E-Pack Bianca y Deseo julio 2021. Varias Autoras
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–¿Quieres sentarte? No voy a saltar encima de ti.
–No –Beatrice reculó todavía un poco más hacia la esquina.
No era él quien le preocupaba: estaban los dos desnudos, y sentarse era un primer paso para tumbarse. Abrió los ojos de par en par cuando le vino a la cabeza otra posible y seguramente más probable explicación a su presencia allí.
–¿Es por el divorcio? –preguntó tragando saliva–. ¿Hay algún problema?
–No, no es por el divorcio. Es por el abuelo.
¿Reynard? Beatrice dejó de plisar la tela que sostenía sobre los senos y sonrió. El anciano rey, que tras sufrir un ataque había renunciado al trono en favor de su hijo, el padre de Dante, era una de las pocas personas de palacio con las que Beatrice se sentía relajada.
Conocido por su lengua ácida y un ingenio que no dejaba títere con cabeza, la hacía reír, aunque no fue consciente hasta más tarde del privilegio que suponía que se hubiera ofrecido a enseñarle a jugar al ajedrez.
Seguían jugando por internet.
–Uno de estos días le voy a ganar.
Dante curvó los labios en una media sonrisa.
–Si lo haces será de verdad, porque nunca te dejaría ganar.
–Eso espero… ¿y cómo está? –había visto lo suficiente en el rostro de Dante como para entrar en pánico. No fue su expresión lo que la asustó, sino la ausencia de ella–. Oh, Dios mío, ¿no está… no ha…?
–No, no… está bien –la tranquilizó él–. Pero ha sufrido otro ataque.
–¡Oh, Dios, no!
–Tranquila. Los médicos le administraron la medicación a tiempo, así que parece que no hay daño permanente. Al menos no más del que ya había.
Beatrice dejó escapar un suspiro de alivio, pero todavía se sentía temblorosa y triste, porque algún día el peor escenario sería real, y un mundo sin aquel carácter irascible sería un lugar peor.
–Hemos sido discretos, pero resultará inevitable que la noticia se filtre pronto, y ya sabes cómo les gustan los dramas. Quería que tú conocieras los hechos, no una ficción exagerada.
–¿Por qué no me dijiste simplemente que esa es la razón por la que has venido?
Los ojos de Dante se clavaron en los suyos, y Beatrice sintió que todo el cuerpo se le sonrojaba.
–De acuerdo –se apresuró a decir antes de que él pudiera señalar que no habían hablado mucho la noche anterior–. Podías haber mandado un mensaje… o llamarme. No ha sido muy amable por tu parte venir aquí. Para mí no ha sido fácil…
Dante apretó las mandíbulas.
–¿Y crees que para mí sí?
–Muy bien. Pues digamos que lo de anoche fue una despedida –tenía que ser así, no podía hacer aquello más de una vez–. Dale recuerdos a Reynard de mi parte. Ojalá pudiera verlo.
–Puedes verlo.
Beatrice soltó una carcajada amarga.
–¿Volver a San Macizo? Supongo que estás de broma.
–¿Tan desgraciada fuiste allí?
Ella mantuvo una expresión neutra.
–Fui irrelevante allí.
La única función que podría haberla convertido en alguien aceptable era producir bebés, y no lo había conseguido. Mes tras mes de expectativas, y luego… Dante debió sentirse aliviado cuando Beatrice le anunció que no iba a continuar.
Ya era suficiente. Beatrice levantó la cabeza y se dirigió sin mirarlo al vestidor. Dándole la espalda, se puso la bata turquesa que estaba colgada detrás de la puerta. Resultaba completamente ridículo mostrar aquella falsa modestia delante de Dante que conocía íntimamente cada centímetro de su cuerpo. Dejó caer la sábana.
–Lo intenté durante diez meses –dijo dándole la espalda, satisfecha de que no pudiera verle la cara–. Intenté hacer lo correcto, decir lo correcto. Intenté encajar. Intenté…
No terminó la frase, pero las palabras no dichas quedaron colgando entre ellos como un velo. Ambos sabían lo que había intentado y no había conseguido, lo único que podría haberla convertido en aceptable para su familia: darle un heredero.
Capítulo 3
Dándole la espalda, Beatrice apretó el cinturón de la bata antes de girarse e hizo un esfuerzo por no fijarse en el brillo de sus ojos mientras la miraba apretarse un poco más el cinturón.
Alzó la barbilla en gesto desafiante y se apartó el cabello de la cara antes de colocárselo detrás de la oreja.
Aunque fuera había empezado a nevar de nuevo, allí dentro la temperatura era incluso demasiado cálida, sin duda porque el enorme radiador de hierro fundido parecía no responder al termostato.
Algo muy parecido a lo que le sucedía a su termostato interior, que ignoraba las instrucciones cuando Dante estaba cerca.
–Estabas empeñada en eso, pero no es verdad. Nunca fuiste irrelevante –aseguró él–. Un dolor de… pero nunca irrelevante –murmuró, incapaz de apartar la mirada de la sensualidad de su cuerpo, realzada bajo la seda–. ¿Esa bata es nueva? Resalta el color de tus ojos.
Que eran tal azules que al principio pensó que llevaba lentes de contacto.
Beatrice esbozó una sonrisa tirante.
–Han pasado seis meses. He añadido algunas prendas a mi guardarropa. Seguramente tendrás una lista en alguna parte.
–Seis meses desde que tú te marchaste. Yo no te pedí que te fueras.
Ella se había marchado. Para Dante no era una opción; él nunca podría irse. Estaba atrapado en un papel que tendría que representar el resto de su vida. Encasillado eternamente como una persona que nunca sería.
Beatrice sintió que su rabia se encendía de nuevo, despertando viejos resentimientos. Dante hacía que sonara muy sencillo, y marcharse había sido lo más duro que había hecho en su vida. Habría resultado mucho más fácil si le hubiera dejado de amar, para él era sencillo porque nunca la había amado, no de verdad.
Aquella era una certeza que siempre había sabido y que había enterrado profundamente.
–No intentaste detenerme.
–¿Querías que lo hiciera?
–Aunque me hubiera quedado embarazada,