Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953. Juan Guillermo Gómez García

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Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953 - Juan Guillermo Gómez García Ciencias Humanas

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siempre a sus idearios inamovibles, en otros términos. Lo consignó Julio Olaciregui, en un escrito por ahí extraviado, fechado en París en 2005, en que tuvo a bien traernos unas espléndidas palabras del maestro boyacense sobre su propia misión intelectual:

      El intelectual es un aventurero en el mejor sentido de la palabra, que se ve incluso amenazado […]. La pasión por América Latina es bella porque es la pasión por un mundo nuevo […], debemos tener conciencia de que somos un mundo nuevo y desarrollar una pasión por cumplir una Utopía del Nuevo Mundo que no se ha cumplido. Y lo dijo Pedro Henríquez Ureña: sobriedad y pasión por América Latina son dos elementos que deberían trasmitirse o cultivarse en la universidad pública, en nuestra Alma Mater, para diferenciarla de la “privada”, porque nuestra Alma Mater es nacional y la nación está por encima de los intereses privados […] y yo creo que los estudiantes son mi única esperanza.13

      Gutiérrez Girardot fue exigente y selectivo; su modelo puede ser tomado con cierto azar de un pasaje epistolar (puede haber otros). En carta del 10 de julio de 1981, dirigida a Hans-Schwab-Felisch, caracteriza a Hans Paeschke, quien había sido entre 1932 y 1934 secretario de la Sociedad Germano-Francesa y en la década de 1950 director de la revista Merkur. Dice así:

      Hans Paeschke era un faro y precursor de desarrollos futuros. Como colaborador de Merkur aprendí lo que llamaría Hegel el “esfuerzo del concepto”, en el sentido de que me lo exigía en toda colaboración. Él era una medida y un criterio, pero no dogmático, sino dialógico. Él era selectivo. En los países de lengua española, no se conoce un editor selectivo de revistas, al menos no en la forma de Paeschke. Valoro mucho este tipo intelectual, que tiene mucho del antiguo profesor universitario. Pero yo me siento más a gusto y más libre con esa liberalidad cordial que da preferencia en la observación a la cualidad de lo vital y no al perfeccionismo.14

      Ser un faro cultural, ir a la fuerza del concepto, colaborar, buscar el diálogo, tener liberalidad cordial, ser selecto, son notas que enmarcan su tipo ideal intelectual.

      El impulso final de llevar a cabo la investigación Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953, luego de años de rodeos e inconstancias, tiene una explicación que podríamos llamar existencial. A principios de 2013 tuve un infarto en el miocardio, y a finales de 2017, un principio de desprendimiento de retina, los cuales me insinuaban que los felices años azules quedaban atrás y que debía rendir cuentas definitivas, como un arqueo conclusivo de la larga trayectoria académica, antes de sumirme en la siesta sin retorno de la jubilación. Así que echando mano de lo que había acumulado durante décadas y recomponiendo materiales a medio hacer, me decidí de forma perentoria, como chantaje vital-moral, poner orden y concierto a un material documental y a una serie de reflexiones y conceptos, y producir a como diera lugar estas páginas que hoy concluyen en este volumen.

      El proceso de elaboración ha sido naturalmente laberíntico, plagado de dudas sobre la conveniencia o pertinencia de seguir unos trazos tan disímiles en temas, problemas y metodologías. Dudé mucho. Sobre todo, ante comentarios que me indicaban los diversos extravíos, más insistía en asumir los riesgos de una empresa que no podía mostrarse ni rutinaria ni suficientemente confusa. Creía y quería ofrecer, a modo de ofrenda universitaria, unas páginas que poco a poco se fueron saliendo de su curso programado, abriéndose a horizontes inusitados y exigencias que humanamente no podía satisfacer del todo, pero que tampoco debía eludir por pereza, temor o cobardía mental. Las gruesas páginas que comprende esta investigación no son una casualidad ni manifiestan ellas el deseo de espantar lectores y rellenar currículum. Son como han salido, de la entraña misma del asunto.

      No puedo sino decir que el libro se fue escribiendo entre vigilias y duermevelas, al son de un impulso que ya estaba medio programado y, sin embargo, tan vago en sus términos concretos. Pero la escritura va concretando los desfases de la mente, se va plasmando en una praxis que al final resulta algo diferente o hasta irreconocible. Pero no hay nada que hacer al cabo de la redacción, aparte de tratar de corregir errores ortotipográficos, suprimir las máximas burradas, cotejar las fuentes con las citas y dialogar pacientemente con los expertos editoriales que siempre tienen la razón.

      Así que el libro es más que un esfuerzo de años: casi se le puede considerar un testamento, o debut, de mi modo de haber asumido, con sus bemoles, la vida de profesor universitario; de alguien que ha sido dichoso en su labor docente, que ha sido insaciable en su deseo no solo de saber, sino de transmitir por décadas lo poco que sabía a sus cientos de estudiantes e insinuar siempre que se sabe tan pequeña parte de la enciclopedia del conocimiento humano que da vergüenza a veces hablar y se desea no pocas veces caer en un silencio místico. Pero el hechizo del misticismo se debe conjurar con palabras habladas, con palabras escritas. Con un “mamotreto” que contiene el empeño pertinaz de la biografía intelectual de Rafael Gutiérrez Girardot, por ejemplo.

      Quería también, y esto es nota común en este tipo de despropósitos académicos, sacarme la espinita que me enterraron varios colegas, colombianos y españoles, que no entendían mi modo de trabajar, mi supuesta dispersión disciplinar, y decirles a estos y a los otros, sobre todo a los que esperaban un poco más de mí, que todo esto era la partitura de una sinfonía biográfica que pocas veces acertó a poner la nota musical más bella. A esta altura, no hay atrás ni hay recomienzo, pero me proporciono así el antídoto egocéntrico al veneno inoculado.

      Debo agradecer igualmente a los competentes evaluadores de esta investigación, designados por la Editorial Universidad del Rosario. Sus indicaciones para algunos ajustes menores fueron considerados, en la medida de lo posible. Estas evaluaciones conforman, sin duda, un puente valioso entre el investigador y el público lector especializado que siempre agradece este tipo de comentarios y sugerencias.

      En particular, atendí a un recorte a la (quizá demasiado) extensa introducción, prescindiendo de una docena de páginas relativas a las reflexiones metodológicas de la biografía intelectual; también ejecuté semejante operación “tijera” con algunos apartados de la figura de don José Ortega y Gasset. Con ello quise interpretar estas sugerencias, en medio de la aceptación muy positiva y hasta entusiasta de este largo trabajo. La preocupación por la extensión y los excursos es legítima, pues parecen ocultar el objeto de estudio, pero igualmente pueden considerarse un estímulo inédito para la imaginación de los lectores. Prescindir de la recapitulación de los debates sobre la hispanidad en España, por distraer a los lectores, podría atentar con un propósito muy peculiar e indispensable: tratar de familiarizarnos con una dimensión de la historia de las ideas españolas que predispuso el horizonte intelectual en que más tarde se va a mover el joven becario guadalupano Gutiérrez Girardot. Dejé intacto el comentario de Andrés Felipe Quintero a la tesis doctoral de Carlos Rivas Polo sobre los años madrileños de Gutiérrez Girardot, por considerarla indispensable en la articulación de nuestro libro de rasgo colectivo. Espero no defraudar a sus lectores.

      ***

      En realidad, este libro es una creación colectiva que se ha venido labrando, año tras año, en la confianza y el esfuerzo a los que han aportado todos los miembros del Grupo de Estudios de Literatura y Cultura Intelectual Latinoamericana (Gelcil) de la Universidad de Antioquia. Lo han hecho con un desinterés enorme y con una paciencia mayor, por medio de sus ideas, sus fuentes, sus múltiples discusiones, su paciencia y su entrega. Por eso, es solo nominal mi nombre como redactor final del libro, pues al lado del mío deben aparecer los de Carlos Rivas Polo, José Hernán Castilla, Rafael Rubiano Muñoz, Rodrigo Zuleta, Selnich Vivas, Germán Porras, Ana María Jaramillo, Andrés Arango, Diego Zuluaga, Diego Posada, Jhonathan Tapias, Esnedy Zuluaga, Einer Mosquera, Jorge Pabón, Gildardo Castaño y, más recientemente, los nombres de Juliana Vasco Acosta, Andrés Vergara Molina, Andrés Vallejo, Juan Camilo Dávila, Astrid Elena Arrubla, Luis Fernando Quiroz, Joan Manuel Largo, Álvaro Cruz y John Cano. Todos y cada uno de mis amigos, colegas y estudiantes

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