Descentrando el populismo. José Abelardo Díaz Jaramillo

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Descentrando el populismo - José Abelardo Díaz Jaramillo Ciencia política

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comunitario y crea retroactivamente una nueva comunidad legítima” (Barros 2013, 55). Es notorio de nuevo aquí el aporte de Rancière. Es “en nombre del daño que las otras partes le infringen” al pueblo, en tanto parte no privilegiada (plebs), que esta “se identifica con el todo de la comunidad” (populus o pueblo en tanto conjunto pleno de ciudadanos) (Rancière 1996, 23). Lo significativo de los populismos es que la disrupción que supone la emergencia de las identificaciones populares no puede pensarse como una simple ampliación de la ciudadanía, porque lo que queda al desnudo es la necesidad de desarticular las relaciones hegemónicas y de configurar una nueva comunidad (Barros 2013; 2014).

      En definitiva, más que a contenidos inalterables, los populismos estarían refiriendo a formas o lógicas de articulación política que, en determinados contextos, pueden ser habilitadas por identidades o identificaciones populares que buscan modificar la distribución de roles y lugares en un orden social determinado.

       Ejercicios analíticos para repensar los populismos durante el siglo xx en Argentina y Colombia

      Conviene considerar algunas precauciones sobre las disquisiciones teóricas que venimos señalando, pues la aplicación automática o irreflexiva de la operacionalización propuesta en torno a las identidades o identificaciones populares y las articulaciones populistas podría suscitar algunos problemas a la hora de emprender análisis de situaciones y de experiencias políticas concretas. Como advierte Barros, “no puede preverse una secuencia temporal del tipo, ‘primero emerge una identidad popular [y] luego aparece el discurso populista que la articula’”, ya que la “dislocación que provocan los conflictos por la distribución de lugares y que lleva a la necesidad de nuevas identificaciones puede tener orígenes diversos” (2013, 5). Este resguardo no se orienta simplemente a evitar periodizaciones de cierto tipo, sino que el privilegio de una secuencia lineal entre emergencia de identidades populares y articulaciones populistas pone de manifiesto un problema más profundo, de orden teórico, al que en ocasiones se asiste en algunos estudios empíricos producidos desde la teoría laclausiana. Esa dificultad deriva del tratamiento divorciado entre procesos identificatorios o identitarios y prácticas articulatorias, cuando en efecto ambas instancias se encuentran íntimamente imbricadas.

      Tomemos las experiencias políticas que nos convocan como ejemplos para explicitar este tema y para mostrar el posicionamiento de los análisis que circulan a lo largo de este libro. Si utilizáramos la operacionalización de las identificaciones populares propuesta por Barros, en una “versión lineal”, presentaríamos al peronismo como una identidad popular que emergió el 17 de octubre de 1945 y que se articuló de manera populista cuando Perón llegó a la presidencia en 1946. En 1955, el populismo fue derrocado, restablecido en 1973 y, luego de la última dictadura militar, se rearticularía sucesivamente hasta abarcar experiencias, no exentas de debates, como los Gobiernos menemistas y los kirchneristas. Si bien esta afirmación no es del todo equívoca, deja entrever varios asuntos problemáticos que pretendemos explicitar.

      La primera dificultad deriva de suponer que en la coyuntura de 1945 se produjo la emergencia de una identidad popular unívocamente peronista. Una profusa literatura se ha ocupado de mostrar cómo el 17 de octubre23 fue posible gracias a una multicausalidad de factores para nada previsibles,24 y que de ese acontecimiento no emergió “la identidad peronista” como entidad homogénea.25 El capítulo 2 repara en esta cues-tión, al interrogar las tensiones internas al movimiento, como un nivel específico de heterogeneidad que se ve involucrado en las identificaciones populares al momento de articularse en un discurso populista.26 Dicho en otras palabras, el análisis allí desplegado por Magrini no se concentra en la necesaria, pero no única, dimensión de la alteridad, marcada por las fronteras políticas y las desidentificaciones que se producen con los adversarios, sino en las micro o subfronteras políticas que pueden reconocerse al interior de un mismo proceso identitario y que, en definitiva, hablan del carácter constitutivamente heterogéneo de las identidades populares.

      Hecha esta salvedad respecto a la emergencia del peronismo como identidad homogénea en un momento fundacional de su constitución, nos encontramos con el segundo problema: el de suponer que esa identidad se articuló de manera populista en el Estado durante las dos primeras presidencias de Perón. Algunos argumentos que circulan en el capítulo 3 muestran que si bien la dislocación que produjo el peronismo tuvo un carácter inédito hacia octubre de 1945, el peronismo (en el Estado) habilitó nuevas formas de identificación popular que dislocaron los roles socialmente asignados. De ese modo, algunas políticas sociales emprendidas durante los dos primeros años de gobierno, e incluso antes de la primera presidencia de Perón —como las medidas adoptadas por la entonces Secretaría de Trabajo y Previsión: el estatuto del peón, vacaciones pagas, aguinaldo, tribunales laborales, entre otras—, pueden ser vistas como dislocaciones en sí mismas y como prácticas articulatorias que permitieron la emergencia de nuevos procesos de subjetivación popular.

      La tesis aludida recupera y avanza sobre un argumento expuesto por Alejandro Groppo en un lúcido trabajo comparativo entre peronismo y varguismo. Allí, Groppo argumentó que el peronismo habilitó una operación “de nominación o nombramiento de un sujeto que nunca antes había sido nombrado de esa manera”, y que este proceso fue posible porque “el Estado explícitamente [asumió] como suyos intereses de un sector marginado, simbólica o realmente, de la sociedad” (Groppo 2009, 41).27 La dislocación que supuso ese disruptivo proceso de nominación fue parcialmente “suturada” gracias a una segunda operación política, “la producción de un concepto o una visión no condicionada de justicia social, esto es, una idea de justicia social que es presentada independientemente de cualquier predicación condicionante” (p. 41). En consecuencia, el carácter disruptivo de las identificaciones populares también se produjo durante los procesos articulatorios, de modo que más que a operaciones de emergencia-causa y articulaciones-consecuencias, asistiríamos aquí a lógicas marcadas por la simultaneidad y la yuxtaposición entre dislocaciones y suturas.

      Si es evidentemente problemático reconocer linealidades entre dislocaciones primigenias y posteriores suturas institucionales durante los primeros años peronistas, con el derrocamiento de Perón y los sucesivos avatares, desplazamientos y retornos que esta identidad atravesó entre 1955 y la actualidad, el asunto se complejiza aún más. Y ello nos conduce al tercer problema, el de suponer gruesas líneas de continuidad de un fenómeno, rotundamente persistente, pero del que conviene trazar, delimitar, precisar y profundizar cómo vuelve y se reactualiza, es decir, ¿cómo retorna el peronismo en determinada coyuntura política? ¿Qué elementos se borran o se intentan borrar de él y cuáles perduran? ¿Qué proyectos de país están en la base de esas “borraduras” o de esos retornos de una identidad que se resignifica y se resemantiza iterativamente? ¿En qué contextos de discusión vuelve el peronismo, qué usos se hace de él?

      Esas inquietudes resultan clave para que, sin perder de vista la característica laxitud del peronismo, este, a su vez, no “se aplane” al punto de equiparar procesos y coyunturas muy diversas como el neoliberalismo menemista de los años noventa o el neodesarrollismo kirchnerista del siglo XXI. En este sentido, el texto de Nicolás Azzolini, capítulo 4 de este volumen, contribuye a iluminar este punto en una coyuntura específica, el complejo período que se ubica entre 1955 y 1958, es decir, entre la denominada “Revolución Libertadora” y el Gobierno de Arturo Frondizi. El autor focaliza momentos en que la pluralidad de identificaciones populares producidas bajo el extenso arco del peronismo se vio especialmente amenazada y condicionada por las prácticas y los sentidos que intentó imprimir un sector no menos heterogéneo que el peronista, el antiperonista.

      En diálogo con esta línea argumental, el

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