Durará este encierro. Группа авторов

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Durará este encierro - Группа авторов

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grandes lienzos de colores, piensa, se estira y canta en el balcón. El mundo está detenido afuera, pero más vivo que nunca dentro. Algo como un velo transparente la protege del antiguo dardo del dolor. Y entre películas y conversaciones, la mesa está puesta para dos, las copas están llenas y la cama es un mundo con un hombre al lado que la mece hasta hacerla dormir. Un hombre propio que no es circunstancial ni efímero y que nunca se sintió mejor.

      Hoy: pasado constante

      Andrea Cabel

      Lima

      A lo largo del día me detengo muchas veces a entender el arte de domesticar espacios. Katelyn Ohashi, Surya Bonaly, Simone Biles crean infinitas dimensiones en un plano lleno de esquinas. Su cuerpo es una herramienta moldeada para trascender el aire, la gravedad; para trascender la altura de sus saltos. Y yo quisiera sentir esa libertad, sentir ese ritmo que persigue a la música, y que no es la música misma. Eugeni Plushenko, por su lado, tiene alas invisibles. Con ellas corta el aire, el hielo, tiene la precisión de un cuchillo afilado contra el frío. Respiro y tomo mis pulsaciones. Camino una y otra vez hasta reunir los kilómetros que mi cuerpo necesita. Estoy sin zapatos midiendo cuánto espacio queda entre mi mirada y la de ellos. El tiempo marcando cada centímetro se amplía y llegan bostezos a la puerta, tímidamente queriendo abrirla.

      Mi memoria engarza sonidos: miles de pelícanos viajando sobre unas rocas escondidas y atrapadas en el corazón del mar. Mi mente adquiere la forma de una gaviota y abro mis pulmones. Miro los ojos de este atardecer tan naranja, y comienzo a dibujar una escena, luego otra, hasta que pasan las horas y mis piernas están cansadas de escribirse una y otra vez. Despegamos todo el tiempo, le digo. Despegamos y nos miramos las manos; no hay heridas, no tenemos sangre caída, es solo agua, un poco de azúcar y este perfume de verano que se extiende. Abres y cierras libros. Miras las páginas como si fueran recuerdos de algún viaje pasado. Yo te miro como si fueras un sueño que se repite hasta dolerme. A veces los planos se mezclan, se cortan, y Plushenko está cortando el suelo tan blandamente sólido de las gimnastas. Debe haber algún heroísmo en encajar tanta fuerza en los brazos. Debe haber alguna reencarnación específica para todos los músculos de sus piernas. Quisiera tener sus lesiones, me repites. Quisiera mover mis brazos como lanzando un infierno afuera.

      Nuestro encierro, te digo, está tan lleno de carreras contra el tiempo, está tan lleno de palabras y de silencios, que es imposible sostenerlo. Y te repito lo que dijera Salinas: «Cuando tú me elegiste —el amor eligió— salí del gran anónimo de todos, de la nada». Te conviertes en gato, en una uña, en pedazos de cartílago y yo te amo. Otra vez, nuevamente. La calle aparece. Es imposible cerrar el cuerpo, los ojos. Tampoco somos bestias incapaces de mirar al otro. Hay aún varias mujeres que salen a tanto espacio vacío con tercas bolsas de caramelos. Una pide pañales. Otra suplica fideos, atún, algo para el día. El ritmo abstracto de los videos de Plushenko, de Ohashi, de todos, se detiene, y la prioridad está en la resistencia de estas mujeres que aumenta, que crece, que toca mi puerta, que me pide sin pedirme. Entonces el encierro acaba. Se caen los vidrios, la piel tan cerrada.

      Un día despertaremos

      Christiane Félip Vidal

      Lima

      Un día despertaremos y todo habrá cambiado: Bolsonaro, Putin, Trump, Maduro, Erdogan, Kim Jong-un habrán desaparecido bajo una lluvia de virulentas partículas que, tales misiles inteligentes, apuntaron a sus cabezas coronadas.

      Un día despertaremos y todo habrá cambiado: en las ciudades las mujeres caminarán sin miedo de día, de noche, por calles, avenidas y malecones. Se sentarán a tomar un café, un té, una copa de vino, a disfrutar de la charla de otr@s, del abrazo de otr@s. En el campo se sentarán a ver el renacer de la naturaleza sobre los antiguos suelos mineros y se juntarán recordando leyendas y ritos, danzas y cantos.

      Un día despertaremos y todo habrá cambiado: los delfines y los patos retozarán en los canales de Venecia; ciervos, zorros, cabras, jabalíes, elefantes y pavos reales pasearán por las calles de ciudades vacías, recuperando los espacios que alguna vez el ser humano les arrebató.

      Un día despertaremos y todo habrá cambiado: le sacaremos punta a lápices con olor a madera o mojaremos una pluma en tinta violeta y escribiremos cuentos en papel a raya con la letra redonda de nuestros cinco años.

      ¿Bonito?

      ¡No me digan que se lo creen!

      Porque las utopías que nacen en tiempos de crisis no duran. Porque el ser humano no aprende y la Historia se repite.

      Por eso, un día, otro día, despertaremos y nada habrá cambiado.

      Pandemia

      Claudia Paz

      Lima

      «Pandemia causada por coronavirus», leí en el Instagram de un diario local. Era viernes 13 de marzo de 2020. ¿2020? El 2020 supuestamente era un número hermoso, según mi romanticoide y sentimentaloide modo de pensar. No me creí tal noticia. Era una mañana soleada y calurosa, y había caminado muchísimo hasta mi taller, donde suelo pintar y crear cosas mágicas junto a mis hermanos. Pasaron las horas y se voceaba una posible cuarentena. Al día siguiente, sábado, las noticias comunicaban que el número de infectados había subido en Lima. No lo tomé a la tremenda. Salí a comprar junto a mi hijo Chavi, el segundo, piqueos y una botella de vino para hacerles una visita a mis padres por la tarde. Tomé un taxi de aplicación, el servicio más costoso, para estar tranquila con la limpieza del auto. Pasamos una linda velada. Al despedirme de mis padres, lo hicimos con un abrazo fuerte, acostumbrado.

      El domingo por la mañana me tomé en serio la pandemia. Era una avalancha de noticias tristes. Acepté por fin los rumores sobre la cuarentena. Por la noche, el presidente dio la orden del encierro por quince días. ¡Increíble pero cierto! El lunes por la mañana comprendí que el encierro no era un juego. Nunca me gustó agarrar un trapo para limpiar el piso, nunca había tenido un encuentro cercano con ese químico llamado «lejía», nunca me gustó amarrar una bolsa de basura, ni menos me gustó cocinar. Mis máximos intentos culinarios fueron tallarines con tuco, huevos revueltos con jamón y queso, y jugos de fruta. Paro de enumerar. Llamé a mi hermana Andrea y al finalizar de nuestra conversación me dijo: «Bueno, voy a cocinar unas buenas menestras». ¿A cocinar?, ¿unas buenas menestras?, ¿yo? ¡Me sentí morir! ¡Quería llorar! Mi alimentación y la de mis críos habían dependido siempre de alguien más. Las cebollas, los ajos y los tomates no habían tenido contacto jamás con mis manos. Un nudo en la garganta. «¿Aló?», Andrea seguía al celular… «¡No te deprimas! ¡Puedes hacerlo!». De inmediato revisé tutoriales en YouTube y puse manos a la obra. Abrí nuestra pequeña alacena, saqué una bolsa de alverjitas, las verduras necesarias y me dije «Si una mujer puede cocinar, todas podemos».

      El resultado fue exitoso: alverjitas con arroz, ensalada de cebolla, palta y tomate, y saltado de pollo con cúrcuma, acompañado con agua de piña y como postre, gelatina. «¿Mami, tú has hecho el arroz?, ¿también has hecho arroz?», me preguntó Chavi incrédulo, «lo bueno de esta cuarentena es que vas a cocinar tú». Como dicen las abuelas, «Nada sabe más rico que un platillo hecho por mamá».

      El encierro me ha convertido en una mujer útil en mi hogar.

      La ficción era esto

      Fietta Jarque

      Lima

      Le llaman realidad virtual, ¿no? Parece un oxímoron, un concepto que surge

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