces llega el 3, el germen que estaba contenido dentro de él; y ahora que sale, empieza a extraer fuerzas de las dos partes del grano. Los dos principios alimentan al tercero, que crece. En el grano hay, pues, una división, luego una fermentación, y el grano mismo desaparece. Asistimos a su muerte, pero esta muerte tiene su misión, no sólo en la naturaleza, sino también en la vida interior. Es gracias a esta muerte que el hombre se despertará a una vida nueva. Jesús dijo: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, permanece solo; pero, si muere, aporta muchos frutos...” Pero, ahí hay otro misterio.

      El número 2 es el de la Iniciación. Todas las cuestiones más profundas, las más complejas, las más peligrosas, están ahí, en el 2, que contiene incluso el secreto de la existencia del Diablo. Todo lo que está relacionado con el 2 es difícil. Ni siquiera dijo Dios del segundo día de la creación que fuera bueno. Para todos los demás días se dice: “Dios vio que era bueno...” Pero sobre el segundo día, nada se dice. Dios no se pronunció sobre este día. El número 2 es el más temible, porque en él se encuentran todas las posibilidades de división, de bifurcación. Ahí es, pues, donde empieza el mal.

      No todo el mundo está facultado para poder adentrarse en este estudio y profundizar el misterio del 2. Cuando lo comprendemos y somos capaces de trabajar con él, es el número del orden, de la armonía, de la construcción, pero es el número de la oposición y de la destrucción para aquél que no posee la sabiduría. Todo depende, pues, de nosotros, de nuestra capacidad de estudiar y de comprender. Según nuestra comprensión y nuestro comportamiento, será el bien o el mal lo que surja del reencuentro de estas dos fuerzas.

      La Papisa, representada en la segunda carta del Tarot, está sentada frente a las dos columnas del Templo, y entre estas dos columnas, está tendido un gran velo que prohíbe la entrada y la oculta. La Papisa tiene su mano derecha puesta sobre un libro entreabierto (ésta es, por otra parte, la única carta del Tarot en la que aparece un libro) y dos llaves en su mano izquierda. Estos símbolos significan que debemos instruirnos para obtener las llaves que permiten apartar el velo y acceder a los Misterios. El libro es 2 y las llaves son 2. El número 2 representa la entrada del santuario. Al penetrar por esta puerta, nos encontramos ante un camino extraño y misterioso. No podemos saber lo que encontraremos siguiéndolo, pero es seguro que haremos grandes descubrimientos. La Papisa nos dice: “Instrúyete, hijo mío, y verás como todo en el universo ha sido maravillosamente dispuesto por el Creador. Si no estudias, no tendrás una visión justa de las cosas, no serás capaz de establecer la conexión correcta entre los elementos del 2, encontrarás oposiciones y enemigos, y aprenderás la realidad del número 2 en la lucha y las desgracias...”

      No hay más que una cosa que comprender, una sola: el 2, la existencia de los dos principios positivo y negativo, masculino y femenino. El universo ha sido creado por los dos principios, y por tanto, sólo subsistirá, y la humanidad seguirá subsistiendo y progresando, gracias al trabajo de los dos principios. Diréis: “¿Es así de sencillo? ¡Antes nos decía que era difícil!” Sí, es así de sencillo, ¿por qué buscar complicaciones? Las complicaciones sólo vienen de la incapacidad de los humanos para comprender y utilizar las diferentes manifestaciones de esta polaridad. Los dos principios están en la base de la vida y los encontramos en todos los fenómenos de la vida, sean físicos, psíquicos o espirituales.

      II

      LAS OSCILACIÓN DE LA BALANZA

      Cuando el niño aprende a leer, empieza por identificar las letras del alfabeto. Una vez que las ha estudiado bien, se vuelve, poco a poco, capaz de reconocerlas en las palabras que encuentra, hasta el día en que consigue leer frases enteras. De la misma manera, en el curso de la Iniciación, el discípulo atraviesa numerosas fases durante las cuales ve, poco a poco, cómo se trazan y se juntan las letras del gran libro cósmico que son los elementos de la creación. Y cuando al principio de su Evangelio, san Juan escribe: “Al principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios... Todo lo que se hizo fue hecho por Él...” ello significa que al principio, entraron en acción todos los principios del alfabeto divino; de arriba abajo de la creación, y hasta el plano físico, reprodujeron las mismas estructuras que habían creado arriba. Todo lo que existe en el plano físico puede ser considerado como palabras, frases, poemas formados a partir de los diferentes elementos del Verbo.

      Para el profano, la naturaleza aparece, a primera vista, como un inmenso desorden, un auténtico galimatías, y aunque los científicos han tratado de hacer clasificaciones para ver las cosas más claras, muy pocos son capaces de descubrir los lazos secretos que existen entre todos los elementos de la creación y de ver que estos elementos, aparentemente separados, forman, en realidad, un todo. Únicamente la visión del todo revela la armonía de los principios que, a primera vista, parecen oponerse (lo masculino y lo femenino, lo activo y lo pasivo, lo positivo y lo negativo, la luz y las tinieblas, el calor y el frío, el bien y el mal), así como la armonía de los fenómenos que de ellos se derivan. Para aquél que ve las cosas con claridad, hay balanza, es decir, equilibrio. Él mismo está en la balanza, y ya no abandona el equilibrio. Pero equilibrio no significa finalización de las oscilaciones, inmovilidad. La ausencia de oscilaciones supondría el estancamiento.

      Cuando el Zohar habla del equilibrio de la balanza, no se trata de un estado en el que los dos platillos de la balanza permanecen perfectamente inmóviles. El equilibrio perfecto significaría el retorno a la indiferenciación original anterior a la creación. Cuando Dios se polarizó para crear, la balanza se puso en movimiento, empezó a oscilar. Por otra parte, según ciertas tradiciones, la creación del mundo no comenzó con la constelación de Aries, sino con la de Libra, que está opuesta a ella en el círculo del zodíaco.

      La media luna situada sobre la cabeza de la Papisa, traduce también correctamente esta idea de la oscilación de la balanza. A pesar de que en ciertos períodos aparezca ante nuestros ojos bajo la misma forma circular que el sol, simbólicamente, la luna está representada por una media luna, es decir, con dos cuernos. Sí, y no es por casualidad que se habla de los “cuernos” de la luna, y que en ciertas mitologías las divinidades femeninas estuviesen representadas por bestias con cuernos. La mujer – aquí la Papisa – que es el símbolo vivo de la naturaleza creada por Dios, está situada bajo el signo de la balanza, es decir, del flujo y del reflujo: después de la luz, las tinieblas, y de nuevo la luz... después de la actividad, el reposo, y de nuevo la actividad...

      Mientras que la creación no esté acabada, la balanza seguirá oscilando. El equilibrio absoluto es sinónimo de perfección, y ¿qué puede haber más allá de la perfección? Nada, todo se detiene. La oscilación de la balanza expresa que la creación está siempre realizándose: tiende hacia el equilibrio absoluto, y por tanto, hacia la inmovilidad, sin alcanzarlo nunca. El día en que lo alcance, entrará de nuevo en el seno del Eterno.

      La evolución supone una perpetua oscilación de los dos platillos de la balanza. He ahí aún otra enseñanza del número 2. Si el movimiento se detiene, sobreviene la muerte porque el equilibrio perfecto impide los intercambios. Y la vida, sólo está hecha de intercambios. Estos intercambios son como hilos que se tejen entre las criaturas, así como entre las criaturas y las cosas. Sin embargo, este movimiento debe ser medido, porque, si uno de los platillos se eleva demasiado alto, el otro desciende demasiado abajo, y se produce la caída: también aquí la oscilación se detiene, ya no hay vida. Lo que nosotros llamamos equilibrio es, en realidad, un cierto desequilibrio. Pero este desequilibrio debe ser limitado y momentáneo: el equilibrio es momentáneamente roto para ser restablecido inmediatamente. De esta ruptura de nivel, brotan fuerzas que deben ser rápidamente recuperadas por un movimiento contrario a fin de ser dominadas. Es, pues, esta oscilación la que engendra la vida, y podemos decir que la vida es un desequilibrio sin cesar reequilibrado.

      El acto de caminar, ilustra perfectamente este fenómeno. Caminamos adelantando alternativamente un pie, y después el otro. En el momento en que adelantamos un pie, nuestro cuerpo está en un ligero desequilibrio que rectificamos adelantando el otro pie. Observad cuán

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