La Argentina después de la tormenta. Francisco de Santibañes

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La Argentina después de la tormenta - Francisco de Santibañes

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sumarle la incertidumbre que genera no saber cuáles son las verdaderas intenciones de Beijing. ¿El aumento del gasto militar de China se debe a cuestiones defensivas o, por el contrario, tiene como objetivo ponerle fin a la presencia estadounidense en el mar de la China a través, si es necesario, de acciones militares? Por otro lado, en Beijing se preguntan cuáles son las verdaderas intenciones de una potencia que está estrechando lazos con las naciones que rodean a su país. Ante la duda, ambas potencias optan por incrementar su poder militar y fortalecer sus alianzas. Como consecuencia de esto, aumentan los niveles de incertidumbre y de conflictividad.

      Si bien esta segunda tendencia se explica, principalmente, por los cambios estructurales del poder que observamos en el sistema internacional, la primera de las tendencias que mencionamos ayuda a acelerarla. El mayor grado de nacionalismo que se observa, tanto en la dirigencia de China y de los Estados Unidos como en las poblaciones, lleva a que la competencia estratégica se apresure.

      Repasemos lo que sucedió con la aparición de la actual pandemia. Trump denominó al Sars-CoV-2 como el “virus chino” y culpó al Gobierno de Beijing por su intervención en la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lejos de condenar estas declaraciones, durante la campaña presidencial los demócratas acusaron a Trump de no ser suficientemente duro con Beijing. Por otra parte, voceros del Gobierno chino deslizaron la posibilidad de que este coronavirus haya sido introducido en el territorio nacional por el Ejército de los Estados Unidos. Todo esto ha llevado a que disminuyan los niveles de colaboración (inclusive en áreas tan importantes como la salud) entre los Estados.

      Esta rivalidad viene debilitando al orden liberal y a las organizaciones internacionales que lo componen, y existe la posibilidad de que estas últimas se conviertan en meros escenarios de la disputa entre las potencias. Podemos ver las discusiones en torno a la influencia que cada país ejerce sobre la OMS, un organismo que debería tener un perfil más técnico que político. O el hecho de que, por primera vez en la historia, Washington haya presentado su propio candidato para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lo cual parece ser parte de su estrategia para moderar la creciente influencia económica que China viene ganando en América Latina.

      Una posible objeción a mi argumento es que, en realidad, no vivimos en un mundo bipolar en el que dos Estados dominan el concierto de las naciones sino en un sistema multipolar en donde la participación de la Unión Europea, India, Japón o Rusia lleva a que la distribución de poder a nivel mundial –y, como consecuencia, los incentivos que enfrenta cada Estado– sea diferente a los que menciono. Podría existir, entonces, un sistema más o menos flexible del que impone la bipolaridad. Pero si repasamos la distribución del poder económico y militar en el mundo, veremos que esto no es así.

      Según datos del FMI, en términos de paridad de poder adquisitivo, China representa en la actualidad el 20 % de la economía mundial y los Estados Unidos el 15 %. Los sigue India con el 7,5 %. En términos de gasto militar, los Estados Unidos destinan a sus Fuerzas Armadas el equivalente al 35 % del gasto total a nivel mundial, mientras que China destina el 13 %. Recién después aparecen Arabia Saudita, Rusia e India con aproximadamente un 4 % del total. Lo que llama la atención de estos números no es tanto lo cercano o no que se encuentran los dos actores más importantes del sistema internacional sino la distancia que los separa de los otros Estados.

      Para entender la naturaleza de un nuevo sistema internacional, que ya no estará definido por la hegemonía estadounidense que prevaleció durante el orden liberal sino por el conflicto entre China y los Estados Unidos, nos resultará útil compararlo con la Guerra Fría. Una de las principales semejanzas entre ambos períodos es la existencia de armas nucleares. La aparición de estas armas cambió la naturaleza misma del conflicto entre naciones ya que transformó un enfrentamiento militar entre potencias nucleares en un acto prácticamente suicida. Esta es una lección que las potencias mundiales parecen haber aprendido desde el conflicto de los misiles en 1963 y, muy probablemente, se mantenga en las próximas décadas.

      A falta de esta opción, el escenario más probable es que la competencia entre Washington y Beijing se dé en otros ámbitos (como son el político, cultural y tecnológico) y, cuando se produzca en el militar, ese enfrentamiento tendría lugar en áreas geográficas alejadas de estas naciones. Esto significa que el conflicto entre China y los Estados Unidos podría trasladarse a regiones como América del Sur, Europa, Medio Oriente y África, donde Estados próximos lucharán las batallas de las potencias.

      Pero también existen claras diferencias con la Guerra Fría. Una de las mayores es el poderío económico alcanzado por China. La Unión Soviética nunca logró competir realmente con los Estados Unidos en el plano económico, tanto por el menor tamaño de su economía como de su falta de productividad y desarrollo tecnológico. Por el contrario, China ya es o está en camino de convertirse en un par de los Estados Unidos. Asimismo, en esta disputa, la ideología juega un rol menor. Esto ayudará a disminuir los grados de conflictividad, pues se enfrentan los intereses de dos Estados y no dos visiones incompatibles del mundo.

      La tercera tendencia que está transformando el escenario internacional es la aparición de nuevas tecnologías. A lo largo de la historia, los nuevos medios de producción no solo han afectado las relaciones entre los actores económicos sino que ciertas innovaciones también han modificado el balance de poder militar entre los Estados y las capacidades que estos tienen para ejercer el monopolio del uso de la fuerza dentro de sus fronteras. Predecir los efectos que los cambios tecnológicos tendrán sobre las relaciones internacionales es todo un desafío, pero podemos presentar algunas hipótesis.

      La aparición de las redes sociales parece haber modificado la manera en que los líderes políticos se comunican con sus sociedades. Como ya he mencionado, una nueva generación de líderes conservadores ha sacado provecho de esta situación dirigiéndose directamente a su electorado mediante redes como Facebook y Twitter. De esta manera, lograron saltearse a los medios tradicionales de comunicación. Han sido habituales los ataques que emitiera Trump, así como los de Bolsonaro o Netanyahu a medios como el New York Times, O´Globo o Haaretz, a los cuales acusan de representar los intereses de las élites.

      Uno de los efectos que ha tenido la creciente debilidad de los medios de comunicación tradicionales (que vienen perdiendo audiencia) es la merma en su capacidad para definir qué es lo que se puede o no se puede publicar. Como resultado, se ha vuelto más fácil hacer uso de las redes sociales para comunicar noticias falsas o atacar de manera violenta a rivales políticos y a distintos miembros de las clases dirigentes. Esto, a su vez, ayudó a polarizar a las sociedades, permitiendo el éxito electoral de políticos con ideas que hasta no hace mucho tiempo hubiesen sido catalogadas de extremistas.

      Asimismo, innovaciones en el campo de la producción están transformando la naturaleza misma del trabajo. La automatización ha eliminado numerosos empleos industriales y los nuevos trabajos suelen pertenecer a la economía digital. Por tomar un caso, los trabajadores de la economía gig son contratistas independientes que usan portales de internet, igual que Uber, para contactar a sus clientes. A diferencia de los trabajos industriales del pasado, estos suelen carecer de cobertura y sus ingresos son sumamente variables.

      Esto tiende a incrementar los niveles de incertidumbre y genera malestar en un sector de los trabajadores que, ante la falta de resultados de los gobiernos socialdemócratas, ha migrado hacia una nueva derecha. En definitiva, tanto las redes sociales como la digitalización de la economía parecen haber ayudado a fortalecer la primera de las tendencias que describo.

      Por otra parte, el crecimiento de la IA y de otro tipo de tecnologías estratégicas ha tendido a centrarse en las dos grandes potencias. Como resultado de esto, la distancia que separa a China y los Estados Unidos del resto de las naciones ha aumentado en el campo tecnológico, acelerando de esta manera la segunda de nuestras tendencias.

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