Juan Genovés. Mariano Navarro
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Sempere estaba convencido, así nos lo comunicó a los autores de este libro en distintas charlas y conversaciones a lo largo de los años que tuvimos la fortuna de conocerle, de que toda obra, hasta la más figurativa, es abstracta.
El 27 de mayo de 1949, acabando el tercer año de estudios en la Escuela de Bellas Artes, y tal como consta en las, permítasenos la libertad, enternecedoras actas que levantaban de cada reunión, Genovés, junto a otros alumnos, constituyen el grupo Los Siete, que si bien no tendrá la repercusión nacional o internacional de otros coetáneos o posteriores, sí será determinante para algunas de las normas de conducta social y profesional de los artistas participantes.
Según cuenta Manuel Muñoz Ibáñez en el libro antes citado,6 en Valencia hay un solo antecedente relevante de trabajo grupal o colectivo, precisamente surgido también en la Escuela de San Carlos: el Grupo Z, constituido en 1946 por Manolo Gil (1925-1957) y José Vento (1925-2005) y al que se incorporaron varios alumnos de la Escuela. Sobre ellos aparece una primera noticia en prensa en noviembre de 1947, en el diario Jornada, donde curiosamente se les denomina Los Ocho, pues fueron ocho los artistas que expusieron en una librería de lance. Esta era propiedad de Salvador Faus, también él artista, creador del fachismo, sustentado en “la incapacidad reconocida para reproducir las formas que ven nuestros ojos”. “Los anaqueles de la librería de Faus”, escribe Ibáñez, “eran transformados, con papel de embalaje, en improvisada sala de exposiciones de ocho a nueve y media de la tarde. La temática general del joven colectivo eran paisajes, figuras y bodegones, realizados al óleo, acompañados de algún aguafuerte, obras en las que se detectaba austeridad, reducción cromática e interés por el claroscuro”.
Algunos de los rasgos y normas de los miembros del Grupo Z serían, posteriormente, adoptados por Los Siete, como la celebración de tertulias y debates y los modos de selección y rechazo de las obras que se debían exponer.
En primer lugar, señalemos las dificultades que tendrían que afrontar los integrantes de Los Siete, y antes los del Grupo Z, para reunirse, ya fuese en público o en privado, a finales de los años cuarenta y en los primeros años cincuenta. En aquel momento, la represión franquista, si no se encontraba en el apogeo que siguió a su victoria militar –esta llevó a la cárcel a un número indeterminado, próximo a las 300.000 personas; a otras 100.000 las condenó a estar bajo estrecha vigilancia; a 50.000 a ser ejecutadas, y entre 1939 y 1942 llevó a unas 350.000 a perecer de hambre o enfermedades–,7 sí estaba todavía brutalmente activa en todos los rincones de España y era especialmente virulenta en ciertas capitales que se habían distinguido por su resistencia a las fuerzas sublevadas, así Valencia. Sirva como ejemplo, por menor que sea, que hasta el final mismo de la dictadura –son recuerdos personales de quienes firmamos este libro– para celebrar una reunión de más de cuatro personas había que facilitar en la comisaría correspondiente los nombres de los reunidos y sus correspondientes carnés de identidad, y no era extraño que la Brigada Político Social efectuase alguna visita de comprobación.
De otras circunstancias nos informan detalladamente las actas antes referidas, escritas en un pequeño cuaderno escolar de los de una raya, que Genovés conserva en su archivo. Así en la primera de ellas, encabezada con el epígrafe de “Bases”, leemos:
En Valencia, 27 de mayo-1949. Queda constituido el Grupo con la denominación (ilegible) con los siguientes componentes, pintores y escultores a saber:
Juan Bautista Lloréns Riera, Juan Genovés Candel, Vicente Fillol Roig [al que Genovés había retratado el año anterior], Vicente Castellano Giner, José Masiá Sellés, Ricardo Hueso de Brugada.
Considerándose a estos componentes como fundadores del Grupo.
Le siguen un listado de notas en las que se detallan la estructura, composición, reglas, normas, exigencias y contabilidad del grupo. Destacaremos algunas por su especial carácter en su momento. Así,
Nota 5: No podrá ser rechazada una obra siempre que se note un afán de superación en el artista.
Nota 6: Los acuerdos tomados por el grupo serán por votación general.
Nota 9: Para admisión y expulsión de algún miembro del Grupo se efectuará por votación general.
Nota 13: Se impondrá una cuota de 5 pesetas mensuales a todos los miembros del Grupo a beneficio de este.
A la precaria contabilidad del que cabe suponer ejercicio entre mayo y septiembre de 1949 le siguen unas “Observaciones” fechadas el 11 de septiembre y firmadas solo por el secretario, Vicente Mir, que en unas pocas líneas anota la dimisión de dos escultores integrantes del Grupo “por verse estos señores en estado de no poder prestar el debido apoyo al que estaban obligados”, lo que nos deja un rasgo que define el momento que más o menos todos ellos atravesaban.
Un mes más tarde, el 22 de octubre, los miembros del Grupo acuerdan, en otro rasgo de época, “dar al presidente una autoridad máxima en las reuniones a fin de no alterar el orden público”; también, y lo que es más importante para retratar el ánimo que los guiaba, acuerdan hacer una biblioteca, o fondo, de literatura, “a fin de que el grupo alcance una amplia cultura” (cosa muy necesaria en tiempos de perversión como los que corremos ahora)” y fundar una tertulia “con el único fin de discutir temas de envergadura”.
Esta tertulia de Los Siete despertó la atención de la prensa local. Un artículo en una hoja sin cabecera ni fecha, pero que cabe fechar en enero de 1950, poco después de la primera exposición del Grupo, firmado por Valenzuela, se inicia con el anuncio de que esta tertulia que recoge es la segunda del Grupo y el dato de que “el local está casi totalmente lleno de jóvenes que charlan y fuman”. Curiosamente, en la misma página del periódico aparece un pequeño anuncio de la revista Reader’s Digest que alerta de los peligros del consumo de tabaco. El artículo cita a algunos de los invitados: “Fernando Escribá [sic], el gran pintor valenciano,8 Gombau, Maximiliano Theus, un noruego muy amante de España y gran entendido en la pintura”, para, acto seguido, poner en antecedentes al lector sobre la tertulia.
Según el relato de uno de ellos, una buena tarde, a la salida de una de las clases, se metieron en una tasca. Allí charlaron hasta por los codos. Hablaron de Velázquez, de Goya, de Emilio Sala, de Sorolla, de Dalí, de Picasso, de Daniel Sabater […]. Cada uno fue exponiendo su problema personal y sus opiniones. Al final, cuando ya la conversación iba languideciendo sugirió alguien la idea de asociarse todos los presentes para poder luchar mejor contra las dificultades y trabas que surgen al paso del pintor novel.
Pocas líneas después, el artículo recoge elementos de la actuación del Grupo:
–¿Quién de vosotros dirige el Grupo?
–Nadie, aquí todos tenemos voz y voto.
–¿Luego, no hay una dirección que seleccione los cuadros?
–Aquí cada uno expone lo que mejor le convenga.
–Tampoco habrá, naturalmente, quien marque las directrices artísticas del Grupo, ¿no es cierto?
–Exacto. Cada uno sigue la corriente que quiere.
–De todos modos, es de presumir que constituyáis un grupo homogéneo, identificados todos vosotros con una misma tendencia pictórica.
–No,