La Argentina después de la tormenta. Francisco de Santibañes

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La Argentina después de la tormenta - Francisco de Santibañes

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      Muchos conservadores populares llegaron al poder, por ejemplo Vladimir Putin en Rusia, Narendra Modi en India, Benjamín Netanyahu en Israel, Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en los Estados Unidos, Andrzej Duda en Polonia y Viktor Orbán en Hungría. Incluso en el caso de China, podemos decir que Xi Xingping comparte algunas características con los conservadores populares, como son la lucha contra la corrupción de las élites, la concentración de poder en la figura del líder y su nacionalismo.

      Otra de las características que comparte esta nueva generación de líderes es un pragmatismo que los ha llevado a sacar provecho político de un malestar social que ya existía en sus sociedades frente a sus clases dirigentes. Además, han hecho un uso efectivo de las redes sociales para saltearse a los medios de comunicación tradicionales y establecer, de esta manera, una relación directa con la población.

      Sin embargo, el conservadurismo popular no solo afecta la política doméstica de los países sino también la internacional. En efecto, el nacionalismo de estos conservadores los ha llevado a oponerse a numerosas organizaciones internacionales que en las últimas décadas ganaron responsabilidades. Y esto es así porque, por un lado, desconfían de sus burocracias (a las que ven demasiado cercanas a una agenda progresista) y, por el otro, porque se oponen a cederles soberanía. Su nacionalismo los lleva a creer que las organizaciones multilaterales deben limitarse a facilitar el intercambio de información entre los Estados y no actuar con altos niveles de autonomía.

      Quizás el caso más evidente de esto haya sido el de Trump, que retiró a los Estados Unidos del Acuerdo de París y decidió renegociar numerosos acuerdos comerciales para, de esta manera, incrementar el grado de autonomía de su país. Pero el caso europeo también es relevante. En parte, Boris Johnson alcanzó el poder en Gran Bretaña debido a su oposición a la permanencia británica en la Unión Europea, denunciando el rol que las élites europeas han jugado a la hora de restarle soberanía a su pueblo.

      Dada la magnitud de los cambios de liderazgo que estoy describiendo, no debe sorprendernos que los niveles de colaboración internacional hayan disminuido en todas las áreas y que la mayoría de los organismos internacionales esté atravesando una profunda crisis.

      La Organización Mundial del Comercio (OMC) está paralizada, la ONU ha perdido capacidad para visibilizar su agenda y la Unión Europea atraviesa la mayor crisis de su historia debido al resurgimiento del nacionalismo. Las diferencias que encontramos en esta última, ya no son tan solo entre los países del Norte y del Sur por la distribución de los recursos sino también entre los del Oeste y el Este por la misma definición de qué es una democracia. En definitiva, a las diferencias económicas ahora se le suman las culturales. Por otra parte, los órganos de financiamiento internacional establecidos luego de la Segunda Guerra Mundial, como son los casos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), han perdido influencia, en cierta medida porque no han sido capitalizados.

      Otro punto a señalar es que, si bien los conservadores populares son profundamente capitalistas, están dispuestos a subordinar la búsqueda de la eficiencia económica a otro tipo de objetivos, entre los que se encuentran el mantenimiento de la estabilidad social y la defensa nacional. En esto se diferencian de los líderes liberales progresistas que promueven la globalización y el libre mercado debido, en parte, a su creencia de que las ganancias en productividad compensan los posibles costos del comercio y el libre movimiento de personas. Por el contrario, los conservadores populares suelen oponerse a la entrada de un gran número de inmigrantes por el temor que les causa la pérdida de identidad nacional y, además, consideran que ciertas industrias –especialmente, si tienen valor militar– deben mantenerse apartadas de las reglas que promueven la globalización.

      ¿La derrota electoral de Trump significa un duro golpe para el conservadurismo popular? No de manera necesaria. Repasemos, en primer lugar, lo que sucedió durante 2020. Electoralmente, varios conservadores populares incrementaron su poder. Con un 64 % de los votos, Modi logró imponerse en India por un margen más amplio que en su elección anterior, y lo logró con un discurso aún más nacionalista. En Gran Bretaña, Boris Johnson no solo ganó la elección sino que transformó al Partido Conservador de uno tradicional a uno conservador popular. Por otra parte, al momento de escribir este texto, Bolsonaro tenía el mayor nivel de aceptación desde el inicio de su mandato. Putin logró, con casi el 80 % de los votos, la aprobación de una reforma constitucional que, seguramente, le permitirá ser reelecto con comodidad. En Polonia, Andrzej Duda consiguió la reelección y en España surgió Vox, partido que alcanzó el tercer lugar en las elecciones que tuvieron lugar a fines de 2019.

      Pero más allá de estos resultados, es cierto que la derrota electoral de Trump en los Estados Unidos puede significar, dada la importancia de este país, un cambio de esta tendencia a nivel global.

      Existen algunos datos que debemos considerar. En primer lugar, la debilidad política de Trump fue el producto del mal manejo de la pandemia y no de sus ideas. De todas maneras, el presidente deja un Partido Republicano transformado (de conservador tradicional a conservador popular), así como un equilibrio de fuerzas en el Senado y, además, una Corte Suprema con una mayoría conservadora que, seguramente, se mantendrá durante décadas. Todo esto indica que el conservadurismo popular continuará siendo una fuerza política central en los Estados Unidos.

      Por otra parte, el liberalismo progresista continúa a la defensiva. Sin nuevas ideas ni motivación suficiente para enfrentar los cuestionamientos que le llegan por derecha e izquierda. Macron, por ejemplo, parece haber modificado algunas de sus posturas, abrazando un discurso más cercano a la tradicional derecha francesa, gaullista, que al liberalismo progresista. Probablemente se deba a la pérdida de respaldo que sufrió su visión original luego de la aparición de los chalecos amarillos.

      Tampoco podría decirse que la elección de Joe Biden representa una clara victoria del liberalismo progresista. En efecto, en los últimos años no solo el Partido Demócrata se ha movido hacia la izquierda sino que los liberales progresistas han perdido influencia en muchas de las principales instituciones culturales de los Estados Unidos. De esta manera, han cedido espacio a una nueva generación de académicos y periodistas que parece priorizar ciertas causas (feminismo, lucha contra el racismo y otras) sobre la defensa de principios asociados al liberalismo, como son el pluralismo o la libre discusión de ideas. Quizá la mayor victoria del liberalismo progresista haya sido retomar el control del Partido Laborista en Gran Bretaña gracias a la elección del moderado Keir Starmer.

      La segunda tendencia que está transformando el sistema internacional es la disputa estratégica entre los Estados Unidos y China. Como ha ocurrido en otras ocasiones a lo largo de la historia, cuando emerge una nueva potencia mundial se desencadenan una serie de mecanismos por los cuales los grados de incertidumbre y de conflictividad tienden a aumentar. Ante la aparición de un Estado con la capacidad de dominar su propia región, Washington podría perder su condición de potencia hegemónica.

      Estados Unidos es el único poder hegemónico, porque ha logrado dominar militarmente su propia región, el hemisferio occidental. Disfruta, entonces, de la seguridad que le brinda su situación geográfica y puede intervenir con cierta facilidad en otras áreas geográficas sin temer demasiadas retaliaciones en su territorio. Sin embargo, si China logra alcanzar la misma condición dominante en el sudeste asiático, Washington perderá esta tranquilidad.

      Según el académico estadounidense John Mearsheimer, la necesidad por mantener la condición hegemónica es lo que lo llevó a Washington a intervenir en la Primera Guerra Mundial (para evitar que Alemania se convirtiera en el poder hegemónico de Europa), en la Segunda Guerra Mundial (para lograr que Alemania no lo sea en Europa y Japón en Asia), en la Guerra Fría (para que la Unión Soviética no dominara Europa y Asia) y en la Guerra del Golfo (para que Irak se convirtiera

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