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De jóvenes y afectos
Las vivencias de los jóvenes entrevistados se encuentran estrechamente vinculadas a las formas en que experiencias, actividades y prácticas cotidianas se corporizan en redes sociales que los contienen. Los lazos sociales mediados por vinculaciones de tipo institucional formal fueron perdiendo terreno frente a contextos de deterioro y devastación socioeconómica, que repercutieron en muchos casos en la reducción del mundo vivido (Epele, 2010), generando simultáneamente una mayor presión sobre las relaciones afectivas y su condición de soporte.
El relajamiento en las certidumbres sobre los umbrales de riesgo aceptados es un ejemplo del deterioro institucional. Ser anti se presenta como una disposición personal frente al riesgo de los diversos afueras, pero también una referencia de sentido hacia los otros que conforman el círculo cercano del entramado afectivo. Contando acerca de las salidas con sus amigos, Nora señala:
Así me dijeron: “Sos re anti”. Y bueno, después estaban organizando para salir y yo no decía nada, me hacía la boluda. Porque mucho no me gusta salir tampoco. (Nora)
La reducción de espacios de recreación y ocio –con umbrales de certidumbre aceptados por los propios jóvenes– puede leerse como la contracara de las predisposiciones y/o estereotipos hacia el mote de anti. En el caso de Purly, quien también señala que su novia es medio anti, estas reconfiguraciones se exponen por la imposibilidad de salir con ella a ciertos lugares, particularmente los de baile, ya que allí “los pibes son todos atrevidos”. Juana identifica este proceso a partir de una sensación de malestar individual: “Vas a los boliches de la villa y terminás no disfrutando porque estás pendiente”.
Las relaciones afectivas se constituyen, al igual que otros soportes de tipo simbólico y material, en vínculos clave para comprender las dinámicas de las redes sociales e institucionales en torno de los individuos. Es así como la afectividad, y las formas en que ésta se expresa en las relaciones, permite dar cuenta de los distintos entramados que son construidos por los mismos individuos en sus trayectorias biográficas (Martuccelli, 2007a). En escenarios sociales como los descriptos, la reducción del mundo experimentado y el aumento de la percepción de instancias de riesgo e inseguridades son la contracara de un proceso de desplazamiento en el cual se transfiere a las esferas vinculares íntimas (familiares, de pareja, de amistad) toda una serie de tensiones, problemáticas y sus resoluciones que antes se dirimían en toda una gama de instituciones de índole pública. A este proceso de desplazamiento, retomando a Epele (2010), es al que se denomina privatización de los cuidados. En este sentido, los espacios íntimos y las relaciones que se establecen en ellos se transforman en lo que denominamos refugios afectivos que operan como soporte de los individuos. Si los soportes se constituyen en la última trinchera de amortiguadores que permiten instancias de individuación en contextos de vulnerabilidad crítica (Martuccelli, 2007a), en escenarios sociales donde priman estos tipos de desplazamientos, las relaciones afectivas cobran aun mayor importancia para comprender las formas vinculares en las que participan. En otras palabras, en contextos donde existe una transferencia hacia el dominio de las relaciones próximas e íntimas de tensiones cotidianas, los lazos afectivos, familiares, de amistad y de pareja emergen como refugios posibles a partir de los cuales alivianar la carga que las grandes transformaciones macrosociales imprimen a los individuos.
Cuando los afectos soportan
La presencia de políticas informales de privatización de los cuidados, ante el retraimiento del Estado a través de sus canales institucionales, permiten visibilizar las carencias materiales que, a pesar de su crudeza, no deben ocultar otro tipo de incertidumbres más vinculadas a la existencia de los jóvenes entrevistados. Es así como, frente a una imposibilidad de recurrir a soportes de tipo material o al menos de recurrir en menor medida a ellos, los soportes asociados a lo afectivo resultan en el recurso propio de mayor importancia del cual disponer o, en todo caso, anhelar. Sin embargo, es necesario precisar que esos lugares de resguardo se encuentran afectados por tensiones que exponen el carácter inestable y frágil de tales refugios afectivos.
En los relatos de los jóvenes entrevistados podemos destacar una serie de variantes vinculares en que las relaciones afectivas íntimas y cercanas cobran una notoria y expresa relevancia para los individuos que las narran. Partiendo de estas premisas, a continuación analizamos cómo las relaciones próximas se constituyen en refugios afectivos que encauzan las elecciones de rumbo en la vida. Las relaciones fraternales que se establecen con niños, hijos y/o sobrinos; los procesos de constitución y ruptura de las parejas y las formas normativas de amar asociadas a dichos procesos relacionales anclan en estos jóvenes condiciones de sobrevivencia. A propósito de ello, nos comentaba Lili con relación a sus hijos:
Si no los tuviera a ellos, sería cualquier cosa, menos feliz. Estaría tirada en una esquina, drogada, borracha, sin tener por quien vivir o, capaz, no estaría. Pero ellos son las personas por quien yo vivo, por las que lucho y sigo adelante.
En la transferencia al dominio íntimo de expectativas de resolución de conflictos y cuidados antes a cargo de un amplio abanico de instituciones y redes vinculares, también se expresan las reales posibilidades de supervivencia de los jóvenes. La mención a estar no sólo es retórica, sino que las formas de (sobre)vivir se encuentran estrechamente vinculadas a los entornos construidos por los jóvenes, donde las relaciones afectivas cobran niveles crecientes de importancia. Para Lili, la existencia de sus hijos se expresa como un acontecimiento que le otorga un anclaje para seguir viviendo o, en sus palabras, seguir estando.
Para Charly, un acontecimiento muy significativo fue haber conocido a sus sobrinos y experimentar el amor que siente por ellos. Como veremos, estas relaciones son muy anheladas sobre todo cuando existe la posibilidad de perderlas. En el caso de Charly se expresa a través del sufrimiento que le produjo no poder estar con los niños cuando fue detenido y debió pasar tres meses en la cárcel sin verlos.
En lo que refiere a los procesos de constitución y ruptura de las parejas, también es posible observar expresiones de praxis afectivas que funcionan como importantes soportes que permiten recobrar el camino de los imaginarios socialmente legitimados.1
Al hablar acerca de su novia, Purly señala:
Tengo que dejar un poco la joda, un poco la joda para estar más tiempo con ella […] mirá, gorda, no me fui con los pibes a la joda, a tomar nada, por quedarme hablando con vos, para que sepas que me importás más que una joda.
Como propone Epele, el rescate por amor, como política informal orientada al cuidado y a la supervivencia en contextos de privatización de los cuidados, implica como contrapartida del proceso la exposición del carácter de soporte de los vínculos afectivos, aunque tal vez esto no conlleve necesariamente la conciencia plena de tal proceso. El romance como rescate a través de la constitución de una pareja pierde de este modo su caracter restrictivo como forma afectiva y se expresa como soporte por la intervención de otro y por el otro, incluyendo en la intimidad relaciones de afecto y emociones ligadas al cuidado y al bienestar como también situaciones de violencia y peligros para la salud y la supervivencia. Este escenario da cuenta de cómo ciertas relaciones, a pesar de los inconvenientes que puedan traer aparejadas, se constituyen en refugios afectivos cimentados en su condición de soportes. No son escasas aquellas relaciones afectivas que se encuentran atravesadas por situaciones de violencia y/o riesgo, como violencia familiar o conyugal, participación en actos delictivos, consumos de drogas y las consecuencias que estas actividades,