E-Pack Bianca y Deseo julio 2021. Varias Autoras

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era el camino fácil. En el pasado rechazó el concepto del deber, y ahora se veía gobernado por él.

      Cuando se declaró pensaba que estaba haciendo lo correcto, y no se paró a pensar ni por un instante si era lo correcto para Beatrice. Era él quien estaba haciendo el sacrificio definitivo. Dante apretó las mandíbulas y dejó escapar un suspiro fuete para librarse de sus pensamientos.

      Beatrice parpadeó, las pestañas le acariciaron la suave curva de las mejillas como las alas de una mariposa.

      –No tiene sentido lamentarse de nada, ¿verdad?

      –Lo que significa que te arrepientes.

      ¿Se había preguntado Beatrice alguna vez si las cosas habrían terminado de otra manera en el caso de que su hijo se hubiera agarrado a la vida y no hubiera sido simplemente un latido que desapareció de la pantalla?

      Dante sintió una punzada de hielo en las entrañas al recordar el momento en el que el médico les dio la noticia de que su bebé ya no estaba.

      Se había sentido devastado. Aquello no tenía sentido. Nunca había querido tener hijos.

      –Ahora miro hacia delante.

      Dante alzó la vista y sus pensamientos volvieron al momento presente.

      La intensidad de su mirada provocó que Beatrice perdiera el hielo, pero tras una momentánea pausa, volvió a recuperar el control y la actitud desafiante.

      –El pasado ha quedado atrás. No me interesa revivirlo –sintió que la sábana se le bajaba un poco y la subió. A veces la sinceridad era la mejor manera de encarar algo–. Tengo muchos recuerdos maravillosos que siempre atesoraré. Sencillamente, no soy tan realista como tú lo eres a veces –se mordió el labio, que le empezó a temblar de emoción.

      Un espasmo cruzó las facciones perfectamente simétricas de Dante.

      –Tal vez yo tenga expectativas más bajas… deberías probarlo, Beatrice. Menos desilusiones en la vida –sugirió con crudeza.

      –¿Quieres que sea igual de cínica que tú? Eso es mucho pedir, Dante.

      Él bajó un poco las pestañas con los ojos brillantes y esbozó una media sonrisa triste mientras la miraba a los ojos.

      –Tú lo llamas cinismo. Yo lo llamo realismo. Y se trata de ir dando pequeños pasos, cara.

      La expresión de Beatrice no fue lo único que se detuvo. El tiempo también. Dante casi podía escuchar los segundos antes de que ella bajara la mirada. Sin embargo, tuvo tiempo de ver el dolor en sus ojos.

      Dante apretó las mandíbulas y se maldijo a sí mismo en silencio. Por supuesto que sabía que la autorecriminación habría sido más útil si hubiera llegado antes. Como cuando la pérdida de su bebé pasó de ser una tragedia personal a convertirse en un debate palaciego alentado por los cortesanos cercanos al trono.

      Para Dante no supuso ninguna sorpresa, en el momento en que su hermano se apartó del trono, supo lo que le esperaba. Pero para Beatrice debió ser como entrar en un universo paralelo.

      Ella levantó la mirada esperando encontrarse con la suya, pero Dante no la miró a los ojos. Tal vez estaba pensando en la princesa con la que iba a reemplazarla… aquella que sí podría darle hijos.

      Los hijos que Beatrice se había esforzado tanto por darle; diez meses de vida marital en el interior de los muros de palacio, diez meses de espera y de esperanza, y luego la terrible e inevitable sensación de fracaso.

      Dante sacó las piernas por un lado de la cama, provocando que la sábana arrugada que tenía en la cintura descendiera peligrosamente unos centímetros más.

      Luchando contra el dormido instinto de protección que Beatrice despertaba en él, Dante se encogió de hombros, pero lo cierto era que de quien debía protegerse era de él.

      –Lo siento.

      Ella lo escudriñó con la mirada, pero Dante tenía una expresión imposible de captar.

      –¿Qué es lo que sientes? –se dijo que si sentía lo de la noche anterior le daría un puñetazo–. ¿Casarte conmigo? Yo sabía lo que estaba haciendo –afirmó. No le gustaba que le asignaran el papel de víctima.

      –Y ahora sigues adelante con tu vida. Sin él.

      –Eso resultaría más fácil si no estuvieras sentado en mi cama.

      –Tengo que estar en París mañana. Retrasaron la reunión, y…

      –¿Y pensaste «voy a complicarle la vida un poco más?» –en su tono había más cansancio que reproche.

      –Yo no me invité solito a tu cama, Beatrice.

      Ella se sonrojó. ¿De verdad le parecía necesario decirlo en voz alta?

      –Lo siento. No te estoy culpando. Me lo has puesto muy fácil para que me fuera.

      –Entonces, ¿has traído papeles?

      –Sí, hay papeles, pero… a la prensa le encanta…

      Beatrice se puso tensa al ver de pronto dónde conducía todo aquello. Y Dante no la miraba a los ojos. Pálida, pero contenida, lo atajó:

      –Felicidades.

      Él frunció el ceño con gesto perplejo.

      –¿Por qué?

      –Estás prometido.

      Sus acelerados pensamientos unieron rápidamente los puntos, pasando de la teoría a los hechos en su cabeza en cuestión de segundos. Sería algo oficial. Dante no habría ido hasta allí para decirle en persona que tenía una amante. Eso lo daba por hecho. Un hombre tan sensual como él no estaba hecho para el celibato.

      Dante dejó escapar finalmente un silbido entre los dientes apretados.

      –Sería un poco pronto para prometerme. Ni siquiera estoy divorciado aún.

      Ella volvió a agitar las pestañas.

      –Ah, yo solo…

      –Solo has dado por hecho algo, como siempre, con la premisa científica de que si algo es una auténtica locura, entonces es verdad.

      –Era una suposición completamente razonable –protestó ella, odiando sentirse tan aliviada–. Volverás a casarte algún día –añadió–. Tienes que hacerlo.

      A Dante se le formó un nudo en el estómago porque así era. Beatrice había utilizado las palabras «tienes que hacerlo». La gente que tenía alrededor, su familia, los cortesanos, lo llamaban deber. Cada palabra que pronunciaba, cada acto que llevaba a cabo, era observado y juzgado.

      La conclusión era que su vida ya no le pertenecía. Cuando abrió la boca para responder, Dante se dio cuenta de la hipocresía que suponía que ocupara una posición moral superior.

      –Entonces, ¿crees que me acostaría contigo estando prometido?

      –Sí

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