Juan Genovés. Mariano Navarro

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como un servicio”. Por su parte, el falangista Rafael Sánchez Mazas, en su artículo “Confesión a los pintores”, aparecido en el diario Arriba, el 17 de marzo de 1940, y reproducido después en las revistas Destino y Escorial, en abril de 1940 y octubre de 1942 respectivamente, relacionaba directamente el nuevo orden impuesto por la victoria con el desarrollo de un arte propio:

      Una idea de orden nos ha sido dada, como una revelación de la victoria, después de la larga caída: una idea total del orden, que necesariamente es una idea de razón, de amor, de justicia, o, si queréis, una idea filosófica, religiosa, poética y política. Puestas así las cosas, solo quiero y solo puedo tener un objetivo con poetas y artistas, y es el de tender puentes entre aquella idea de orden total y las ideas del orden de la poesía, de la pintura, de las letras y de las artes.

      Todos los órdenes se aman entre sí y se quieren tener amistad. Y se aman tanto más cuanto más ponen los ojos en las cosas divinas. […]

      Las pinturas tienen cuerpo y alma: son obras sensoriales y mentales, están hechas a imagen y semejanza del hombre. Yo no puedo mirar sin estupor en la pintura ese pobre barro coloreado que –al igual de mi carne– pugna por teñirse de espiritualidad… Como la tierra amarga de la aurora pugna por empaparse de cielo. Un mismo patético drama hace a la pintura, como hija del hombre que es, demasiado semejante al hombre: pobre, débil y opaca como él, frente a su sueño; pero como él, capaz, en su pequeñez y miseria, de traer el barrunto de cosas extraordinarias y aun divinas, en la tiranía de las cuatro esquinas, en la tiranía de las dos dimensiones, en una increíble tortura frente al tiempo y frente al espacio y frente a cuanto está más allá del tiempo y del espacio. Pero la fuerza y la belleza vienen –lo mismo en biología que en historia– de resistir al medio, de vivir en climas difíciles y obtener la victoria. La Falange sabe también de esto. En ese duro clima geométrico, la pintura de Europa ha logrado sus grandes prodigios, porque en él ha vivido y ha combatido difícilmente, peligrosamente, sin darse por vencida, hasta vencer. Toda victoria en el espacio se reduce siempre a lo mismo: llámese victoria del Ebro o Venus del Giorgione. Ya decía Plutarco que el gemelo divino, hijo del Cisne, había inventado un paso militar que vencía a la masa contraria por el ritmo. En el fondo se vence siempre por el ritmo de las líneas, de los pasos o de los latidos del alma, sea en la tela de pintar o en el campo de guerra. Se vence por el modo de ser, y nuestro modo de ser es un ritmo indisoluble de cuerpo y alma.

      Un nuevo sistema que habría de desarrollarse también legalmente. De este modo, hay órdenes de julio y agosto de 1939 que reorganizaban las escuelas superiores existentes de Valencia y Madrid. La Escuela de Bellas Artes de Valencia introdujo el arte sacro como estudio obligatorio, con materias como Liturgia y cultura cristiana, Restauración de pintura y escultura, que afectaban fundamentalmente a los bienes eclesiásticos destruidos o dañados durante la Guerra Civil. Al año siguiente, un decreto con fecha de 30 de julio reorganizaba los estudios de Bellas Artes y una Orden del Ministerio de Educación, del 11 de julio, emitida por la Sección 10, Fomento de las Bellas Artes, obligaba a inscribirse en un fichero de artistas –tanto a artistas practicantes de las artes plásticas, como a artesanos–, al que “debían aportar datos sobre su persona que debían incluir sus actividades políticas durante los últimos años”.

      Más tarde, en 1942, se reorganizaron de nuevo todas las escuelas de acuerdo a un régimen común y orgánico. Entre los profesores de aquellos años destacan algunos nombres, que seguramente dieron clase a Genovés. Así, Ernesto Furió, que desde 1942 era catedrático de Grabado calcográfico y recibió el Premio Nacional de Grabado en 1947, y del que Genovés afirma rotundo que era “un artesano del grabado, un sabio. Fue una mina para mí, aprendí mucho de él, lo sabía todo sobre técnicas. El grabado al buril, el aguafuerte a la manera negra… Me ayudó a refinar mi sensibilidad”.

      Del todo peyorativo es, sin embargo, su juicio sobre Alfons Roig, sacerdote, al que la historiografía ha situado en cierta posición de privilegio por el hecho de acercar a sus alumnos a modernistas como Van Gogh o a artistas vanguardistas como Matisse, Kandinsky o Klee, al que la Diputación de Valencia distinguió en 1981 con la convocatoria de los Premios de Artes Plásticas que llevan su nombre, como también lo lleva el auditorio de la Facultad de Bellas Artes. Cuenta Genovés que Roig era “el cura del barrio. Cuando me vio en San Carlos puso cara de horror. ‘Ahora contará este lo que sabe’, debió de pensar; y lo que yo sabía era lo que sabíamos todos en el barrio, que abusaba de todos los niños que podía a cambio de la comida que proporcionaba a sus padres. No, nunca conté nada, pero no le tenía ninguna simpatía, pero pruebas de lo que sabía sí que las tenía. Ahora, cualquiera contaba algo negativo de un cura en aquella época…”.

      Y amplía su mal recuerdo hasta los años del colegio, cuando el cura del barrio se presentaba en el Colegio Hispano-Americano de don Santiago: “Mi maestro tenía que superar mil problemas, sobre todo con la Iglesia, y ahí viene otra noticia sobre el cura Roig, inédita y vivida por mí. De vez en cuando, en plena clase, se presentaba en el colegio el cura don Alfons. Le solía decir al maestro: ‘Bueno, don Santiago, déjeme a estos diablillos para ponerlos un poco más cerca del Señor, que a lo mejor lo tienen olvidado’. Don Santiago salía de clase disparado sin decir una palabra, y empezaba entonces un larguísimo rosario, con sus avemarías y demás dichirachos, y comenzaba también su sesión de magreos y toqueteos a nosotros. Tanto es así, se lo estaba pasando tan bien, que con sus entusiasmos, se olvidaba del rezo. Ante la atención de toda la clase, y muchas risas ocultas al ver al cura con la mano metida por el cuello del alumno en cuestión en plena oración mística olvidada. De pronto se daba cuenta y, asustado, anunciaba un padrenuestro que no venía a cuento. No visitaba, sin embargo, el colegio de al lado, el de las chicas, solo a los chavales nos quería salvar del infierno. Un cura de barrio en aquella época de dictadura tenía más poder que un gobernador civil; para todo se necesitaba el informe del cura, y un informe negativo sobre el colegio serviría para cerrarlo en un día y enviar a don Santiago a la Argentina o a la cárcel.

      ”En cualquier caso, nos dimos cuenta enseguida de que los tíos que estaban allí, los profesores, eran unos enchufados. Eran unos tíos que habían ganado la guerra, que estaban al lado de los vencedores, y nosotros sabíamos que la gente que importaba estaba fuera, en México y otros lugares.

      ”Eran nulos. Un ejemplo: un día me vino el profesor de estatua, estaba yo en primero, y para ‘enseñarme’ me coge el carboncillo y, a grandes voces, me dice: ‘Deje, deje. Esto se hace así y así’. Y para cuando llegó al borde inferior del papel, el dibujo no le cabía. Entonces exclamó: ‘¡Bueno, esto, pero bien hecho!’. ¡Y a mí, el papel Ingres me había costado dos pesetas y el cabrón aquel lo había desperdiciado! Unos beatos, católicos furibundos, que nos metían dos veces al año a ejercicios espirituales… Nos enviaban a un convento y allí lo pasábamos fenomenal, eso sí.

      ”Para ellos solo había dos pintores en el mundo: Sorolla y Velázquez. Insultaban a los impresionistas diciendo, por ejemplo: ‘Manet y Peguet’, que en catalán quiere decir ‘manita y piececito’, ¡esos franchutes, que no saben nada!”.

      Para su sorpresa, Genovés suspendió la asignatura principal de primer curso, la de pintura de bodegón, que aprobó, sin embargo, en la convocatoria de septiembre. Todavía conserva algunos de los trabajos, tanto carboncillos sobre papel como pinturas de los trabajos para el curso preparatorio para el ingreso en la Escuela y varias pinturas al óleo realizadas al año siguiente de su ingreso y durante los años de estudio. Entre estas últimas destacan un retrato de perfil de su hermano Eduard (1947), un retrato del pintor Vicente Fillol (1948), artista del que tendremos noticia más adelante, muy rico de empastes, y un autorretrato, de ese mismo año, muy estilizado y con un buen uso de las luces, del que señalamos su cariñosa dedicatoria: “A mi querida madre, en prueba de cariño de su hijo Juan”.

      La comprensión y dedicación de sus padres y hermanos resultó fundamental para que Juan Genovés pudiese estudiar, pese a las graves dificultades económicas que atravesaban. En ello jugó un papel tan generoso como

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