De damnificados a víctimas. Fernanda Espinosa Moreno

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De damnificados a víctimas - Fernanda Espinosa Moreno Ciencias Humanas

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la revisión de fuentes, durante nuestra investigación encontramos el debate sobre quién o qué sería el “victimario” y sobre el reconocimiento de la “violencia política” como contexto del daño, relacionado con las responsabilidades de los partidos políticos y del Estado. Igualmente, muchas veces las víctimas optan por afirmar o definirse a partir de quien consideran su victimario; por ejemplo, “víctima de crímenes de Estado”, “víctima de las FARC” o “víctima de los pájaros” (como se conocía a los bandoleros conservadores en 1950). Esta definición dual de víctimas-victimarios está presente en estos debates de manera constante. La identificación de víctimas y de responsables está íntimamente ligada a la narración del pasado.

      Identificamos las narrativas de memoria de la violencia y el conflicto que narran el pasado y ensamblan discursivamente y manufacturan una memoria colectiva y una representación pública del recuerdo. Se trata de marcos de representación en debate que demuestran las tensiones políticas y sociales frente al “sentido del pasado”. También evidencian una serie de violencias mal tramitadas, de memorias vivas y vividas sin cierres temporales, las cuales persisten.

      En las últimas décadas el concepto de memoria ha sido ampliamente utilizado con diversidad de significados. La academia y una parte de la opinión pública lo evocan con multiplicidad de usos y sin suficientes reflexiones, fenómeno que se ha denominado como “boom de la memoria” y “obsesión memorial”.36 Este boom memorístico no sólo tiene expresiones con base en la disciplina histórica, sino también en la antropología, la sociología, la ciencia política y también en las ciencias sociales y políticas. En particular, en las sociedades que han padecido procesos de conflicto o de transiciones democráticas existe un debate político sobre la memoria y un interés por evocar y revisar el pasado.

      Un punto de partida necesario son los estudios pioneros de la memoria de Maurice Halbwachs, quien asevera que la memoria siempre es colectiva, pues depende de los grupos sociales en un espacio.37 En nuestro caso, se trata de ver cómo las narrativas de la violencia consolidan unas víctimas que se recuerdan colectivamente, obteniendo reconocimiento social y posibilidades de reparación.

      Muchos autores reconocen la relación que existe entre la construcción de la memoria y el poder. Cuando se utiliza el concepto de “memoria oficial”, justamente se hace referencia a la memoria construida desde el Estado y con una intención política particular. Igualmente, cuando se alude a las disputas por la memoria y a la imposición de una memoria sobre otras, se habla sobre cuál prevalece al final. Entonces, la pregunta clave sería respecto de la correlación de las fuerzas políticas en la construcción de memoria y, por lo tanto, en los debates del Estado-nación y las exclusiones que construyen, pues en la manera en que se construyen las memorias hay motivaciones políticas que se disputan la apropiación del pasado.38 En este proyecto observamos las disputas por dar sentido y narrar el pasado del conflicto colombiano en los distintos momentos del periodo analizado. Permanece implícita la existencia de memorias no oficiales, esto es, las de los grupos subalternos. Cabría preguntarse entonces por la relación que existiría entre la memoria nacional y las memorias de grupos usualmente aislados del poder. “La pluralidad de memorias colectivas, en tanto existe una pluralidad de grupos de referencia, trae consigo una cuestión de gran interés, y es que el problema de la memoria es también un problema de poder social.”39 La lucha de distintos sectores subalternos ha sido por ser incluidos en la historia nacional y, por lo tanto, en la memoria oficial. Parte de la disputa por los derechos de grupos de víctimas fue precisamente por tener un pasado reconocido, el cual había sido excluido de la memoria nacional.

      Existe una relación entre memoria y olvido, pues no puede haber memoria sin olvido. Autores como Yosef Yerushalmi40 y Paul Ricoeur41 han abordado esta relación. Al igual que la memoria, el olvido también es una acción social. Se trata de dos procesos paralelos, interdependientes y simbióticos. Ahora bien, vale la pena entender que el olvido tampoco es homogéneo, que existen distintos tipos de olvido y su diferencia con la amnesia. En este sentido, es importante reflexionar sobre la obligación de recordar y acerca de la posibilidad de olvidar, debido a que el olvido no siempre implica imposición: también es voluntario. ¿Las políticas de la memoria podrían ser entendidas como una exigencia de memoria? ¿Puede el olvido ser también una opción? ¿Tiene la sociedad el compromiso de recordar?

      Félix Vázquez (2001) plantea que debemos entender la memoria como una acción social y examinarla como un nexo relacional.42 Según este autor, la memoria sería un conjunto de prácticas discursivas y comunicativas que le otorgan su valor y su significado, además de otros lugares y artefactos que la contienen. Mario Rufer señala que “las acciones de memoria enuncian siempre su compromiso situacional: con una causa política, con la violencia impune. Recuerdan sujetos enmarcados en tramas de vida, entrampados en las palabras y en su propio tiempo, y desde ahí hacen memoria y tiempo”.43 En estas acciones, las víctimas como sujetos de memoria actuarían con base en el compromiso situacional. Según Rita Laura Segato,44 en el proceso de construcción de alteridades hay un interés por la continuidad del pasado, es decir, por la memoria como puente entre pasado, presente y futuro. Las víctimas justamente representarían ese puente.

      La comunidad política y el Estado son escenarios de la memoria y del duelo social, en el sentido de que representan un lugar donde se construyen y se reconstruyen las identidades y, por lo tanto, también la memoria. Al mismo tiempo, el Estado-nación es forjador de posibilidades de reparación o de rehabilitación. La nación imaginada tiene un pie en las identidades nacionales,45 las cuales se consolidan con base en un pasado común, una memoria de hechos que consideran relevantes en su identidad. ¿Cómo se incluye la narración del conflicto y sus víctimas en el pasado nacional común?

      Notas

      1 Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, ¡Basta ya! Colombia: Colombia: memorias de guerra y dignidad pp. 31-33.

      2 Emilio Crenzel, “Movimiento de derechos humanos en América Latina y políticas de la memoria”, en Ximena Erazo, Gloria Ramírez y Marcia Scantlebury (eds.), Derechos humanos, pedagogía de la memoria y políticas culturales, Chile, Lom Ediciones/Fundación Henry Dunant, 2011, p. 64.

      3 Annette Wieviorka, The Era of the Witness, Ithaca, Cornell University Press, 2006.

      4 Gabriel Gatti, Un mundo de víctimas, Barcelona, Anthropos, 2017, p. 13.

      5 Débora Cerio, “El resto del pasado. Historia, memoria y testimonio en la perspectiva de Giorgio Agamben”, ponencia, I Jornadas de Historia Reciente del Noroeste Argentino, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, “Memoria, fuentes orales y ciencias sociales”, 2010.

      6 François Hartog, “El testigo y el historiador”, Estudios Sociales, núm. 21, 2001, pp. 9-28.

      7 Alicia Márquez Murrieta, “Cartografía de una concepción pragmatista de los problemas públicos”, Acta Sociológica, núm. 55, 2011, p. 140.

      8 Joseph R. Gusfield, La cultura de los problemas públicos: el mito del conductor alcoholizado versus la sociedad inocente, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.

      9 Alicia Márquez Murrieta, “Cartografía de una concepción pragmatista de los problemas públicos”, p. 142.

      10 Ibid., p. 147.

      11 Raúl Velásquez Gavilanes, “Hacia una nueva definición del concepto ‘política pública’ “, Desafíos vol. 20, núm. 0, 19 de marzo de 2010, pp. 149-187, especialmente p. 156.

      12 Luis F. Aguilar Villanueva, Política pública, México, Siglo XXI Editores, 2010, especialmente p. 7.

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