Descentrando el populismo. José Abelardo Díaz Jaramillo

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Descentrando el populismo - José Abelardo Díaz Jaramillo Ciencia política

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un ejercicio pleno de mis derechos civiles?; o, en otro caso hipotético, me declaro “argentina y perteneciente a un pueblo originario, o afrodescendiente y colombiana”, pero ¿puedo serlo cuando en la experiencia histórica nacional se pretendió invisibilizar esas identidades mediante un proyecto de nación homogénea y mestiza?

      En consecuencia, lo interesante es que las identificaciones y desidentificaciones —que estabilizan en forma parcial una identidad— podrían, en determinados contextos, enlazarse de un modo polémico, esto es, de manera que cuestionen los lugares “naturalmente” asignados —y los disloquen—,12 explicitando el carácter desigual de la comunidad y, fundamentalmente, al inscribir esa crítica en una posibilidad de transformación. Es esa potencial capacidad dislocatoria de las identidades políticas la que cobra especial relevancia a la hora de pensar en las identidades populares (y en los populismos). A continuación ahondamos en esta línea de análisis.

       Profundizaciones y disquisiciones analíticas para el estudio de identidades populares y articulaciones populistas

      La pregunta clave que atraviesa este capítulo —y que, a su vez, se despliega a lo largo del libro— en torno al vínculo entre las ideas precedentes sobre las identidades y los modos identificatorios con la cuestión de los populismos requiere algunas precisiones. De ellas nos ocupamos en seguida.

      Desde algunas contribuciones más recientes que han avanzado sobre los postulados de la teoría política del discurso, se ha advertido una posible limitación en la obra de Laclau, pues en ocasiones se equiparan nociones centrales de la teoría, como las categorías de lo “popular”, el “populismo” y la “política”.

      En un libro colectivo titulado Las brechas del pueblo. Reflexiones sobre identidades populares y populismo, Gerardo Aboy Carlés, Sebastián Barros y Julián Melo (2013) se detuvieron en abordar las vinculaciones y distinciones entre las identidades populares y los populismos. La tesis que atraviesa dicha obra y que cada autor indaga de manera distinta, afirma que las identidades populares, en tanto identidades políticas específicas, no necesariamente suponen procesos populistas, pues habría diversas posibilidades articularias de “lo popular”. En otros términos, los populismos son una posibilidad articulatoria más entre otras alternativas ciertamente infinitas, pero de las cuales conviene comenzar a indagar, precisar e investigar.

      Conforme con los señalamientos de Aboy Carlés (2013), las identidades populares básicamente designan un

      […] tipo de solidaridad política que emerge a partir de cierto proceso de articulación y homogenización relativa de sectores que, planteándose como negativamente privilegiados en alguna dimensión de la vida comunitaria, constituyen un campo identitario común que se escinde del acatamiento sin más y la naturalización de un orden vigente. (Aboy Carlés 2013, 21)

      Estas identidades, que no son per se mayoritarias ni objetivamente subalternas, se caracterizan por su oposición a un orden establecido, ya sea político, social, sexual, económico o de otra índole.

      El autor ensaya tres formas o tipos posibles de las identidades populares: totales, parciales o con pretensión hegemónica.

      Las identidades populares totales se caracterizan por aspirar a un tipo reducido de unidad política; una unidad que no deja de ser un universal, pero en esa aspiración no hay espacio posible para algún tipo de intercambio con el “otro” antagonista o con los adversarios, pues estas identidades se autopresentan como “el todo comunitario”. Un ejemplo característico mencionado por el autor para explicitar el procesamiento “total” de las alteridades es la estrategia delineada por Frantz Fanon en Los condenados de la tierra (1965 [1961]), una obra de amplia difusión en América Latina, África (especialmente en Argelia) y en el denominado “Tercer Mundo” durante las décadas de los sesenta y los setenta. En su libro, Fanon argumentó el exterminio o la expulsión de los colonizadores por medio del uso de la violencia como un método legítimo (y necesario) para emprender una lucha anticolonial a gran escala. De modo que la estrategia de Fanon podría entenderse como la constitución de una identidad popular, en la cual una parte del pueblo, la plebs (en este caso, todos los excluidos y explotados por el orden colonial), “buscaron intransigentemente convertirse en populus13 (Aboy Carlés 2013, 29). Ciertamente, otras experiencias totalitarias como el nazismo, el estalinismo, las operaciones de limpieza étnica de la antigua Yugoslavia, entre tantas otras, entrarían también en esta caracterización (p. 29).

      Las identidades populares parciales son la contracara de las anteriores, pues en ellas prima una suerte de “encierro endogámico” en sus reivindicaciones particulares, elemento que les impide articularse con otras y aspirar a producir alguna forma de unidad política. Nótese que la ausencia del recurso de la violencia no constituye aquí un elemento fundamental; la violencia puede o no estar presente, ya que lo sustancial en estas identidades “es que no hay conversión de la plebs en populus” (Aboy Carlés 2013, 30). Entre los ejemplos señalados por el autor se encuentran diversas experiencias “obreras, étnicas, sindicales y campesinas” que construyeron solidaridades estables, que se definieron por su enfrentamiento al poder establecido, pero que no pretendieron “representar más que su propio espacio” (p. 31). Podrían ubicarse aquí algunos casos como el Partido Socialista argentino durante su fundación (1896) e identidades segregativas como las Panteras Negras en Estados Unidos, por mencionar dos ejemplos especialmente distintos que estarían alcanzados por esta dinámica identitaria.

      Por último, Aboy Carlés distingue las identidades populares con pretensión hegemónica, las cuales comparten, con las totales, la aspiración a representar el todo comunitario, pero, a diferencia de estas, el tipo de unidad que buscan no es reducida, pues intentan negociar su propia reivindicación particular con sus adversarios o con parte de ellos (2013, 34-40). Claramente, las identidades con pretensión hegemónica son el tipo de identidades que se ven involucradas en los procesos populistas. Y este es precisamente el elemento característico de los populismos, su regeneracionismo o constante búsqueda (no necesariamente amistosa ni por completo violenta) de negociar su propia identidad, al tiempo que intentan representar una universalidad o un tipo de comunidad relativamente amplia. Se trata, en efecto, de una tensión constitutiva de los populismos, de un mecanismo pendular —dice Aboy Carlés—, en el que en circunstancias precisas alguno de los dos momentos del péndulo (exclusión-inclusión) puede primar sobre el otro; pero lo relevante es que los populismos nunca renuncian a esta dinámica (2014, 40).

      El autor se detiene a mencionar algunas experiencias latinoamericanas en las que es especialmente perceptible la inconmensurable tensión entre la particularidad de la plebs y la universalidad del populus; entre ellas se encuentran: el yrigoyenismo14 y el peronismo en Argentina,15 el varguismo en Brasil16 y el cardenismo en México.17 Si bien estos casos podrían, superficialmente, ser definidos como identidades totales (como buena parte de los estudios sobre populismo lo ha hecho), para Aboy Carlés, “esa apariencia totalizante está lejos de constituir una marca definitoria” (2013, 38), pues los intentos de los populismos de cubrir el espacio comunitario se ven rápidamente signados “por la presencia de fuertes oposiciones que demuestran su irrevocable carácter de parcialidad” (p. 38).18

      Los procesos políticos que se abordan en este libro (esto es, el peronismo y el gaitanismo) también aportan interesantes ejemplos que pueden contribuir a ilustrar la tensión entre plebs y populus en los populismos latinoamericanos.

      En

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