Arraigados en la tierra. Francesc Font Rovira
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En casa me han enseñado que para controlar las malas hierbas hay que hacerlo en el momento adecuado, y, de hecho, mi experiencia hasta hoy me lo ha confirmado. Eliminar las plantas indeseables demasiado tarde, cuando ya han crecido más de lo esperado, implica un mayor coste por un trabajo mal hecho y con consecuencias nefastas que podrían dificultar la gestión del cultivo en un futuro. Es sabido por todo el mundo que hacer el trabajo tarde y mal sale siempre más caro. A veces, la presión de saber que hay que llevar a cabo un trabajo cuanto más rápidamente mejor, y no disponer de suficiente tiempo, genera angustia, pero a base de esfuerzo y sacrificios personales y familiares todo se termina haciendo. Así es la vida en el campo, lo sabemos y lo aceptamos. Incluso, por alguna razón que desconozco, a algunos agricultores de vez en cuando nos gusta llegar a casa a las diez de la noche, después de dieciséis horas de trabajo; nos hace sentir implicados, unidos a la tierra.
En última instancia, solo queremos un sueldo digno para ofrecer una seguridad económica a nuestra familia. Somos agricultores y por todo el mundo es sabido que esta profesión conlleva largas jornadas de trabajo y vacaciones reducidas, generalmente fuera de las épocas en las que la mayoría de la gente frena su actividad laboral para ir a la playa.
Volviendo al presente, y antes del proceso de despresurización laboral que provocará la verbena, es también el momento de disfrutar de una tarea que personalmente siempre me ha gustado mucho. Nosotros la llamamos «hacer números». Ya hemos recogido el cereal y, por lo tanto, toca hacer el balance económico. Hace muchos años que, casi de forma obsesiva, anoto absolutamente todos los gastos asociados a cada cultivo y a cada parcela de casa. Ahora solo me faltaban dos datos para cerrar oficialmente la campaña del cereal de este año: la producción y el precio.
El resultado no es ninguna sorpresa, puesto que mientras vas gastando dinero en productos fitosanitarios, abonos o semillas, ya te das cuenta que estás estirando más el brazo que la manga, pero en plena campaña las opciones son pocas y te excusas pensando que quizá el precio de venta subirá en unas semanas. Ahorrar algunos euros destinados a mantener la sanidad y la alimentación del cultivo puede suponer una pérdida de producción muy elevada. Bien, este año hemos obtenido un beneficio medio de noventa euros por hectárea en la producción de trigo de una de las variedades más productivas del mercado. Podría parecer una cantidad absurda por todo el trabajo realizado, pero si añadimos unos 150 euros de subvención, la cosa cambia mucho. Ahora ya hablamos de 240 euros por hectárea de beneficios, a pesar de que hay que ser conscientes que casi un 70 por ciento de esta cantidad proviene de una subvención y el 30 por ciento proviene de nuestro trabajo.
A finales de junio también es un buen momento para hacer un balance económico provisional de los cultivos de la viña y el olivo. Sabemos cuánto dinero hemos gastado en esta campaña hasta hoy y tenemos una idea aproximada de la cosecha, puesto que el fruto ya está cuajado. Este ejercicio me sirve para comprender que este año tengo que limitar los gastos, o los beneficios serán similares a los del trigo o incluso menores. Las producciones no se presentan malas si el tiempo no las estropea, pero ya nos avanzan que los precios serán similares a los de la campaña pasada y las anteriores, y por lo tanto, nada favorables para nuestros intereses.
Con mi conocimiento actual, no tengo muchas opciones para mejorar la situación. De hecho, solo diviso una: ser todavía más cuidadoso en la elección de los abonos, fitosanitarios y otros insumos. No se me ocurre cómo modificar el precio al que me compran los productos porque, en el caso del cereal, se define en función de los mercados globalizados, y en el caso de la uva y las aceitunas, depende de la gestión de la cooperativa de la cual formo parte. No puedo gastar menos en gasóleo ni en maquinaria porque son indispensables para la actividad. Iría muy bien que Europa decidiera aumentar la dotación de dinero que destina a los agricultores mediante la Política Agrícola Común (PAC), pero en eso tampoco puedo hacer nada. Que llueva más y mejor siempre ayuda, pero todavía no he aprendido a hacer la danza de la lluvia. Tampoco puedo pagar menos a los dos trabajadores que nos ayudan en la explotación familiar porque no se lo merecen; además, hemos tenido suerte de encontrarlos porque desgraciadamente cada vez es más complicado encontrar personas dispuestas y cualificadas para trabajar en el campo.
¿Podría dar el paso hacia la agricultura ecológica, asociada a una certificación y una subvención suculenta? Esta opción la valoramos desde hace tiempo, pero mi experiencia como asesor en agricultura ecológica, al menos según el modelo que conozco hasta hoy, me ha demostrado que hay que ser muy cuidadoso para no poner en riesgo la viabilidad económica de nuestra empresa. En la mayoría de cultivos, el aumento del coste de mano de obra y el precio de los productos ecológicos que comercializan las grandes compañías de fitosanitarios para sustituir los productos de síntesis provocan un incremento de los gastos que no estoy seguro de poder asumir, ya que el precio que pagan las empresas transformadoras de nuestra zona por la compra de productos ecológicos no es muy diferente del precio convencional, al menos siguiendo los canales de venta que conozco. En alguna ocasión he intentado profundizar más en esta materia, preguntándome si hay modelos sostenibles de gestión agrícola, hasta llegar a topar con conceptos como «la permacultura», «la agricultura regenerativa» o «la agricultura biodinámica». Francamente, solo conozco algunos pequeños ejemplos llevados a cabo por agricultores no profesionales y a menudo con unos resultados muy poco productivos. Además, estas palabras para mí tienen un componente entre hippy y esotérico que me echan atrás. Practicar una agricultura respetuosa con el entorno, sin química, alineada con las entidades conservacionistas y otros agentes sociales es una idea que me atrae, pero no me lo puedo permitir mientras los números no me digan lo contrario. Por otro lado, tampoco puedo continuar como ahora, no tiene sentido. Cuando analizo la situación en profundidad, me doy cuenta que el trabajo en el campo no nos permite a los agricultores ganarnos la vida dignamente. Cada día es más habitual que los diferentes agentes ecologistas de la sociedad nos acusen de practicar una agricultura que destruye el medioambiente, y probablemente tienen razón, pero nos tenemos que ganar la vida, ¿no? Y sin los agricultores, que cada vez somos menos, ¿quién gestionaría el territorio y alimentaría a la población de la Tierra?
Bien, demasiadas reflexiones trascendentales para el día que marca el inicio del verano, cuyo único objetivo laboral era calcular los beneficios del trigo. Decido apagar el ordenador e ir a ducharme. A partir de mañana empezaré a recoger la información necesaria para valorar racionalmente estas nuevas ideas y plantear alternativas reales a las prácticas realizadas en la finca familiar hasta este momento.
La parte positiva es que iré a la verbena de San Juan, donde comeremos, beberemos y podré hablar de agricultura con otros compañeros y explicarles mis producciones de trigo y la pulcritud de mis viñas y olivares, sin una brizna de hierba en ninguna parte, de los cuales me siento orgulloso. Y probablemente, a partir de la tercera copa de vino de la cena, nos quejaremos del tiempo, de la dificultad de encontrar mano de obra, del precio del gasóleo, de lo poco que nos pagan por los productos gracias a la maldita bolsa de Chicago y de los bajos importes de las subvenciones.
COMO CIUDADANOS DEL MUNDO, ¿ESTAMOS ACTUANDO CORRECTAMENTE?