La pareja imperfecta. Mariolina Ceriotti Migliarese

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La pareja imperfecta - Mariolina Ceriotti Migliarese Claves

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      INTRODUCCIÓN

      LA FAMILIA SIEMPRE TIENE SU ORIGEN en el “sí” pronunciado por dos personas que toman la decisión de amarse. Su destino depende de la capacidad que ambas tengan de construir entre ellos una relación realmente significativa.

      Cuando mis padres celebraron sus 40 años de matrimonio, éramos muchos: siete hijos con maridos y mujeres, hijos y nietos… había confusión y también alegría.

      Recuerdo que, en un determinado momento, mi padre, guiñando el ojo a mi madre y dirigiendo su mirada hacia nosotros, con gesto divertido, exclamó: «¡Mira la que hemos montado!». Se refería al asombro y a la felicidad de una vida que, a lo largo de los años, se había ido multiplicando de una forma imprevisible, a pesar de las muchas dificultades, incertidumbres y también de alguna que otra incomprensión. Y con esfuerzos y momentos oscuros, que solo ellos podían conocer en toda su profundidad.

      He vuelto a pensar muchas veces sobre este sencillo episodio; el asombro divertido de mi padre es el mismo asombro que siento yo cuando me encuentro ante la evidencia de que la vida, si se la acoge sin reservas, sabe responder con una riqueza inesperada y es capaz de devolver, multiplicado, todo lo que has puesto a su disposición.

      Pero, para que esto pueda suceder, en primer lugar, es necesario tener un horizonte temporal. O, quizá mejor, un horizonte de eternidad. Es necesario aprender a moverse en la dimensión del romance y no en esa otra dimensión, actualmente más común, del relato breve. Solo en su dimensión más amplia es posible ver cómo se despliega poco a poco la trama compleja que permite la entrada en escena de nuevas generaciones, y también seguir el desarrollo de eventos que descubren su verdadero significado si tenemos el valor de no abandonar el escenario antes de tiempo...

      Cuando nos enamoramos, todos tenemos la experiencia de que el amor pide un horizonte de eternidad. Un signo sencillo y evidente de ello son todas las poesías de amor y todas las canciones, que son una forma actual de poesía. Hoy como ayer nos acompañan, sin cambios sustanciales, a pesar del tiempo. Hoy, igual que ayer, las canciones y las poesías hablan del deseo de un amor capaz de desafiar al tiempo, que nos haga sentirnos acogidos por lo que somos, que vaya más allá de las apariencias; hablan del profundo dolor de quien se ve abandonado, de la aspiración profunda del corazón al confiarse plenamente al otro.

      ¿Por qué, entonces, se ha vuelto tan difícil moverse en el surco de este deseo? ¿Por qué los matrimonios no duran, y se rompen con tanta facilidad? Es más: ¿Por qué nos estamos dirigiendo hacia un mundo en el que las personas renuncian incluso a casarse y prefieren limitarse a hacer inversiones modestas en pequeñas historias, en las que cada uno estará muy pendiente de no entregarse demasiado al otro, para no acabar herido?

      El matrimonio parece haber perdido su significado fuerte de promesa y de novedad. La mayoría de la gente lo considera una realidad superada, inútil, cuando no falsa y perjudicial para el amor entre dos personas. Se considera que, solo en muy pocos casos y especialmente afortunados, es posible seguir amándose toda la vida y que, después de unos cuantos años, lo más probable es que sigan juntos “solo por los hijos” o “por costumbre”, mientras se cultiva una extrañeza progresiva en la cual ambos buscan en otro lugar la verdadera respuesta a sus deseos. Desde esta lógica parece que las personas más honestas son aquellas que no hacen grandes promesas de amor eterno, o aquellas que, si han sido tan temerarias como para casarse, tienen después la “valentía de separarse” en cuanto el sentimiento se debilita o se apaga.

      Este libro nace del deseo de ofrecer algunos puntos de reflexión para volver a entender el sentido convincente de aquella “relación para siempre” que tendría que ser el matrimonio, y que por desgracia se ha perdido: creo que no hay aventura humana más profunda, enriquecedora y apasionante que la que puede desarrollarse en la vida de dos personas que deciden seriamente unirse hasta la muerte. Ciertamente, no se trata de una aventura fácil ni siempre agradable, porque como todas las grandes aventuras incluye insidias, momentos de desorientación, dolor, incertidumbre. En todo caso, se trata de una gran aventura, o por lo menos contiene todas las características para poder serlo si volvemos a interpretarla en su significado originario, saliendo de la banalidad complaciente en la que se ha ido deslizando la relación hombre-mujer.

      Nuestro verdadero riesgo, hoy en día, es permitir que se marchite por completo el sentido de la profundidad de las cosas, dando primacía a la cantidad de experiencias, en detrimento de su intensidad. Esta falta de consistencia de la experiencia hace que hoy en día todo sea más difícil y frágil.

      Nos faltan la imaginación, la paciencia, y el valor: sobre todo, nos falta el valor necesario para esperar, para mantener la fe en las promesas, para buscar nuevas vías, cuando las más conocidas se revelan como equivocadas. Nos falta esa referencia a la muerte como horizonte ineludible de la vida, que nos permite situar cada cosa en su justo orden y disfrutar al máximo y en toda su belleza de cada momento de la vida.

      Dice Fabrice Hadjadj: «El amor puede hacerse verdadero a este precio: cuando se asegura de que acompañará a la tumba el cuerpo muerto de quien tanto nos atrajo cuando estaba vivo». ¿Pero quién puede, hoy en día, defender una idea como esta? La vulnerabilidad de las cosas y de las personas es parte integrante de su precioso carácter, y tendría que empujarnos a tratar de multiplicar nuestra capacidad de amarlas y de cuidar de ellas. El miedo, en cambio, nos empuja a apartar la mirada lejos de lo que es frágil, a esconder lo que en nosotros es imperfecto, y a evitarlo cuando el otro está presente.

      La relación de intimidad entre un hombre y una mujer pone al desnudo su vulnerabilidad recíproca y por eso, sobre todo hoy en día, supone un gran desafío que pocos están dispuestos a acoger.

      Desde hace bastantes años, me dedico a escuchar y acompañar a parejas en crisis. Cuando hablan conmigo, muchas veces las personas atraviesan una profunda desconfianza recíproca. Acudir al especialista se les presenta como el último recurso antes de una separación, a lo mejor ya prevista, cuando no ya decidida por uno de los dos.

      La posición del psicoterapeuta no es sencilla: tiene que salir de la acostumbrada alianza con uno de los dos que sufren, para establecer una alianza con su relación. Es necesario reinterpretar, tras las ruinas de la casa común, lo que era el proyecto originario, dar un sentido a las incomprensiones recíprocas, activar en cada uno los recuerdos que todavía están presentes y disponerles a emprender un nuevo proyecto realista, en el que a ambos merezca seguir invirtiendo. Además, es necesario poner de manifiesto de modo tangible que la familia que han construido es una criatura viviente con su propia identidad, sobre todo cuando hay hijos. El desafío es alto y no siempre tiene éxito; pero cuando, implicándose a fondo, son capaces de hacer que la relación vuelva a empezar, es frecuente que ese nuevo trato entre ambos sea más valioso y sólido que antes. Perdonarse mutuamente es arduo y muy doloroso, pero puede valer la pena hacer la experiencia.

      Hablar del matrimonio hoy exige, en primer lugar, un trabajo de “limpieza”: se parece a tener que liberar un objeto precioso de las incrustaciones del tiempo, o a redescubrir un fresco antiguo bajo estratos de pintura acumulados durante siglos: solo entonces el fresco originario

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