Arraigados en la tierra. Francesc Font Rovira
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Lo primero que puedes pensar, y es totalmente normal, es que quizá estas afirmaciones son un poco exageradas. O quizá pienses que si son ciertas, detrás de este sistema productivo debe esconderse algún inconveniente de peso, algo que explique por qué no se está empleando ya indiscriminadamente en todo el mundo.
Si has pensado en la segunda opción, has acertado. Realmente existe un inconveniente que provoca que este movimiento orgánico y regenerativo, originado hace más de setenta años de manera simultánea en distintos lugares del planeta, no se haya establecido como principal modelo agrario. Seguro que este inconveniente no te sorprenderá, porque se repite en otros ámbitos muy diferentes siguiendo siempre los mismos patrones y dificultando que nuestra sociedad avance hacia un estilo de vida probablemente mejor. El motivo por el cual los agricultores no estamos gestionando de manera regenerativa nuestras explotaciones es que este tipo de agricultura no genera apenas ningún beneficio económico para la agroindustria, y, por tanto, no interesa.
Si bien para algunos podría parecer que los agricultores siempre hemos tenido un cierto grado de rebeldía o incluso de anarquismo, y de hecho ha sido así en muchos ámbitos, te aseguro que nada más lejos de la realidad en cuanto a las prácticas agrícolas. Con el lema «Siempre se ha hecho así» se han realizado —hemos realizado— algunas barbaridades avaladas por la gran industria agroquímica, y arraigadas dentro del ADN rural con tanta contundencia que su extracción resulta muy difícil.
El sistema actual, basado en la economía del capital, promete resultados a muy corto plazo con la condición de emplear las herramientas que ofrece; en el caso de la agricultura, fertilizantes y productos fitosanitarios. Personalmente puedo dar fe de que usando estas herramientas solemos obtener buenos resultados, al menos sobre el aspecto concreto para el cual han sido diseñadas, pero muchas veces comprometen el futuro de la explotación y, a medio plazo, incluso del planeta.
En el mundo de hoy, lo más cómodo es tomar las decisiones siguiendo los esquemas y las soluciones que nos ofrece el sistema, dándolas por buenas, y en la mayoría de casos no aceptando las alternativas, aunque puedan parecer mejores. Según Thomas S. Kuhn, filósofo estadounidense y estudioso del mundo científico, el ser humano nunca ha podido ser objetivo al recibir información innovadora. Cuando una nueva idea se contrapone a nuestras experiencias, conocimientos o prejuicios, nuestra mente la bloquea, la deforma o se rebela en su contra6.
Creo que esta cita, empleada también por Allan Savory en su libro Manejo holístico7, señala con mucha claridad el sentimiento que experimentamos la mayoría de agricultores cuando nos llega una información opuesta a los conocimientos y a las experiencias adquiridos a lo largo de nuestra vida. En general, las prácticas que expone el libro que tienes entre las manos se apartan 180 grados del tipo de gestión que nuestros padres y abuelos han realizado siempre en sus explotaciones, o de la gestión que se enseña en la mayoría de las escuelas y universidades agrícolas de todo el mundo. Espero que tu mente me dé la oportunidad de explicarme antes de rechazar las nuevas ideas que quizá encontrarás en las siguientes páginas.
Recuerdo con claridad las primeras veces que escuché hablar de regenerar el suelo. Automáticamente, mi cerebro lo clasificó como prácticas esotéricas, de forma que este concepto dejó de generarme interés. Como persona racional y payés de pura cepa, la primera respuesta ante esas ideas fue la crítica. Cuando te pones a ello, es muy sencillo encontrar argumentos para criticar un sistema que no tiene el apoyo de la práctica totalidad del mundo científico y docente, de las empresas más importantes del sector, ni de los líderes y la clase política —por lo tanto, de la sociedad en general—, pero a pesar de todo decidimos correr el riesgo y lanzarnos a la aventura.
Una vez tomas la decisión de cambiar el sistema de trabajo, con la complejidad de hacer de equilibrista entre la agricultura convencional y la regenerativa, y todavía sin comprender del todo el funcionamiento del suelo y sus ciclos naturales, es fácil cometer errores que no harán más que reforzar las críticas del entorno y las dudas propias.
A pesar de todo, uno de los momentos más bonitos de este cambio de paradigma mental es cuando te das cuenta de que, contrariamente a lo que hacías antes, todas y cada una de las acciones que emprendes generan una mejora en la fertilidad del suelo y, por lo tanto, una mejora real en la productividad de la finca y en la calidad ambiental del entorno. Entonces tomas conciencia de cómo era de falso el concepto anterior de productividad, incluso cuando se alineaban todos los astros y las producciones y los precios eran excelentes. Ahora no nos parece acertado sentirnos productivos si, mientras produces, degradas tu ecosistema y, por lo tanto, tus futuros recursos para producir.
La agricultura regenerativa consigue una productividad, un beneficio social, ambiental y económico real, lo cual genera una satisfacción mucho más intensa que la de conseguir dos toneladas más de producción que los vecinos usando todo el armamento químico y mecánico disponible.
En este punto, asumes el concepto de libertad en toda su plenitud. Los humanos nos creemos libres, pero no lo somos. Y no es por culpa de los gobiernos, del clima, de la familia o de la religión, puesto que la libertad depende solo de nosotros. La auténtica libertad es un acuerdo que pactamos con nosotros mismos y que requiere primero tomar conciencia de que estamos domesticados por el sistema de creencias que nos han impuesto y que hemos llegado a incorporar como base de nuestro comportamiento. Estas creencias gobernadas por el miedo están tan arraigadas que, una vez las hemos asumido, somos nosotros mismos quienes velaremos durante el resto de nuestra vida por que no se rompan.
Este libro propone la agricultura regenerativa como herramienta de ruptura con este marco mental, como motor de cambio para una sociedad intoxicada, tanto física como mentalmente, que merece ser libre, saludable y feliz.
ENTONCES, ¿LOS AGRICULTORES SON LOS PRINCIPALES CULPABLES DE LA DEGRADACIÓN DEL PLANETA?
Este es un duro interrogante que, durante las últimas décadas, no ha dejado de circular en torno al tema de la producción de alimentos. Cuando su respuesta es afirmativa, genera un fuerte rechazo en una parte importante del sector agrario; en ocasiones incluso deriva hacia actitudes y conductas irracionales, que responden a un intento de mantener la dignidad frente a los ataques que, con demasiada frecuencia y a menudo con poco conocimiento, recibe este complicado oficio.
Uno de los objetivos de este libro es aportar toda la información posible sobre esta materia para que formes tu propia opinión a partir de hechos contrastados y conocimientos técnicos.
Mi respuesta a la pregunta planteada es sí pero no. Los agricultores somos los primeros responsables de nuestras acciones, sí. Este hecho es indiscutible. La elección entre productos químicos o insumos orgánicos recae solo sobre cada agricultor, pero en esa decisión intervienen muchos y diferentes factores. La mayoría son externos a la cotidianidad rural, y a menudo más relacionados con el sistema social y económico.
Todos sabemos que es más sostenible ir en bicicleta o transporte público que en coche, y probablemente en las ciudades podemos llegar a cualquier lugar con estos dos medios. Por una serie de motivos (comodidad, economía, rapidez, autonomía…), la mayoría de las veces escogemos el coche a pesar de saber lo que implica su uso a escala ambiental, social y económica.
La mayoría de agricultores que practican o hemos practicado el modelo convencional sospechan que existe un riesgo ambiental y una toxicidad en los productos fitosanitarios, y por eso suelen tomar las medidas recomendadas para manipularlos. Por los mismos motivos que cogemos el coche en lugar de la bicicleta, a veces es difícil imaginar una agricultura moderna sin estos inputs.
Por otro lado,