Las Farc-EP en la coyuntura estratégica de la paz negociada (2010-2017). Laura Esperanza Venegas Piracón

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Las Farc-EP en la coyuntura estratégica de la paz negociada (2010-2017) - Laura Esperanza Venegas Piracón

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decir, más bien, imágenes que producen efectos materiales) las posiciones de emisor y receptor, esta forma de concepción del discurso pone de manifiesto que es el lugar que se le atribuye al referente común lo que en última instancia construye la posibilidad de comunicarse a través de la existencia de sentidos compartidos y aceptados. Sin embargo, no por esto se afirma que se trate de una elección libre a la hora de elegir dichas imágenes. Por el contrario, es preciso recalcar que se trata de lo que en buena medida está configurado por relaciones estructurales, así como lo que se pueda haber afirmado de tal o cual rol antes del hablante inmediato. En concreto, es preciso insistir en que si el sentido se mantiene estable, es entonces por efecto de las restricciones que operan sobre las posiciones imaginarias que se atribuyen a emisor y receptor, y estos últimos se mantienen relativamente estables en razón a que las circunstancias objetivas de producción de la realidad lo hacen, también, a su manera.

      No se trata entonces aquí de aleccionar sobre qué es, en abstracto, el lenguaje o el discurso, y mucho menos sobre qué es, en abstracto, la política; es justamente lo contrario. Si bien es necesario delimitar los conceptos, no lo haremos con una pretensión prescriptiva, sino, más bien, con la intención de facilitar la comprensión de la argumentación que orienta este ejercicio. Para esto, permitámonos partir ejemplificando el uso de estas tres palabras por medio de una afirmación encontrada en una entrevista publicada en la revista PolítiKa Ucab: “La polarización que vive nuestro país (Venezuela) desde el punto de vista ideológico guarda estrecha relación con la forma como se expresan nuestros políticos”; se encuentra en un artículo titulado “El uso del lenguaje en el discurso político” (Pérez Pereda, 2016).

      Para empezar, el título de este artículo nos obliga, como mínimo, a entender, en cuanto hechos separados —o al menos diferenciables—, el lenguaje, el discurso y la política, ya que, de lo contrario, su uso no tendría sentido en este sintagma (“el uso del lenguaje en el discurso político”). Fijémonos en que es, precisamente, discurso el nombre (sustantivo en la nomenclatura clásica de la sintaxis) que funge como eje central del grupo nominal. Al hacer un breve análisis de este enunciado podríamos decir que se hace mención a una realidad o un objeto concreto (el discurso) que está calificado como política (el adjetivo político se ajusta en número y género con el nombre al que califica) y se anuncia que se abordará lenguaje como una herramienta útil (puesto que se usa y aparece como complemento), aunque parezca redundante al primero, es decir, al discurso. Imposible, entonces, no dialogar con una realidad pragmática (desde el punto de vista lingüístico) que enuncia que no estamos ni ante sinónimos, ni ante realidades iguales, a despecho de lo que se podría resolver fácilmente afirmando que discurso y lenguaje son términos intercambiables. No obstante, no asumimos como propia la definición que se podría inferir del uso referido en el ejemplo citado; este último simplemente se trae a colación como una muestra simple de la frecuencia con la que se pueden encontrar los términos que buscamos conceptualizar y de cómo en estos contextos de uso es que adquieren y asientan sus diversos sentidos; en otras palabras, la polisemia como un hecho real y observable.

      Al saber que en la práctica comunicativa cotidiana lenguaje, política y discurso son términos que, salvo contadas excepciones de aparatosas sinonimias, refieren a realidades distintas, pero además que en su uso académico cada disciplina, investigación e incluso cada autor emplea y conceptualiza según su enfoque e interés, prosigue indicar que cualquier definición que se proponga de estos tres términos estará formulada desde un lugar concreto de enunciación que, más que encarnar meras teorías, abstracciones o corrientes de pensamiento, se inscribe en una postura política, esencialmente práctica y subjetiva. En su sentido más amplio, al dar cuenta de un orden sobre el cual se organiza, y más determinante aún, se piensa y se asume que se debe organizar y comprender la vida en común de aquellos que se comunican.

      Para ilustrar un poco lo anterior, podríamos simplemente comparar las agendas investigativas de la sociolingüística que se ocupan de la descripción de variedades dialectales de distintas comunidades, con finalidades de corpus, en oposición a la sociolingüística que se compromete con el fortalecimiento y la difusión de lenguas nativas en riesgo de desaparición; independientemente del legítimo derecho a elegir libremente el tema de investigación, no se puede dejar de observar en el ejemplo señalado que, probablemente, en cada caso hay presupuestos éticos distintos.

      De esta manera, es preciso declarar que adoptamos en el presente ejercicio analítico un principio orientador de la investigación social: ninguna perspectiva que se derive de una lógica purista o conservadora que quiera esencializar lo humano será útil a la comprensión y explicación del fenómeno de la comunicación que se da en el relacionamiento entre lenguaje, discurso y política. Así, nos distanciamos de una delimitación conceptual prescriptivista, puesto que de sus supuestos se desprende el caer en lugares comunes como el sojuzgamiento de si la lengua es empleada según los parámetros —institucionales— de corrección lingüística, si el discurso y las construcciones discursivas son, a su turno, “buenos” o “malos” moralmente, y si la política es mejor o peor apriorísticamente, desenraizadamente o en el vacío.

      Por el contrario, a fin de entrar a indagar en este ámbito es preciso desprenderse no solo de los reduccionismos y los prejuicios sociales ampliamente difundidos que recubren política, discurso y lenguaje, sino también —y quizá con mayor vehemencia— de la rigidez académica que, cuando se realiza desde una orilla positivista de lo social, insiste en conservar unas fronteras o bordes pretendidamente evidentes entre dimensiones que se entrecruzan y se afectan de forma constante. A su vez, es preciso anclar las consideraciones sobre el tema en una realidad concreta que permita evidenciar lo que se pone así en cuestión y establecerles un límite a los paradójicos relativismos generalizados, con lo cual nos proporcionamos un escenario idóneo para la filosofía de la praxis y nos blindamos de especulaciones demasiado vagas o ingenuas.

      Ahora bien, si se realiza un primer acercamiento poco detallado y no exhaustivo a la concreción de usos de términos tales como lenguaje o discurso, se encuentra que, lejos de existir un consenso conceptual, siquiera relativo, se encuentra una polisemia que, en gran medida, incluso no es verdaderamente reconocida. Es decir, tanto en ámbitos cotidianos como académicos muchas veces el contenido de las nociones de lenguaje y de discurso se da por descontado, con lo cual se asume que hay, por lo menos, un elemento común que permite comprender el significado de dichos conceptos de manera colectiva. Si bien es cierto que no existe un vacío semántico cuando se emplean y, sobre todo, se comprenden las nociones discurso y lenguaje en textos orales y escritos, también es constatable que, a la hora de entrar a definirlos, delimitarlos y ejemplificarlos, la univocidad tiende a entrar en crisis. Por ende, la posibilidad de recurrir a ellos analíticamente depende, en buena medida, de construir y garantizar una elaboración conceptual que, sin desterrarse de la realidad de uso de los términos, en contextos formalizados y no, dé cuenta de sus distinciones, particularidades, implicaciones y alcances.

      En este orden de ideas y al retomar el ejemplo inicialmente mencionado en el que se habla del “uso del lenguaje en el discurso político” y, por ende, se asume que existe un determinado tipo de discurso y que este es el político, así como que en él es posible observar un uso particular del lenguaje, habría que aclarar, primero de forma negativa y luego propositivamente, que no se concibe, como sí se hace con mucha frecuencia, tanto en el uso formal como informal del idioma el lenguaje en cuanto reducción de la lengua, esencialmente entendida como uno de los muchos sistemas semióticos de la comunicación. De hecho, se asumirá lenguaje como la capacidad humana de generar consensos a partir de una concepción particular y compartida del mundo, sobre formas de relacionamiento, de comunicación e interlocución, concretada en sistemas de signos y códigos, entre los cuales podría incluirse a modo de ejemplo la lengua (categoría que remite a los más de 7000 idiomas que existen alrededor del mundo), así como otros sistemas también validados, como, por ejemplo, el lenguaje literario, musical, cinematográfico o pictórico, por mencionar algunos de carácter artístico, o el lenguaje o lengua de señas, el braille y demás sistemas de comunicación no verbales.

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