Chiribiquete. Carlos Castaño-Uribe
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Por todo esto tenemos la gran responsabilidad de protegerlo, de evitar que se altere, que pierda su integridad, que se intervenga y que se malogre su estado prístino. El Estado colombiano, las instituciones y la sociedad debemos unirnos para lograr su protección, que hoy se encuentra en alto riesgo. La deforestación y la ocupación ilegal de la reserva forestal que rodea a Chiribiquete avanzan peligrosamente y pueden llegar a afectar de manera grave el parque nacional. Invito a todos los colombianos a que asumamos su protección como causa propia, como lo hicieron los pueblos indígenas durante siglos, a que todos adoptemos el compromiso de ser, a partir de hoy, los ¡Defensores de Chiribiquete!
Dedicatoria
A Cristal y a mis hijos Juan Diego, María José, Ilan y Chloé, porque con su amor, su apoyo incondicional y su paciencia me dieron el tiempo y el espacio para escribir este libro. Pero, en particular, por haber sido parte del entendimiento cómplice de lo que significa la cosmogonía ancestral y el respeto a la sacralidad de Chiribiquete, que hemos compartido durante muchos años. A mi madre por su sensibilidad y su oportuna orientación para respetar y amar la naturaleza, desde siempre.
CARLOS CASTAÑO-URIBE
Por los rasgos propios de las formaciones geológicas de carácter arenisco que están sobre el cratón precámbrico, y por la gran cantidad de agua que discurre permanentemente por entre las rocas, se da un fenómeno de disolución y erosión que modela esta superestructura. A lo largo de miles de años, estos fenómenos han labrado gran cantidad de cuevas y generado ríos subterráneos como el de esta imagen. Fotografía: Carlos Castaño-Uribe.
Muchos de los tepuyes de Chiribiquete reúnen características excepcionales como paredes inusualmente verticales y cimas planas. No obstante, en la zona norte aparecen domos o inselbergs rocosos con formas muy caprichosas, como estos bellos afloramientos rocosos que, desde lo simbológico y lo cultural, tienen además gran significado espiritual. Fotografía: Carlos Castaño-Uribe.
Las coberturas boscosas correspondientes al bioma selva húmeda de la Amazonia y Orinoquia, y a los distritos biogeográficos Yarí-Mirití (Guyana) y Caguán-Florencia (Amazonia), que presentan un alto nivel de integridad ecológica, están expuestas y depositadas en Chiribiquete sobre las amplias extensiones y planicies selváticas, algunas de las cuales muestran y exponen las masas rocosas, como en el caso del río Macayá, cuyo lecho se constituye en un cauce milenario labrado por acción del agua. Fotografía: Carlos Castaño-Uribe.
La confluencia de aguas blancas y negras en el Parque es frecuente. La coloración deriva de su origen. Aquí se integran el río Ajaju y el río Negro. Fotografía: Jorge Mario Álvarez Arango.
Introducción
Tuve que eliminar conocimiento para hacerle espacio a la creencia.
KANT (1724-1804)
La historia geológica de la serranía de Chiribiquete se inicia hace unos 2000 a 1800 millones de años, en el período Precámbrico, que forma el Escudo de la Guayana (Complejo Migmatítico del Mitú), y las rocas suprayacentes del Paleozoico de la Formación Araracuara. Esta característica permite observar conjuntos rocosos, modelados ininterrumpidamente desde hace millones de años hasta formar un conjunto de inselbergs o domos como los de la imagen, próximos al río Ajaju. Este es, sin lugar a dudas, un atractivo paisajístico único del país. Fotografía: César David Martínez.
Hace más de 30 años, tuvimos oportunidad de “divisar” para el Sistema de Parques Nacionales de Colombia, la serranía de Chiribiquete. Un sitio excepcional desde todo punto de vista, al que ya no le caben más epítetos de sorpresa y admiración. Iniciamos, entonces, un completo reconocimiento aéreo, en ese momento, dada la dificultad física y real de hacerlo por tierra y agua. Sus intrincadas y abruptas formas y su relieve agreste, milenario y desconocido, empezaron a ser investigados a comienzos de los años noventa. Emprendimos la coordinación de las primeras expediciones que nos llevaron a un nutrido grupo de especialistas –que representaba lo mejor de la investigación del conocimiento biológico del país– y a mí, a comenzar a escudriñar este mágico mundo oculto, cuya vastedad se pierde entre rocas perpetuas, ríos de aguas de color té y extensas selvas que, a lo largo de estos últimos años, han empezado a ser constreñidas desde los principales centros de colonización amazónica, avecinando un daño catastrófico para este legado planetario. Lejos estábamos entonces de imaginar la cantidad de aspectos y características que podía albergar este enigmático lugar, de sospechar siquiera las singularidades que se plantearían desde el punto de vista arqueológico, y de pensar en encontrar evidencias que necesariamente nos llevarían a pensar en ámbitos de interrelacionamiento continental más amplios.
La evolución cultural de las sociedades indígenas del continente americano está siendo profundizada de nuevo, a partir de hallazgos en varios puntos geográficos y ecosistémicos. Una infinidad de sitios y disciplinas están bajo el escrutinio de los investigadores que, con sus datos, enriquecen el espectro de lo que hemos mantenido como dogma en la arqueología. Hemos empezado a entender que las simples bandas de cazadores no eran ni tan simples ni tan itinerantes como se había supuesto y que, como en el caso de Chiribiquete, quizás habían llegado con un modelo cosmogónico y espiritual más elaborado de lo que se había presupuestado.
Colombia siempre se ha considerado un área de desarrollo relativamente incipiente, frente a los modelos más evolucionados alcanzados en México y Perú. Hemos estado cobijados por una serie de elementos y criterios que se consideran propios de lo que la arqueología llama el “Área intermedia”, en contraste con las grandes civilizaciones de Mesoamérica y los Andes centrales.
Los registros de lo que hemos encontrado hasta el momento en la serranía de Chiribiquete –y que aquí se comparten con un público general– muestran evidencias de manifestaciones pictóricas que podrían estar asociadas con expresiones muy tempranas del poblamiento americano. Sin embargo, muchos de los patrones, objetos y tecnología, documentados por ellos mismos en las pinturas y en sus rituales, no parecen encajar suficientemente bien con el esquema temporal y espacial de las teorías convencionales sobre ese poblamiento, en particular, sobre su origen. Si bien es cierto que el esfuerzo investigativo en este sitio es totalmente preliminar y un tanto incipiente, existen aspectos culturales que –desde ahora, más allá de la cronología, en sí misma– muestran posibilidades infinitas en los campos de interpretación etnológica y simbólica de estos primeros pobladores de la Amazonia y que, obligatoriamente, deben seguirse investigando. Tal como aquí hemos tratado de mostrar, se podrá resolver, desde lo conceptual, una condición de conectividad, continuidad y complejidad de la dimensión cultural, especialmente en cuanto al papel religioso y ritual de estos pobladores que terminaron afianzados en sitios claves que les ofrecían condiciones para la supervivencia de la tradición, cuando el resto del continente se debatía en las circunstancias adaptativas impuestas por el clima del final del Pleistoceno y comienzos del Holoceno.
No sabemos aún con exactitud cómo encajan los datos disponibles, hasta ahora, en el contexto netamente académico –ni cronológico, ni secuencial–