Descentrando el populismo. José Abelardo Díaz Jaramillo

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Descentrando el populismo - José Abelardo Díaz Jaramillo Ciencia política

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de sus adversarios, los radicales renovadores (Unión Cívica Radical – Junta Renovadora). Algo similar ocurrió en el seno del gaitanismo, cuando Jorge Eliécer Gaitán se constituyó como jefe único del Partido Liberal, en 1947, y el movimiento comenzó a incorporar a sus filas a militantes anteriormente adversos (como los liberales que se opusieron a Gaitán en la contienda electoral de 1946, que finalmente llevó a la presidencia al Gobierno conservador de Ospina Pérez).

      Este tipo de incorporaciones no se produjeron sin tensiones. Al respecto, en el capítulo 2 de este libro, Ana Lucía Magrini da cuenta de cómo la requerida amplitud de los movimientos peronista y gaitanista, en contextos de nacionalización y de construcción a gran escala de los mismos, produjo férreos enfrentamientos con militantes “de primera hora”, como los laboristas y los gaitanistas más intransigentes. Desde estos sectores internos a cada movimiento (y particularmente críticos), los líderes fueron duramente señalados por su desvío ideológico y por la repentina inclusión de pretéritos adversarios. De modo que estos actores no perdieron del todo su carácter particular y pusieron en discusión articu laciones y solidaridades construidas por el peronismo y el gaitanismo, al mismo tiempo que estos movimientos asumían procesamientos de las alteridades propios de las identidades populares con pretensión hegemónica y de los movimientos populistas.

      En una dirección analítica similar, en el capítulo 6, Cristian Acosta Olaya se detiene en precisar cómo operó la lógica pendular entre inclusión y exclusión de los adversarios en el movimiento gaitanista entre 1946 y 1948. A contravía de una tendencia generalizada en los estudios sobre el populismo colombiano, centrados en hacer del gaitanismo un causante del violento enfrentamiento entre liberales y conservadores que siguió al asesinato de Gaitán en 1948, el texto muestra que el movimiento se erigió como un dique inestable frente a un contexto de violencia previa.

      Retornando a la pregunta que inaugura este apartado, Barros (2013) ensaya una respuesta adyacente a la formulada por Aboy Carlés, aunque focaliza en otras dimensiones. El autor discute la asimilación sin más entre populismo, lo popular y lo político, cuestión que, como anticipábamos, no logra saldar la obra de Laclau. Para decirlo en los términos del investigador, “lo popular” remite a algunos rasgos —varios de ellos en coincidencia con los mencionados anteriormente por Aboy Carlés (2013; 2014)— que caracterizan a las identificaciones populares en tanto identidades políticas con capacidad para subvertir un determinado orden de cosas. Los atributos que señala Barros no son generalizables ni exhaustivos, pero sí resultan recurrentes a la hora de establecer un análisis de experiencias políticas concretas.

      Entre esas notas características de las identificaciones populares sobresale, en primer lugar, el cuestionamiento de los papeles socialmente asignados, tema que hemos introducido en el apartado anterior y que ha sido abordado por la historiografía de los populismos latinoamericanos como la denominada “quiebra de la deferencia social”.19 Para Barros, el cuestionamiento de los roles social o culturalmente asignados tiene un sentido especialmente disruptivo en los procesos de identificación popular que involucran los populismos, pues esos mismos cuestionamientos habilitan un reordenamiento de las posiciones sociales. Este reordenamiento vendría aparejado a un autorreconocimiento con “orgullo”, “gallardía” —como suele aparecer en algunos testimonios de militantes peronistas, por ejemplo— o estima-de-sí. Conforme con el autor, estas expresiones no pasaron desapercibidas para los estudios sobre los populismos latinoamericanos, pero fueron “tomadas literalmente […] como muestra de la exclusión que caracterizaba a las crisis de participación previas a dichas experiencias” (Barros 2014, 332). A contramano, Barros argumenta que estos testimonios pueden ser leídos de otro modo, como un verdadero efecto de dislocación de la deferencia habitual (y naturalizada, por cierto) de la vida comunitaria.

      Un segundo rasgo de las identificaciones populares remite al propio reconocimiento de la capacidad (no necesariamente nueva, pero sí públicamente visible) de “poner el mundo en palabras” (Barros 2013; 2014). En esa toma de palabra, nos interesa especificar un elemento característico en torno a los modos de decir y de tramar aquello que se cuenta, pues los testimonios, los relatos del yo, las autobiografías y las memorias por lo general apelan a estructuras narrativas similares, como la épica y el romance.20 Las historias personales son introducidas en historias más grandes, en las cuales cada experiencia individual adquiere un carácter heroico. Un heroísmo que, lejos de mitificar las vivencias propias alrededor de un líder, lo que hace es revalorizar el lugar que cada sujeto tiene, al reconocerse (a sí mismo) como “trabajador, peronista, gaitanista, poeta, narrador, escritor popular”, entre muchas otras posibilidades.

      Mucho se ha dicho sobre el escaso contenido político del libro de Eva Perón, sobre la imprecisión de ciertos hechos históricos, la omisión de su origen familiar o su dudosa autoría. Sin embargo, más allá de estos debates y cuestionamientos que exceden nuestro trabajo, creemos que su testimonio permite ilustrar cómo un relato autobiográfico posicionado como “fanáticamente peronista” (como ella misma se definía) es narrado desde una trama épica y romántica particular: el melodrama.22 Lo interesante del testimonio de Eva Perón es que, lejos de presentarse como un elemento “cursi”, las angustias y el dolor de los humildes, las historias personales de los desposeídos y de los pobres se tratan como un objeto de denuncia y como una verdad históricamente desoída. Y es allí donde el peronismo se construye narrativamente como una expresión política de la justicia y la reparación, frente a una serie de daños y perversidades infringidas en la vida cotidiana de las personas pobres. El papel del Estado es, entonces, para Eva Perón, responder a reivindicaciones realizadas por la gente común, por medio de soluciones universales (políticas asistenciales y de conciliación entre patrones y empleados, por ejemplo), ya que dichas demandas, por más personales que se manifiesten, remiten a reales derechos incumplidos.

      Luego, algunos pasajes del presente libro permiten ilustrar “desde abajo” cómo sujetos de a pie, que se identificaban como peronistas, tomaron la palabra para demandar, contar e intervenir en su entorno inmediato. En el capítulo 3, Mercedes Barros, Juan Reynares y Mercedes Vargas subrayan un testimonio, entre los muchos que circularon en cartas enviadas a Juan y a Eva Perón, durante sus dos primeros gobiernos, desde diversos rincones del país. Como se verá en profundidad en ese capítulo —en el apartado titulado “Hacia nuevas tramas para el análisis del peronismo desde abajo y en clave local”—, aquella demanda de escucha estatal es perspicazmente analizada por los autores en una solicitud enviada por una santiagueña oriunda de la localidad de La Banda, doña Emilia, quien, apelando a las políticas emprendidas por el Gobierno nacional en Buenos Aires, exige “pie de igualdad” ante los derechos que si bien el peronismo promovió, todavía faltan en Santiago del Estero.

      Finalmente, conviene precisar que el elemento específicamente populista de estos rasgos o características de los modos de identificación popular

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