La balanza cósmica (número 2). Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Cada elemento, cada objeto, cada situación, cada criatura, es una fuente de energías, pero para que estas energías se manifiesten, hay que ponerlas en un estado de desequilibrio, es decir, en una pendiente. Considerad el agua colocada en una superficie plana, se extiende como una capa dulce y tranquila: no hay pendiente, y no puede circular. Pero ahora, dadle a este agua una cierta pendiente: su poder aumenta, y si es abundante, produce una energía capaz de hacer funcionar fábricas enteras.
Lo mismo sucede en el hombre. Existe en él una pendiente por la que descienden, sin cesar, fuerzas en cascada, y es necesario canalizarlas para que produzcan un buen trabajo. El número 2 es la mayor pendiente que Dios ha dado al hombre; sólo que esta pendiente debe ser, sin cesar, reequilibrada, porque un exceso en un sentido acaba produciendo un exceso inverso. Esto es lo que vemos, por ejemplo, en las personas que alternan estados de sobreexcitación y de abatimiento. Nuestra vida psíquica está fundada en un cierto desequilibrio, y este desequilibrio, cuando es dominado, aporta riqueza, creación.
Los genios, por ejemplo, no son seres equilibrados en el sentido ordinario del término (este equilibrio no engendra, a menudo, sino mediocridad). Incluso al contrario: los genios son, a menudo, seres que, al sentirse amenazados por poderes oscuros, tratan de dominarlos por medio del trabajo, de la creación, y de esta forma llegan a realizar obras grandiosas. Mientras que otros, mucho más “equilibrados”, al no tener que hacer grandes esfuerzos para vivir y sentirse bien, siguen siendo insignificantes, desdibujados.
Para nuestro progreso, es necesario un cierto desequilibrio, pero siempre que sepamos observarnos, analizarnos y poner los remedios adecuados cuando los platillos de la balanza acusan un desequilibrio demasiado grande. Saber equilibrar las fuerzas nos da un poder mágico sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza, pero debemos vigilarnos también para conservar cierta oscilación. Porque el día en que los dos platillos están totalmente equilibrados, ya nada avanza, y se instala la muerte. ¡La muerte es el equilibrio perfecto! Esto es lo que observamos en ciertas personas: las vemos hablar, caminar, ocuparse, y sin embargo, nos dan la sensación de estar muertas, porque se estancan. Día tras día, las volvemos a encontrar siempre iguales, como si un resorte interior se hubiese distendido: tienen el mismo rostro petrificado, inexpresivo, reproducen los actos del día y repiten las palabras del día anterior, etc. Podemos llamarle equilibrio a esto, si queréis, pero ¡qué aburrimiento para los que les rodean! Dan ganas de salir huyendo.
Siempre tenemos, pues, que hacer ajustes dentro de nosotros mismos; pero también hay que hacerlos respecto a los juicios que emitimos sobre los demás, y a la actitud que debemos tener para con ellos. Lo que nosotros llamamos justicia, no es, en realidad, más que una sucesión de ajustes (por otra parte, justicia y ajustes tienen la misma raíz), ¡y por eso es tan difícil de ser justo! He ahí una noción que los adultos – padres y educadores – deben tener bien presente cuando han de pronunciarse sobre los hijos y velar para su desarrollo. Ante aquél que es siempre bueno, obediente, tienen tendencia a pensar: ¡Oh! ¡qué mono es, qué adorable!” Desde luego, es más fácil ocuparse de un niño que se queda quieto cuando se le dice que no se mueva, que no habla cuando se le dice que se calle, etc. Pero este niño tan bueno, tan dócil, ¿qué hará más tarde? Evidentemente, poca cosa, seguirá siendo insignificante. Por el contrario, frente a un niño voluntarioso e indisciplinado que causa preocupaciones a los que le rodean, sus padres; los vecinos y los educadores no cesan de lamentarse: “¡Oh! ¡exagera verdaderamente! ¡mire cuántas tonterías ha hecho aún!” Sí, pero este niño que fatiga e importuna a todo el mundo, tiene más posibilidades de llegar a ser alguien. Por el momento dicen que exagera, lo que significa que los platillos de su balanza están mal equilibrados, pero cuando haya aprendido a dirigir sus energías, se distinguirá por su carácter y sus talentos. Y la tarea de los padres y de los educadores es la de ayudarle.
También en los desequilibrios de la existencia: la enfermedad, las pruebas... sucede que los humanos se ven obligados a progresar. ¿Qué es una guerra, por ejemplo? Una pendiente vertiginosa. En este desequilibrio, los buenos encuentran condiciones para ser mejores todavía, y los malos para ser todavía más malvados... La vida crea perturbaciones para poner a los humanos en este estado de desequilibrio que les obliga a desarrollarse, a transformarse, o por lo menos, a revelarse y a conocerse a sí mismos. Si no tienen pruebas o peligros que afrontar, ¡cuántos se desconocerían a sí mismos! Así, algunos, que parecían insignificantes, se manifiestan como héroes, mientras que otros, que parecían capaces, inteligentes, honestos, sucumben enseguida o se ven arrastrados a cometer actos cobardes, criminales, etc.
¡En cuántos terrenos podemos verificar aún que la vida es creada por esta oscilación entre fuerzas o situaciones contrarias! Toda la abundancia y la variedad de las riquezas que aparecen en la superficie de nuestro planeta son debidas a que esta superficie no es plana, sino que hay diferentes niveles, desde las altas cimas hasta las profundidades terrestres y marinas. La diversidad de los climas, de la flora, de la fauna, etc., de donde se deriva, en parte, la diversidad de las civilizaciones, es debida a que la superficie de la tierra no está nivelada, ¡y esto es magnífico!
Y los humanos tampoco deben estar nivelados. ¿Por qué? Para que haya entre ellos intercambios fructíferos, toda una circulación. El único punto que deben tener en común, es un alto ideal, el deseo de progresar siempre en el amor y en la luz. Para lo demás, ¡que sean diferentes! Es esta diferencia lo que hace su vida rica y bella.
III
EL 1 Y EL 0
I
Los cabalistas dan varias representaciones del nombre de Dios, Iod He Vav He hvhy. (Recordar que el hebreo se lee de derecha a izquierda.)
Una de ellas, es un triángulo en el que este nombre está inscrito en letras llameantes:
A esta forma piramidal corresponden los cuatro planos del universo:
- A Iod y corresponde el mundo Atsiluth, de las emanaciones, el plano divino.
- A Iod He hy corresponde el mundo Briah de la creación, el plano espiritual.
- A Iod He Vav vhy corresponde el mundo Ietsirah de la formación, el plano psíquico.
- A Iod He Vav He hvhy corresponde el mundo Asiah de la acción, el plano físico.
Cada nueva letra representa un grado más en el descenso del espíritu al seno de la materia. Iod tiene el valor numérico 10; He 5; Vav 6. La suma de las letras inscritas en el triángulo es, pues, 72, y 72 es el “Schem hameforasch” (literalmente: “el nombre en detalle”) es decir, los 72 genios que gobiernan el universo.
La Iod, que es, gráficamente, la letra más pequeña del alfabeto, apenas más que un punto, simboliza el Espíritu cósmico, el 1; pero, desarrollado en el plano físico, se convierte en el 10, el universo. Porque para la Ciencia iniciática, lo mismo que el 2 no es 1+1, el 10 no es la suma de 10 unidades. Para comprender el número 10, que es tan rico en significados, hay que estudiar el 1 y el 0 que lo componen, y ver que cada uno tiene su naturaleza, su actividad, y que tienen un trabajo a realizar juntos. Y para comprender este trabajo, no debemos considerar que el 1 y el 0 están yuxtapuestos, sino que el 1 entra en el 0 para animarlo, para ponerlo en movimiento. Lo que podemos expresar, también, con el L.
Está escrito en el Génesis: “Al principio, Dios creó el cielo y la tierra, y la tierra era informe y vacía; había tinieblas en la superficie del abismo y el espíritu de Dios se movía por encima de las aguas...” El espíritu de Dios, es el principio masculino que cubría la materia – simbolizada aquí por el agua – para fertilizarla. El agua es el círculo,