Empuje y audacia. Группа авторов

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Empuje y audacia - Группа авторов Ciencias Sociales

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la clasificación diferencial de los jóvenes migrantes a partir de un mecanismo, de naturaleza estructural, que justifica entonces su «natural» lugar de inferioridad, atribuida al construir taxonomías poblacionales que clasifican a los diferentes grupos humanos de manera jerárquica con respecto a quien ejerce la dominación (Maroto Blanco y López Fernández, 2019).

      Se produce entonces la institucionalización de determinadas representaciones, siguiendo la perspectiva teórica de Berger y Luckmann (1988), que articulan unos modelos explicativos sobre los jóvenes migrantes, que responden así a los intereses del grupo dominante (Moscoso, 2018a). Este proceso que se modula de manera subversiva y silenciosa, garantiza su efectividad al favorecer su incorporación en el imaginario colectivo. Su interiorización y asunción como un modelo válido limita de manera importante su cuestionamiento.

      Esta forma de representar a los jóvenes como los «otros» constituye, a su vez, un proceso homogeneizador de etiquetaje que los define en base a un único elemento posible: el viaje migratorio, que totaliza esa identidad reconstruida, invisibilizando la pluralidad de elementos que los define, y alentando la mirada estereotipada sobre ellos, cuando forma parte de un colectivo heterogéneo que presenta una diversidad de situaciones y particularidades (Quiroga y Sòria, 2010).

      Este ejercicio ontológico no sólo establece la atribución de una serie de rasgos comunes, características o comportamientos que se presuponen identificables de todo el grupo o comunidad, lo que constituye, en palabras de Vasilachis de Gialdino (2004), una abstracción conceptual; sino que además constituye una metáfora que legitima la existencia de los jóvenes migrantes en base a la sociedad de recepción.

      Por un lado, implica la negación de la capacidad de autorrepresentación que tienen los jóvenes para pensar su propia realidad, para construir su relato, para que este sea válido y coexista con la pluralidad de formas de ver y vivir esa realidad. Y, por otro, convierte un modelo de representación, que se elabora de manera particular en el país de destino, como el único posible. Esta violencia simbólica (Bourdieu, 2000) permite, y ahí radica su efectividad, en que el dominado se piense a sí mismo a partir de los parámetros cognitivos que establece el dominante (Venceslao y Delgado, 2017), lo que puede producir un proceso de autoestigmatización que influye en la construcción de la propia identidad de los jóvenes (Jenkins, 2000) y favorece la adaptabilidad a un sistema que les responsabiliza de su propia situación, obviando que las relaciones de desigualdad que les atraviesan son de carácter estructural.

      Este imaginario construido permite así enmarcar a los jóvenes migrantes en un contexto normativo que regula su movilidad. El viejo continente responde ante los desplazamientos globales con la construcción de la Europa fortaleza (Jiménez, 2012), a partir de acuerdos políticos que establecen una normativa a nivel internacional y nacional que limita la libre circulación de las personas que vienen del Sur global, reforzando las fronteras del Norte –a través del Tratado Schengen–; y fomentando la contratación y acción de agencias como Frontex, que velan por los acuerdos a partir de la financiación económica que destinan los Estados europeos.

      La expansión de las fronteras (Abu Ali, 2016) esboza, así, la representación cartográfica del mundo y delinea los trazos que establecen los límites entre los países, reproduciendo nuevas formas de dominación. Unas barreras físicas y políticas, cada vez más reforzadas que, sin embargo, se abren en los desplazamientos sin restricciones que se permiten a las personas que pertenecen al Norte global, tanto en este contexto como hacia y en el marco de los países de América Latina, Asia y África.

      Estas múltiples líneas abismales (Santos, 2018) confluyen, se yuxtaponen y atraviesan a los jóvenes migrantes. Desprendidos de su subjetividad, desnudados de historia y reconocimiento al atravesar la frontera, son reducidos a cuerpos migrantes (Domenech de la Lastra, 2017). Cuerpos, donde reside la misma frontera, al arriesgar su vida en el viaje y en la diversidad de trayectos que realizan (Moscoso, 2018b). La llegada al país de destino no abre brechas (McAll, 2017) en los múltiples muros que los aíslan. Su presencia en la sociedad de recepción refuerza, por el contrario, las fronteras internas (Suárez-Navaz, 2011) y delimita los lugares inclusivos, los «adentros» de la sociedad, lo común o cotidiano, para reafirmar y reposicionar su lugar en los «afueras», en un espacio ajeno o extraño a la sociedad (Mezzadra y Neilson, 2018; Mora y Montenegro, 2009).

      Fuera de lugar, los jóvenes migrantes ocupan un espacio de liminalidad, un espacio difuso, en los bordes, no definido (Lázaro Castellanos, 2014) que concreta la metáfora espacial en una construcción jurídica que legitima, así, el no reconocimiento de su ciudadanía y la negación de su pertenencia como miembros de la sociedad (De Lucas, 2012), al silenciar sus derechos en un marco global.

      3. Vidas e historias silenciadas: los jóvenes migrantes

      Sólo una voz, la del ocupante, tiene valor, merece ser escuchada. Las otras voces son negadas, acalladas, opacadas. No constituyen sino meros sonidos incapaces de alcanzar un sentido que transforme las razones que esgrimen quienes, se supone, pueden hablar y ser escuchados. Los que creen tener un poder que ninguna voluntad logra quebrar oyen, pero se niegan a escuchar.

      Vasilachis de Gialdino, 2011: 134

      El abordaje empirista presente en el contexto académico e institucional, que contempla la situación de los jóvenes migrantes (Suárez-Navaz, 2011) desde una perspectiva cuantitativa basada en indicadores como el género, la edad, la nacionalidad, la situación administrativa…, contribuye a la construcción de esta realidad de manera homogénea y generalizadora. La influencia del positivismo ha sido determinante en la utilización de esta perspectiva y en el desarrollo de métodos experimentales que permitieran objetivar el conocimiento de la realidad, ya que, desde este paradigma, el único conocimiento considerado válido es aquel que puede medirse (Santos, 2006). Esto pone en debate la difícil cuestión de medir la diferencia (Blum, 2002).

      Y es este tipo de conocimiento, fundamentado científicamente, el que legitima el imaginario hegemónico existente sobre los jóvenes migrantes, como hemos desarrollado en el apartado anterior, y lo convierte en un régimen de verdad, difícilmente cuestionable (Maroto Blanco y López Fernández, 2019). De esta manera, las categorías creadas, que enmarcan a los jóvenes y los clasifican, son presentadas como una realidad objetiva, y se acaban instaurando como mecanismos de poder que perpetúan las relaciones sociales de dominación (Garrow y Hasenfeld, 2017), lo que fundamentan a su vez la necesaria articulación de prácticas institucionales de control.

      Es una mirada que a su vez contribuye a la homogeneización de colectivos, como los jóvenes migrantes, con el objetivo de comparar la cantidad y la dimensión del fenómeno (Green, 2006). De esta manera, se deja de lado el tema de la agencia, las relaciones y procesos sociales –nacionales e internacionales– que participan, así como los factores sociohistóricos que contextualizan el hecho migratorio y puedan explicar las posibles causas y consecuencias de este (Garrow y Hasenfeld 2017), lo que favorece la responsabilidad atribuida a los jóvenes de su propia situación, «debiendo asumir en el marco de las relaciones de poder asimétrico cada una de las decisiones tomadas en su nombre» (Del-Sol-Flórez, 2013: 141-142), obviando que para contemplar este hecho social resulta importante realizar el análisis de las desigualdades desde una perspectiva macroestructural.

      Este ejercicio epistemológico favorece la deshumanización de los procesos humanos, ya que no permite contemplar la naturaleza de las personas con toda su amplitud, ni posibilita el reconocimiento del punto de vista de los actores sociales, su experiencia y el contexto sociocultural en el que se enmarcan, que resulta indispensable para entender todo fenómeno social. Reduce, así, la compleja situación que viven los jóvenes, que es representada de manera simplificadora a través de una fotografía estática e inamovible, cuando constituye un fenómeno en constante movimiento (Blum, 2002).

      Este proceso maximiza, así, la cosificación de las personas, «mediante la aplicación ciega del sentido común sobre los datos producidos»

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