Arraigados en la tierra. Francesc Font Rovira

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Arraigados en la tierra - Francesc Font Rovira Ecología

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trabajado de un color más marrón (tierra) que verde (plantas). Dejar de eliminar las plantas no deseadas que conviven con el cultivo suele generar una presión social, incluso dentro de la misma familia, difícil de gestionar en ciertos momentos. Y es en este ambiente de presión, en el que se magnifican los fracasos y se obvian los aciertos, cuando muchas veces se acaba optando por la decisión fácil, la de siempre: entrar a matar con todo el armamento químico del que se disponga para dormir tranquilo.

      Recuerdo que mi abuelo siempre me decía una frase que aprendí enseguida y que resume casi todas las tesis del modelo actual. El abuelo Joan me decía: «El miedo guarda la viña». La cultura del miedo, como herramienta de gestión social y empleada por los grandes grupos de poder económico, obviamente no es exclusiva de la agricultura, pero también dentro del sector primario el miedo está muy presente. Tanto que es la mejor arma que posee la industria agroquímica: le permite vender unas 400.000 toneladas (el equivalente a ocho veces el peso del Titanic) anuales de pesticidas solo en Europa, según Pesticide Action Network (PAN)8, y facturar miles de millones de euros en cada campaña. Esta estrategia, empleada en todo el mundo por las diferentes sucursales de esta industria, se basa en explicar una y mil veces a los agricultores, como si se tratara de las diez plagas bíblicas, las graves consecuencias de no tener los cultivos protegidos en todo momento ante los terroríficos y devastadores ataques que causan las invasiones de una especie dañina y las enfermedades. Y de las inasumibles pérdidas económicas que estas suponen. Un agricultor aterrado se convierte en el mejor de los compradores de unos productos que, si bien a corto plazo eliminan el problema, a medio plazo crean las condiciones ideales para que ese problema se reproduzca de manera más agresiva, y sea necesario incrementar la cantidad de productos biocidas para controlarlo, como explicaremos más adelante. Un círculo vicioso enormemente lucrativo para una pequeña parte del sector agrícola y ganadero. Con la proliferación de la agricultura ecológica industrial, la que solo busca la subvención o el sello, esta idea no ha hecho más que aumentar, sobre todo cuando se plantea como un mero cambio de inputs. Aplicar solo los productos que permiten las normativas ecológicas, a menudo fabricados por las mismas multinacionales químicas, implica un coste más elevado para el agricultor.

      Otro motivo, quizá el más importante, por el cual muchos agricultores no se plantean practicar un modelo más sostenible ambientalmente es la economía de la explotación. La agricultura actual tiene unos márgenes de beneficio tan reducidos que obliga a quien quiere vivir de ella a gestionar cada vez más superficie y a emplear todos los recursos necesarios para no sufrir una bajada de producción. Cualquier mengua en la cosecha o en el precio que nos paguen por ella puede ser letal para el negocio.

      En resumen, ya sea de manera intencionada o no, el sistema establecido dispone de unos mecanismos de autodefensa que dificultan que se pueda salir del mismo.

      Si hay algo que tengo claro es que ni con obligaciones, ni con normativas estrafalarias ni con estrategias dirigidas a criminalizar al sector se favorece un cambio de paradigma. Hay que ofrecer alternativas reales y económicamente viables, como la agricultura que regenera. Por encima de todo, un buen agricultor tiene que ser un buen empresario, tiene que tener la capacidad de valorar el rendimiento económico de su explotación y tiene que poder actuar al respecto si los resultados no son los esperados.

      Y LA ADMINISTRACIÓN, ¿CÓMO AFRONTA ESTA PROBLEMÁTICA?

      No sé muy bien por qué, pero desde siempre el agricultor disfruta de una protección y permisividad a la hora de exponer sus pensamientos que difícilmente se pueden encontrar en otras profesiones. Podría ser porque se considera que es gente sabia con un conocimiento adquirido a base de observar la naturaleza durante milenios. También podría ser porque se piense que son personas poco leídas o poco actualizadas… La verdad es que yo conozco a agricultores que corresponden a una u otra de esas categorías, igual que conozco a personas de ambos tipos que no tienen ninguna relación con el campo.

      En todo caso, haré uso de este privilegio diciendo lo que pienso y siento con la esperanza de que, si alguna vez se juzgan estas palabras, siempre podré alegar en mi defensa: «Señorías, es que vengo del campo».

      Como no podía ser de otra manera, las administraciones de todo el mundo, con sus correspondientes ministerios, promueven la agricultura sostenible. Europa la incentiva mediante ayudas económicas, con cantidades variables según los países donde se apliquen. Justo es decir que los agricultores convencionales también reciben un subsidio, pero de menor cuantía que los ecológicos. Algunas voces afirman que las próximas actualizaciones de las políticas agrarias favorecerán claramente una agricultura más sostenible.

      Hago un paréntesis para comentar este modelo subsidiario europeo, tanto para agricultores ecológicos como para agricultores convencionales. Estas ayudas económicas, reguladas en Europa por la Política Agrícola Común (PAC)9, han distorsionado, en negativo según mi opinión —recuerda que soy payés y puedo decir lo que quiera—, todo el sector. Este subsidio se otorga por superficie y no por producción; por lo tanto, premia la propiedad de la tierra por encima de las buenas prácticas productivas. Y lo hace hasta límites inmorales, puesto que grandes fortunas reciben ayudas por valor de varios millones de euros solo por ser propietarios de tierras agrícolas. Cada vez más explotaciones sobreviven gracias a estas ayudas, un hecho que crea una enorme dependencia. Si de repente desapareciera esta inyección económica al sector, desaparecería también un gran número de explotaciones. Estas ayudas pueden desconectar al agricultor de la realidad, y minarle la motivación de ganar eficiencia productiva. En la mayoría de los casos, dedica todos los esfuerzos a complacer a la Administración, siguiendo las condiciones que esta impone para beneficiarse de ese dinero, a pesar de ir en contra incluso de la misma naturaleza en muchas ocasiones. Un sistema cuestionable, puesto que en los países donde no se utiliza, como Australia, la agricultura avanza a un ritmo mucho más rápido que en Europa.

      Volviendo a la agricultura ecológica, con el doble objetivo de ayudar al consumidor a identificar los alimentos producidos bajo estos criterios y también de definir quién es apto para recibir la subvención específica por trabajar con este sistema, se han creado unos sellos de certificación. Estos sellos se pueden emplear en los productos cultivados según una normativa que es muy explícita especialmente en lo que se refiere a los inputs permitidos y prohibidos.

      En la finca familiar nosotros recibimos subvenciones para cultivar sin emplear productos químicos, y sobre todo durante los primeros años de conversión nos han sido de gran ayuda para salir adelante, pero cobraríamos lo mismo si labráramos, aplicáramos productos químicos permitidos o degradáramos el suelo realizando un pastoreo agresivo, todo ello certificado ecológicamente. ¿Y si se concedieran las ayudas en función del carbono atmosférico capturado, del contenido nutricional de los productos o de la venta de proximidad?

      Gobiernos de muchos países destinan recursos a la investigación, al desarrollo y a la transferencia de conocimientos a los diferentes agentes agrícolas. Los resultados son evidentes y, con mayor o menor rapidez según la región, el sector se va dirigiendo hacia la agricultura sostenible. Pero ¿qué prácticas promueve la administración? Pues habitualmente las que siguen encajando en el paquete tecnológico ofrecido por las multinacionales agroquímicas. La agricultura que se esfuerza por solucionar los síntomas sin poner el foco en las causas. La que se basa solo en un cambio de inputs, los productos químicos por los permitidos según las normativas ecológicas. La que deja de lado el ‘ibuprofeno’ para ofrecer un extracto de plantas que casualmente elabora la misma compañía que fabrica ese medicamento, en lugar de averiguar por qué razón tienes dolor de cabeza. Si descubres las causas reales de ese dolor, probablemente lo podrás solucionar y dejarás de ser un cliente potencial para quien convierte el dolor de cabeza en un negocio.

      ¿Cómo promueve la Administración este sistema de trabajo? Pues con demasiada frecuencia lo hace instruyendo y formando a los futuros responsables de la

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