De damnificados a víctimas. Fernanda Espinosa Moreno
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Mucha gente piensa que un duelo es algo privado, que nos devuelve a una situación solitaria y que, en este sentido, despolitiza. Pero creo que el duelo permite elaborar en forma compleja el sentido de una comunidad política, comenzando por poner en primer plano los lazos que cualquier teoría sobre nuestra dependencia fundamental y nuestra responsabilidad ética necesita pensar. Si mi destino no es ni original ni finalmente separable del tuyo, entonces el “nosotros” está atravesado por una correlatividad a la que no podemos oponernos con facilidad; o que más bien podemos discutir, pero estaríamos negando algo fundamental acerca de las condiciones sociales que nos constituyen.29
En este estudio entendemos el duelo social como una continuidad de la comunidad política, puesto que en el duelo se pueden observar las estructuras sociales. Las formas de reconocimiento del duelo, de la pérdida, responden a las estructuras de las sociedades de los vivos. Descubrimos que, además de las víctimas de homicidio por violencia política, otros tipos de víctimas también tuvieron un duelo social; por ejemplo, los propietarios y los comerciantes que sufrieron pérdidas patrimoniales, que fueron reconocidos por el Estado colombiano durante la Violencia Bipartidista, así como los torturados y los familiares de los desaparecidos políticos. Fueron sujetos que tuvieron derecho a la manifestación pública de la pena y la pérdida. En este sentido, los obituarios y los duelos públicos refieren vidas dignas de atención y de recordación. Butler señala:
Si tuvieran su obituario tendrían que haber sido vidas, vidas dignas de atención, vidas que valiera la pena preservar, vidas que merecieran reconocimiento. Aunque podría argumentarse que no sería práctico escribir obituarios para toda esta gente, o para toda la gente, pienso que tenemos que preguntar una y otra vez cómo funciona el obituario como instrumento por el cual se distribuye públicamente el duelo. Se trata del medio por el cual una vida se convierte en —o bien deja de ser—una vida para recordar con dolor, un icono de autorreconocimiento para la identidad nacional; el medio por el cual una vida llama la atención. Así, tenemos que considerar el obituario como un acto de construcción de la nación. No es una cuestión simple, porque si el fin de una vida no produce dolor, no se trata de una vida, no califica como vida y no tiene ningún valor. Constituye ya lo que no merece sepultura, sino lo insepultable mismo.30
Como refiere Butler, el duelo social es parte de la construcción de la nación. En este libro nos preguntamos entonces por el reconocimiento a las víctimas en la construcción de la nación colombiana contemporánea. Las muertes que tienen duelo social son de las víctimas integradas en la comunidad política, mientras que otras pérdidas no cuentan ni son recordadas; más bien son silenciadas, anónimas y sin rostro. Son muertes que no dejan huella, que desparecen del discurso público. Estas muertes sin huella, sin derecho a duelo social, también hablan de la violencia que las afecta:
¿Cuál es la relación entre la violencia por la que estas vidas que no valen la pena se han perdido y la prohibición de su duelo público? ¿La prohibición del duelo es la continuación de la violencia? ¿Y la prohibición del duelo exige un control más riguroso de la reproducción de imágenes y palabras? ¿Cómo surge la prohibición del duelo como limitación de la representabilidad, de modo que nuestra melancolía nacional pueda encajar en el marco de lo que puede ser dicho y mostrado?31
Podemos decir entonces que hay pérdidas que implican duelos sociales. El duelo, además de un proceso individual y personal, es un fenómeno social, pues es la manera en que las sociedades enfrentan una pérdida. Expresar el dolor en la escena pública implica reconocimiento y valoración social de lo perdido. El reconocimiento del duelo social transita también por proponer soluciones o posibles reparaciones, como inclusión en la legislación nacional. Elsa Blair habla de duelos nacionales y cómo éstos se relacionan,
admitiendo que no es igual “elaborar los duelos” en el caso de los individuos y en el de las naciones; estas últimas tienen, sin embargo, una vida y un discurso públicos y los individuos pueden verse decisivamente influidos por el análisis del pasado que hacen –precisamente en público– sus dirigentes, sus escritores o sus periodistas: una puesta en escena de rituales colectivos de expiación. Es este registro público oficial, asumido por las autoridades políticas o por sus “portavoces” y puesto en la escena pública, el que ayuda a los dolientes a la elaboración subjetiva (individual y privada) del duelo. Un ejemplo claro y relativamente reciente es el reconocimiento de la categoría de desaparecidos en la legislación argentina.32
El duelo social y la inclusión de los afectados por la violencia como problema público implican una identificación del Estado con un proceso de reparación pública, con el reconocimiento de los derechos de las víctimas y con la propuestas políticas a las demandas sociales de reconocimiento y reparación.
Durante el periodo abordado en nuestra investigación, las organizaciones de afectados por la violencia, los movimientos sociales de víctimas, que luchan por acceder al duelo público, las “comunidades de dolor”, hacen duelos colectivos y luchan por incluirse en el duelo social y público como en la comunidad política nacional. En el caso colombiano, María Teresa Hincapié Uribe sostiene la hipótesis de que en el conflicto y en el duelo por las violencias la sociedad necesita la elaboración del duelo. Plantea preguntas pertinentes para este trabajo:
¿El duelo por las violencias debe ser también un asunto colectivo, público y abierto en el tiempo y en el espacio, mediante el cual los pueblos y las naciones enfrenten los temas trágicos, dramáticos o vergonzosos de su pasado y su presente, para construir sobre bases más firmes las posibilidades de la convivencia social? ¿El duelo social, colectivo y público está dirigido sólo a las víctimas y a los afectados de manera directa por las violencias y las guerras? O, por el contrario, ¿su necesidad atañe también a los que han convivido con ambientes conflictivos y bélicos, en el pasado y en el presente, es decir, al conjunto de la sociedad?33
Según la autora, el duelo social y colectivo exige reparaciones económicas, pero también políticas, éticas y culturales. Se concentra en cómo el duelo social se tramita “a través de la recuperación de la palabra y la memoria histórica… mediante las cuales las víctimas y las gentes que habitan estos territorios puedan incorporar sus historias personales y familiares, sus dolores privados e individuales, en contextos explicativos más amplios, e interpretar y otorgarle así un sentido a las situaciones trágicas que han vivido”.34 En este sentido, el duelo social está directamente relacionado con las memorias y las narraciones del pasado violento, tema que atraviesa esta investigación.
Sujetos de memoria y narrativas de la violencia
El duelo social está directamente ligado a las disputas por la memoria y la narración de un pasado violento, y relacionado con la visibilidad y la puesta en público de la voz de las víctimas como sujetos de memoria. “Los duelos en las naciones y las sociedades no se satisfacen solamente con el castigo de los culpables, se requiere desatar las memorias atrapadas en la guerra, presentarlas en público y para el público, configurar historias colectivas y llevar a cabo actos de reparación simbólicos, celebración de rituales conmemorativos y disposición de lugares para la memoria.”35
Además, existe una íntima relación entre las políticas de memoria de pasados violentos y las políticas de reparación. El sujeto víctima es primordialmente un sujeto de memoria, protagonista de luchas políticas por la construcción de memoria y de su introducción en la memoria nacional; ahí se enmarcan las medidas de reparación simbólica. Las víctimas son uno de los ejes constitutivos de diferentes prácticas memoriales. Las personas afectadas se transforman en “instituciones de memoria”, que promueven prácticas y acciones referentes a la narración del pasado violento y a la forma como debe ser reparado. Observamos una tensión entre el sujeto víctima y la narración