El lobo y el hombre y otros cuentos. Jacob Grimm Willhelm Grimm
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—Terminemos de una vez; bien puede atarse un saco aunque no esté lleno del todo.
Y, echándoselo a cuestas, fue reunirse con sus compañeros.
Al ver el Rey que aquel hombre solo se marchaba con las riquezas de todo el país ordenó, fuera de sí, que saliera la caballería en persecución de los seis, con orden de quitar el saco al forzudo.
Dos regimientos no tardaron en alcanzarlos y les gritaron:
—¡Dense presos! ¡Dejen el saco del oro, si no quieren que los hagamos polvo! —¿Qué dice? —exclamó el soplador—, ¿qué nos demos presos? ¡Antes van a volar todos por el aire!
Y, tapándose una ventanilla de la nariz, se puso a soplar con la otra en dirección de los dos regimientos, los cuales, en un abrir y cerrar de ojos, quedaron dispersos, con los hombres y caballos volando por los aires, precipitados más allá de las montañas.
Un sargento mayor pidió clemencia, diciendo que tenía nueve heridas, y era hombre valiente que no se merecía aquella afrenta.
El soplador aflojó entonces un poco para dejarlo aterrizar sin daño, y luego le dijo:
—Ve al Rey y dile que mande más caballería, pues tengo grandes deseos de hacerla volar toda.
Cuando el Rey oyó el mensaje, exclamó:
—Déjenlos marchar; no hay quien pueda con ellos.
Y los seis se llevaron el tesoro a su país, donde se lo repartieron y vivieron felices el resto de su vida.
El lobo y el hombre
Un día la zorra ponderaba al lobo la fuerza del hombre; no había animal que le resistiera, y todos habían de valerse astucia para cuidarse de él.
Respondió el lobo:
—Como tenga ocasión de encontrarme con un hombre, ¡vaya si arremeteré contra él!
—Puedo ayudarte a encontrarlo —dijo la zorra—; ven mañana de madrugada, y te mostraré uno.
Se presentó el lobo temprano y la zorra lo condujo al camino que todos los días seguía el cazador. Primeramente pasó un soldado licenciado, ya muy viejo.
—¿Es eso un hombre? —preguntó el lobo.
—No —respondió la zorra—, lo ha sido.
Se acercó después un muchacho, que iba a la escuela.
—¿Es eso un hombre?
—No, lo será un día.
Finalmente, llegó el cazador, la escopeta de dos cañones al hombro y el cuchillo de monte al cinto. Dijo la zorra al lobo:
—¿Ves? ¡Eso es un hombre! Tú, atácalo si quieres, pero lo que es yo voy a ocultarme en mi madriguera.
El lobo se aventó contra el hombre. El cazador, al verlo, dijo:
—¡Lástima que no llevo la escopeta cargada con balas!
Y, apuntándole, disparó una perdigonada en la cara. El lobo arrugó intensamente el hocico, pero sin asustarse siguió derecho al adversario, el cual le disparó la segunda carga.
Reprimiendo su dolor, el animal se arrojó contra el hombre, y entonces éste, desenvainando su reluciente cuchillo de monte, le asestó tres o cuatro cuchilladas, tales que el lobo salió a corriendo, sangrando y aullando, a encontrarse con la zorra.
—Bien, hermano lobo —le dijo ésta—, ¿qué tal te ha ido con el hombre?
—¡Ay! —respondió el lobo—, ¡yo no me imaginaba así la fuerza del hombre! Primero cogió un palo que llevaba al hombro, sopló en él y me echó algo en la cara que me produjo un terrible escozor; luego volvió a soplar en el mismo bastón, y me pareció recibir en el hocico una descarga de rayos y granizo; y cuando ya estaba junto a él, se sacó del cuerpo una brillante costilla, y me produjo con ella tantas heridas que por poco me quedo muerto sobre el terreno.
—¡Ya estás viendo lo jactancioso que eres! —dijo la zorra—. Echas el hacha tan lejos, que luego no puedes ir a buscarla.
El zorro y su comadre
La loba dio a luz un lobezno e invitó al zorro a ser padrino.
—Es próximo pariente nuestro —dijo—, tiene buen entendimiento y habilidad, podrá enseñar muchas cosas a mi hijito y ayudarle a medrar en el mundo.
El zorro se estimó muy honrado y dijo a su vez:
—Mi respetable señora comadre, le doy las gracias por el honor que me hace.
Procuraré corresponder de modo que esté siempre contenta de mí.
En la fiesta se dio un buen atracón, se puso alegre y, al terminar, habló de este modo:
—Estimada señora comadre: es deber nuestro cuidar del pequeño. Debe usted procurarse buena comida para que vaya adquiriendo muchas fuerzas. Sé de un corral de ovejas del que podríamos sacar un sabroso bocado.
El plan encantó a la loba y salió en compañía del zorro en dirección al cortijo. Al estar cerca, el zorro le enseñó la casa diciendo:
—Podrá entrar sin ser vista de nadie, mientras yo doy la vuelta por el otro lado; tal vez pueda hacerme de una gallinita.
Pero en lugar de ir a la granja, se tumbó en la entrada del bosque y, estirando las patas, se puso a dormir.
La loba entró en el corral con todo sigilo; pero en él había un perro que se puso a ladrar. Acudieron los campesinos y, sorprendiendo a la señora comadre con las manos en la masa; le dieron tal golpiza que no le dejaron un hueso sano.
Al fin logró escapar y fue al encuentro del zorro, el cual, adoptando una actitud lastimera, exclamó:
—¡Ay, mi estimada señora comadre! ¡Y qué mal lo he pasado! Los labriegos me pillaron, y me han zurrado de lo lindo. Si no quiere que estire la pata aquí, tendrá que llevarme a cuestas.
La loba apenas podía con su alma; pero el zorro le daba tanto cuidado, que lo cargó sobre su espalda y llevó hasta su casa a su compadre, que estaba sano y bueno.
Al despedirse, dijo el zorro:
—¡Adiós, estimada señora comadre, y que le haga buen provecho el asado! Y soltando la gran carcajada, echó a correr.
La zorra y el gato
Ocurrió una vez que el gato se encontró en un bosque con la señora zorra, y pensando: “Es lista, experimentada y muy considerada en el mundo”, le habló amablemente en estos términos:
—Buenos