Durará este encierro. Группа авторов

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Durará este encierro - Группа авторов

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generan su propia lógica reveladora… No, madre, me dijiste, esto no es literatura. Tampoco es real, ni lo imaginas, pero se vive. Y me lo demostraste. La realidad virtual es esto, insistías y me pusiste ese casco aparatoso que hacía que mi cabeza pesara el doble o que mi cuello se adelgazara como el de un pájaro. Y yo no lo sabía pero justamente me convertiste en un ave poderosa, en un águila. Sí, se llama Eagle Flight, me explicaste. Y como un fogonazo, inesperadamente, todo sucede dentro de mi cabeza. Con ella y ciertos desplazamientos del tronco dominas tus movimientos, porque de pronto estás volando a una altura vertiginosa y a una velocidad a la que no estás acostumbrada. Pero lo sobrecogedor es lo que ves. Es la ciudad de París, totalmente despoblada, con plantas que han invadido calles y edificios, animales que campan libremente por las calles. Y yo vuelo sin poder detenerme. Soy torpe, no sé de videojuegos. Me cuesta bajar o subir en este vuelo sin chocar con los edificios, entrar a callejones que quizá fueron pintorescas calles con cafés llenos de gente y ahí solo hay maleza, abandono, una extraña ruina sin destrucción. Solo ausencia. Una jirafa, una cebra. ¿Por qué? El zoológico abierto, quizá. Y ninguna persona. La humanidad desaparecida por completo. Sin explicación alguna. Solo la intriga del águila, si es que ella se pregunta qué pasó con todos ellos.

      Un dron sobrevuela Lima hoy y al verlo vuelvo a sentirme esa águila. Todos los humanos están confinados. En el exterior reina el silencio y una invisible amenaza devastadora. Y hay drones que han grabado videos aéreos de Venecia, Florencia, que te muestran calles de Pekín, Bangkok, Madrid, Nueva York, vacías y fantasmales. ¡Todas a la vez! Vacías, pero florecientes. Mejores sin nosotros. Porque lo que ha desaparecido, las hordas invasoras, dejan ahora ver prodigios antes reservados al dominio de lo irreal como ese París virtual antes de que la maleza lo asilvestrara. Y las más alocadas ficciones se han quedado obsoletas. También queda anacrónico todo lo que ignore este estado de desaparición. Intentas leer y un personaje que baja a la calle, en un acto que no entraña misterio o drama alguno, se convierte en algo como un banquete para el hambriento. Lo antes banal, normal, hoy se ha vuelto inverosímil. Porque en estos días la ficción se vive con los ojos abiertos. Se han invertido los mundos, hemos traspasado el espejo. Todos, todos nosotros. Y es que además, tampoco se trata simplemente de las dos realidades invertidas del espejo, hay un plano más. Porque la realidad que creemos vivir, los paisajes desolados de ciudades abandonadas, los vemos en videos o fotografías, es decir, a través de una realidad intermedia. Porque no puedes salir. No puedes salir de esta cabeza que son tu casa y sus límites. Ese casco de realidad virtual es donde suceden ahora los dramas que provoca el encierro, tanto de los hacinados como de los solitarios. Y afuera, afuera, lo imposible de imaginar ha ganado la partida.

      A laranjeira (El naranjo)

      Julia Wong Kcomt

      Lima

      Anaranjado, amarillo, rojo sangre, son los colores que uso para pintar las naranjas del árbol. Cada una de diferente tamaño. Pongo mucha paciencia en contornear sus formas cilíndricas.

      Logré comprar algunos periódicos antes de abordar el avión de Lisboa hacia Lima; dos en portugués, uno en inglés, uno en italiano. La información era la misma: se avecinaban días diferentes para el mundo. Treinta mil soldados norteamericanos desembarcarían en Italia, y eso cambiaría la faz de Europa. De ahora en adelante tendremos que pintar círculos anaranjados. No solo yo, quizás los habitantes de Portugal deberían cambiar de oficio y pintar naranjas, buscar nuevas tonalidades. Los ejercicios militares destrozarán el ecosistema. Treinta mil soldados sin máscaras para aliviar el coronavirus, solo que esta operación estaba prevista desde hace más de un año y el coronavirus apareció recién en diciembre, en Wuhan, donde también hay una base militar. No sé nada de mi primo Nan. Se dedica a fabricar material quirúrgico y abastecer de indumentaria de trabajo a una filial de la base militar de Hubei. Ni siquiera deseo pensar si recibiré más de sus graciosos mensajes por el WeChat. Si pinto naranjas, este momento parece pasar con rapidez. ¿Por qué han cercado a la bella Italia? Pienso que no podrían llegar portaaviones, helicópteros o misiles a Lombardía si la gente está pendiente. Italia es el país de Gramsci, de Leonardo y Galileo, de Dante, es el país de Baricco. Los italianos son personas despiertas, se darán cuenta de lo que están tramando. No puedes invadir un continente a vista y paciencia de observadores inteligentes. «Las naranjas italianas representan el 3 por ciento de la producción mundial y su calendario de maduración es reducido, están disponibles en los mercados de noviembre a mayo. Entre los tipos de naranja italiana más comunes se encuentran las Tarocco, las Navel y las Rojas Sicilianas». Las naranjas portuguesas no son las mismas. Meu laranjeiro es el que pinto con paciencia impostada en Lima. Mientras lo hago, se han vaciado las calles y los vecinos tratan de prevenir un virus terrible, que solo produce una neumonía leve, pero produce ensimismamiento y ceguera graves. No veremos cuando las naranjas de Europa sean destruidas y sucumban ante las condiciones poco favorables del clima. La producción de naranjas de Brasil y Estados Unidos crecerá en los próximos años. La producción de cítricos vendrá también de Chile o de otros países. Os laranjeiros europeos serán pintados por manos que recuerden su sabor. En nombre de la venganza anticolonialista. El recuerdo de la sangre derramada no se borra fácilmente. Es importante conocer Portugal desde el punto de vista climático para entender el éxito o el fracaso de la producción de naranjas. Siendo un país pequeño, posee gran diversidad climática, lo que permite cultivos distintos, como por ejemplo los aguacates y los cítricos en el Algarve, manzanas de la Beira Interior, lechugas en los invernaderos del Oeste o tomate y pimiento para la industria en Alentejo. Reescribiremos la historia pintando naranjas para enviar a Italia.

      El tiempo

      Nataly Villena Vega

      París

      «Lo más justo en la vida es la muerte. Nadie la ha evitado», dice una residente de Chernóbil en el libro de Svetlana Alexiévich. Decidí leerlo hace unas semanas, anticipando este encierro. Para que no llegue el miedo. Para que no me perturbe este tiempo que intuyo crucial.

      Seguir día a día el avance del peligro invisible, saber incluso cuándo llegará, y todavía sentarme un momento a leer, a trabajar, a reír con mis niños, buscando acabar con el aburrimiento, es de esas paradojas que nuestras sociedades solo reconocían mucho después de las grandes tragedias. Solo en los libros de historia. Esto es distinto. Lo que vivimos ahora es una sucesión de contrasentidos global que se construye con cada declaración presidencial, con cada nuevo conteo transmitido en tiempo real, con las decisiones tomadas hora a hora. Ironía pura. Caminar serenos por las calles silenciosas siendo potenciales bombas de tiempo. Aislarnos por completo para desplegar nuestra solidaridad. Dejar de vernos para decirnos lo mucho que nos importamos. Apostar por el Estado, por la protección de todos frente al sufrimiento físico después de haber desmantelado lo que durante años estaba allí para garantizarlo. Trabajar más y con mayor ahínco justo cuando nadie nos ve. Ver partir en un soplo a una generación que resistió cosas que no podemos siquiera imaginar. Encerrarnos con los seres amados para descubrir lo ajenos que en el fondo nos eran, lo ajenos que serán después. Obligarnos a mirarnos en ese espejo, en cada gesto repetido, en cada movimiento que va puntuando las horas que nos envuelven. Descubrir que esto habíamos sido, testarudos, maniáticos, indolentes, descuidados, ruidosos, pero también capaces de aceptar voluntariamente, a veces por amor genuino, un encierro multiplicado por millones.

      Este es un momento para hacer el recuento de esas horas que dejábamos escapar fácilmente, malgastándolas en ocuparnos tanto.

      Este mal nos llega como las plagas de los tiempos antiguos, para satisfacer el ansia de castigo de un dios que no existe, bajo la forma sarcástica de lo absolutamente pequeño, de lo que ni siquiera tiene vida propia. Como una señal de nada, de que son cosas que simplemente pasan. Como nuestra propia existencia. Preciosa por ser fugaz, ciertamente.

      ¿Y cuál será la transformación profunda que saldrá de esto? ¿Dónde está lo crucial?

      Muchos

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