La Argentina después de la tormenta. Francisco de Santibañes

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La Argentina después de la tormenta - Francisco de Santibañes

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nacionalistas de Alemania y Japón al final de la Segunda Guerra Mundial.

      Quizá la vertiente más conocida de la derecha sea el liberalismo. La mayoría de los liberales valoran, ante todo, al individuo y a la razón. Promueven las libertades individuales, el estado de derecho y el equilibrio de poderes que tiene lugar gracias a las instituciones republicanas. Por el contrario, suelen desconfiar del rol que las religiones juegan en la vida pública y se oponen, mayoritariamente, a todo tipo de nacionalismo. En el plano económico defienden al capitalismo, a la competencia y a un Estado que se limite a cumplir ciertas funciones básicas. En política exterior, suelen promover la democracia liberal, los organismos internacionales (como la ONU o la OMC) y el libre comercio. Con la caída del Muro de Berlín, las ideas liberales pasaron a dominar el discurso político y económico, siendo la globalización uno de sus principales resultados.

      Por último, los conservadores buscan alcanzar un equilibrio entre el individuo, el Estado y la sociedad civil. Dentro de esta última, aprecian el rol que juegan las pequeñas comunidades, las familias y las religiones. Si bien el conservadurismo valora la nación, considera que lo que une a sus integrantes no es una etnia en particular (como lo hacían el nazismo y otros movimientos nacionalistas) sino una historia y una cultura en común. Finalmente, los conservadores suelen oponerse al relativismo moral, algo que ven reflejado, en mayor o menor medida, en el resto de las ideologías modernas.

      Dado que ya he escrito sobre el tema, no me detendré aquí a discutir sobre la naturaleza del conservadurismo popular. Tan solo diré que si bien este movimiento continúa con la tradición conservadora, se diferencia de esta en un aspecto central: es antielitista. En efecto, el conservadurismo popular ataca a las clases dirigentes actuales, a las que considera liberales y progresistas, porque no representan los intereses y los valores de sus pueblos. Donald Trump lo fue, mientras que Recep Erdogan, Narendra Modi, Jair Bolsonaro, Vladimir Putin y Boris Johnson son algunos de los líderes que pertenecen a un movimiento que hoy en día se encuentra en plena expansión.

      Pensando a futuro, creo que uno de los mayores peligros que enfrenta el mundo es el resurgimiento del fascismo. El liberalismo y el conservadurismo son moral y políticamente aceptables, pero el fascismo claramente no lo es.

      ¿Cómo podría ocurrir ese resurgimiento? Mediante la transformación del conservadurismo popular en un movimiento similar al fascista. En principio, esto parece poco probable dado que las diferencias entre el conservadurismo y el fascismo son considerables. Mientras que el primero valora la religión, desconfía del Estado y es realista en política exterior, el segundo defiende las posturas opuestas. Sin embargo, y al igual que ocurrió en la Europa de principios del siglo XX, los temores a los enemigos externos e internos del pueblo podrían llevar a que las sociedades, y los conservadores en particular, crean que la solución se encuentra en un Estado y un líder todopoderoso. De hecho, en su defensa de un modelo de democracia más directa, el conservadurismo popular ya presenta ciertos rasgos autoritarios. También debemos considerar la posibilidad de que, enfrentados con el posible ascenso al poder de la izquierda, muchos liberales opten por apoyar una versión aggiornada del fascismo.

      Debemos velar por que esto no ocurra, en especial en momentos en que la proliferación del Covid-19 está generando gran temor en las sociedades. Los mejores representantes del conservadurismo y del liberalismo tienen por delante la responsabilidad de establecer una clara línea entre lo que es aceptable y lo que no lo es. Nuestro futuro puede depender de ello.

      Pocos libros marcaron tanto una época como El fin de la historia, de Francis Fukuyama. La tesis central de esta obra, publicada en 1992, es que con la caída del Muro de Berlín la lucha entre las ideologías había llegado a su fin. Si bien a partir de ese momento podrían producirse retrocesos, lo cierto es que la democracia liberal junto al capitalismo finalmente habían triunfado y se expandirían por todo el mundo. Por otra parte, sus grandes rivales, el comunismo y el fascismo, habían fracasado.

      Pero la historia nos da sorpresas. El análisis de Fukuyama había dejado de lado otra visión de la sociedad: la del conservadurismo. Esta tradición de pensamiento y gobierno es alimentada por diversas corrientes, entre las que se encuentran la doctrina de la Iglesia católica, el pensamiento del filósofo alemán G. W. F. Hegel y el del británico Edmund Burke. Para los conservadores, el bienestar de los individuos y de la comunidad depende, en gran medida, de la fortaleza de la sociedad civil y de los grupos intermedios que la componen, siendo las familias y las agrupaciones religiosas los más importantes. El Estado y las libertades individuales son aceptados, pero únicamente como parte de una organización social más amplia y profunda que, según el conservadurismo, promueve la buena vida.

      Durante el conflicto entre Occidente y la Unión Soviética, conservadores y liberales, que históricamente habían sido rivales, conformaron una alianza intelectual y política que tuvo como principal objetivo enfrentar al comunismo. Pero una vez finalizada la Guerra Fría, el liberalismo se alejó de las posturas que defendieron dirigentes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher para adoptar aspectos del ideario progresista, como son la agenda de género o el rechazo a todo tipo de nacionalismo. Emergió entonces el liberalismo progresista de nuestros días, aquel que defienden políticos como Trudeau y Macron. En parte por convicción y en parte por conveniencia, el liberalismo progresista se terminó convirtiendo en la ideología de gran parte de las élites, aquellas que defienden al liberalismo en lo económico (como globalización y libre mercado) y al progresismo en lo social (donde están el secularismo y el feminismo).

      Si en su momento el triunfo de la democracia liberal fue el gran catalizador de la historia, hoy parece serlo el rechazo al liberalismo progresista y a las élites que lo postulan. Cuando recorremos el mapa del mundo, observamos el surgimiento de una nueva camada de líderes políticos que a las posturas tradicionales del conservadurismo le suman un fuerte elemento antielitista. Entre ellos se encontraba Trump en los Estados Unidos, y perduran Putin en Rusia, Boris Johnson en Gran Bretaña, Modi en India, Erdogan en Turquía, Bolsonaro en Brasil y Netanyahu en Israel.

      ¿Qué características tienen estos líderes y su ideología, a la que denomino conservadurismo popular? En primer lugar, son nacionalistas. También son capitalistas, pero desconfían de la versión más ambiciosa de la globalización. Rechazan, por ejemplo, la libre migración y están dispuestos a imponer barreras al libre comercio para incrementar los ingresos de algunos sectores de la población o ejercer presión sobre otros Estados.

      Se oponen a la agenda progresista y llaman a defender el modelo tradicional de familia. Celebran, por otra parte, la participación de la religión en la esfera pública y suelen formar alianzas con las instituciones religiosas de sus países. En política internacional son realistas. Por lo tanto, evitan ideologizar la política exterior y no buscan expandir un determinado modelo de gobierno alrededor del mundo. Otras características son su lenguaje “políticamente incorrecto” y su hábil manejo de las redes sociales, a las que utilizan para “saltearse” a los medios tradicionales de comunicación.

      Mientras que los conservadores tradicionales se mostraban moderados y respetaban las jerarquías sociales, los conservadores actuales atacan al establishment porque consideran que, debido a su progresismo y liberalismo, ya no representa los intereses y los valores de sus sociedades. Esto los ha llevado a cuestionar ciertas instituciones republicanas y a promover una forma más directa de democracia en la que ganan protagonismo los hombres fuertes y los plebiscitos, como el que definió la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.

      En la actualidad, el conservadurismo popular se encuentra en plena expansión. Johnson ha transformado al Partido Conservador británico en un partido conservador popular, y Modi instaló exitosamente el nacionalismo hindú en India. En nuestra región, los índices de aprobación de Bolsonaro han subido. Por lo contrario,

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