Durará este encierro. Группа авторов

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Durará este encierro - Группа авторов

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muy cuenta

      de la insoportable fragilidad del ser

      un día

      reducidos

      a fuerza de cuarentena

      nos dimos muy cuenta

      de nuestro minúsculo poder

      sobre este mundo

      que osamos devastar

      minúsculos nosotros

      minúsculo el de la corona

      letales como él

      hoy

      alerta

      alarma

      emergencia

      ayer

      devastadores

      devastados

      hoy

      Gruñido

      Susanne Noltenius

      Lima

      Es el final de otro día encerrada. Leyó el post en Facebook hace un momento y algo la sacudió. Buscaba una distracción momentánea, una pausa hasta recibir el aviso del banco con la aprobación de la línea de emergencia que cubra sueldos de 238 trabajadores este mes. Entonces leyó el post. Se ha puesto de pie y ha salido al balcón del departamento. Por encima de los árboles del parque y entre los edificios vecinos, asoma inminente la puesta del sol. Las nubes densas y percudidas lo esconden, pero entre ellas se cuelan haces de luz, como trazos de lo que está oculto.

      Va a la cocina donde Mateo ensaya pataditas con una pequeña pelota de goma poh, poh, poh. Intercambian las frases de siempre —¿qué tal?, ¿todo bien?—, frases que ya eran muletas antes del encierro. Nota las piernas de su hijo cubiertas de pelos. ¿En qué momento ocurrió la metamorfosis? Talvez en enero, cuando ella viajó diez días con Simón. Talvez en las últimas semanas, cuando los pedidos de clientes en Europa se frenaron de golpe y ella trabajó más de lo habitual. Coloca tres cubos de hielo en un vaso. Añade pisco y el resto de la botella de Schweppes. Agita la mezcla dos veces y regresa al balcón.

      Han decidido casarse este año. Ella le advirtió que no abandonaría el hábito de levantarse a las cinco de la mañana para correr y él accedió. Le dijo, además, que admiraba su disciplina. A ella le gustó la idea de una figura masculina en casa. Aceptó ceder espacio por el bien de Mateo. ¿Decidió por ella también? El sol aparece bajo las nubes, una emersión inversa, de cabeza, encendida como una bengala. Simón llegó hace poco de España y cumple el aislamiento en soledad. Mirar su muro en Facebook es una forma de estar con él.

      No le gustan las redes. La sorprende la ligereza de las publicaciones, el intercambio selectivo y calculado de likes, el exhibicionismo, la cultura del Me Gusta, pero es un canal inevitable para promocionar la imagen del negocio. Durante la cuarentena, mientras añora la libertad de correr en la calle, la han desconcertado los gruñidos anticapitalistas y antirunners. La excusa del virus para erigirse como paladines del civismo, estirar el índice —o la cámara del celular— y desvestir antipatías más profundas. La digitalización propaga pánico y odio como una pandemia. Esta inquisición le es ajena y jamás pensó que Simón celebraría rabioso la detención de una deportista o aplaudiría las cachetadas de un militar contra un desobediente infeliz. ¿Qué le da derecho a linchar a los demás?

      El cielo se ha teñido de naranja y rojo. En poco más de una hora, ella y Mateo aplaudirán el esfuerzo de médicos y enfermeras, policías, basureros, trabajadores de supermercado. Le queda un último sorbo del chilcano. Aún no sabe si el banco le aprobó la línea. En unos segundos, se habrá apagado el sol.

      N95

      Ulla Holmquist Pachas

      Lima

      Es domingo, 15 de marzo. No es uno cualquiera. Es el inicio de un fin, he pensado. He ido a verte con ellos, cuyos nombres aún recuerdas cuando ves sus rostros sonrientes diciéndote «Abuelita», como siempre te gustó. Pero ellos no han podido acercarse, hoy solo se admite un contacto por persona. Entro por primera vez a ese lugar que imaginé distinto, que quería imaginar distinto, y lo único que quiero es salir de ahí corriendo, llevarte conmigo, quitarme la mascarilla para ver si al menos así puedes rebuscar mi nombre en tu memoria. Quiero ayudarte, sonriéndote, repitiendo «Soy yo, tu hija menor, soy yo, mami…» y que aparezca mi nombre en tus labios lentamente tras esos segundos interminables. Pero no me reconoces. Lo hago más difícil porque solo puedo estar cerca de ti con el rostro cubierto, protegiéndote y ocultando el temblor de llanto en mis labios, ya no la sonrisa. Te cuento lentamente lo que está pasando, y tú solo me miras y me dices «Cuídate». Paseamos por el patio agarrándonos las manos, cantando dos o tres canciones que recuerdas perfectamente. Quiero quedarme allí en el canto y en tus manos. Pero es hora ya de regresar a casa. Ellos se despiden desde la puerta, y sus sonrisas ocultas no pueden detonar tu recuerdo. Nos miramos los tres, caen las máscaras y lloramos. Ya en casa escuchamos un mensaje a nivel nacional, indicándonos que hoy no es un domingo cualquiera. Y pienso que es, en definitiva, el inicio de un fin.

Lunes 23 de marzo

      Agnes Darnell

      Alina Gadea

      Lima

      Agnes Darnell no concebía la vida sin un hombre al lado. Un viejo amor de juventud, una ilusión, una fuga, un matrimonio, un hijo muerto, un horrible suicidio. Un divorcio. Otro matrimonio, una traición y una ruptura. Una hija lejana. El desamor y el desengaño. La daga del recuerdo; el hijo adorado en sus últimos momentos traspasa su ser. Varios intentos más en el camino. Agnes pinta grandes lienzos que por temporadas le permiten olvidar el dolor de ese puñal y su enorme cama solitaria.

      Ya está mayor, pero conserva su figura de niña, sus ojos rasgados y celestes. Tiñe desde hace años su pelo de rojo, con un corte asimétrico y moderno. Viste casacas de cuero negro o rojo, como una vocalista de rock, y canta con una voz de soprano canciones pop. Ella ya lo sufrió todo, lo dio todo y lo vivió casi todo. Solo quisiera dormir mecida todas las noches en los brazos de un hombre propio. No de uno circunstancial, efímero.

      Un último intento. «Vamos, Agnes», se dice mirándose al espejo con sus puntiagudos zapatos de tacón. Sale, baila, canta, ríe, coquetea, besa y abraza. Se acuesta con un hombre más joven. Unos meses después se repite que ha sido un error. Otro desencanto. Él solo quiere alejarse. Calla. No la mira, no la besa y no la toca. Agnes está sola entre sus lienzos. Sesenta años, varias vidas, varias caídas, vueltas de campana y descarrilamientos. Choques y naufragios. En su casa, el domingo es un día aterrador en que toda la soledad del mundo parece agolparse en su pecho. Pero aun así ella insiste en que la vida la espera en alguna parte. Es un día claro y con sol y ha aparecido un hombre en el barrio. Unos días después comprueba que el sexo y el amor no han quedado atrás. Los meses pasan en la tibieza de la cotidianidad y ambos hacen de esa casa un lugar especial. Caminan de la mano y regresan cada tarde a ese cuarto como a un nido. Antes de dormir, oyen las noticias. Una pandemia. Orden de inamovilidad. Se miran. Un contagioso virus invade el planeta. Se abrazan. Mascarillas, guantes, dos metros de distancia. Se acarician. Aislamiento social. Toque de queda. Las personas mayores deben tener más cuidado que nadie y no salir de casa. Duermen.

      Los

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