Presente imperfecto. Nando López

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Presente imperfecto - Nando López страница 9

Автор:
Серия:
Издательство:
Presente imperfecto - Nando López

Скачать книгу

he estado a punto de preguntártelo, justo antes de que entraras con esa actitud displicente con la que ni siquiera te molestas en ganarte una atención que sabes que ya tienes. Me habría gustado saber si vienes porque este piso y su ocupante te resultamos prácticos o si la temporalización errática que te trae hasta aquí tiene que ver con circunstancias que ignoro y que para ti, más que alicientes, son atenuantes. Excusas con las que te perdonas por acceder a la humillación de este hombre de físico mediocre y actitud complaciente que, tras cada uno de vuestros polvos, se ha mostrado dispuesto a sumar otro más.

      Eso explicaría que todo sucediera siempre con la misma rudeza. Sin margen para nada que no sea la violencia con que nos empujamos a través del pasillo, como si estuviéramos a punto de comenzar una pelea que sé que voy a perder y en la que eres tú quien, agarrándome con una fuerza que tiene más de inmovilización que de abrazo, marca el ritmo de cada uno de sus asaltos.

      La primera vez pensé que te habías equivocado, que no había quedado claro quién podía hacer el qué después del abrupto intercambio de requisitos con que decidimos las coordenadas del cómo y del dónde, pero enseguida entendí que esa violencia era tu manera de atribuirte también la ejecución aunque fuera yo quien, obligado por tus brazos e incapaz de oponer resistencia, acabara penetrándote con la misma urgencia que se repetiría en las siguientes ocasiones. Todas y cada una de las veces en que el deseo ha resultado ser más perseverante que mi dignidad.

      La última vez, me insisto.

      Y aún en la cama, encogido en esa pequeñez en que me desdibujo cada vez que tú sales de ella, me culpo de una debilidad que conozco demasiado bien como para pretender vencerla.

      No tiene sentido empeñarse en dejar de ser quien sé que soy, cuando una de las pocas certezas con que cuento es la de una vulnerabilidad que, en mi pantalla, se fractura en tantos pedazos como para hacer imposible una reconstrucción en la que quepa algo parecido al orgullo. Para qué aspirar a contenerme cuando, después de recorrer los perfiles entre los que no tengo nada que ofrecer, sé que un mensaje tuyo despertará de nuevo mis ganas y, peor aún, la fantasía estúpida en la que hablamos y hasta empezamos a conocernos después de follar. Hasta ahora, ninguna de nuestras conversaciones ha dado para semejante prodigio, así que me conformo con los escasos datos con que hemos ido completando el cuestionario previo y en el que tengo más información acerca de tus rutinas y tus horarios de entrenamiento que sobre lo que de verdad me gustaría saber.

      Sé que vives en las afueras.

      Sé que te obsesiona tu cuerpo.

      Sé que estás en una relación de varios años.

      Sé que a él no se lo cuentas y que, si quiero que esto siga repitiéndose, tampoco yo debo contarlo.

      Y sé que te gusta girarme y manipularme hasta que nuestras bocas quedan a altura del sexo que buscamos voraces y en el que nos permitimos un tiempo que no nos concederemos al terminar.

      —Deberías mandarlo a la mierda de una vez.

      Lola pierde la paciencia conmigo cada vez que le hablo de ti. Es más, para ella ni siquiera tienes nombre. No soporta que te mencione, ni cuando le explico que hemos quedado de nuevo ni cuando me quejo de que no muestres ningún interés por volver a verme.

      —No lo entiendo, Teo, en serio.

      —Ya —me rindo en vez de defenderme—, yo tampoco.

      —Pues pon más de tu parte. Además, ¿qué tiene de malo estar solo?

      Me encojo de hombros, porque el verdadero problema no es estar solo, sino la autoestima herida por no saber si alguna vez voy a estar con alguien. Los cristales en que me observo lejos del canon que me permitiría avanzar hasta la siguiente plataforma en el laberinto de aplicaciones donde soy, en el mejor de los casos, invisible.

      —Ese tío te está usando.

      —Y yo a él.

      —Bueno, eso es lo que tú te dices.

      —Eso es lo que hacemos, Lola. Usarnos. Yo también saco algo.

      —Cuando él decide que puedes tenerlo.

      —Pero al menos lo tengo.

      —Qué triste, ¿no?

      —Cuando lo tengo debajo de mí te aseguro que no lo es.

      Iba a ser más directo, pero he logrado frenarme antes de acabar con la paciencia de Lola y obligarla a que se levante y me deje con esta botella de vino que acabamos de empezar y que, como se ajusta a la cantidad estricta de euros que hoy podemos permitirnos, sabe tan áspero como nuestra conversación.

      —Monólogo —me corrige ella cuando trato de pedirle que cambiemos de tema—. Hablar contigo es como figurar en uno de tus relatos —estoy a punto de interrumpirla para confesarle que sigo sin encontrar editor para los más recientes, pero prefiero guardarme el inciso para no darle tan pronto la razón—, perdida en medio de una historia donde el único protagonista siempre eres tú.

      —Eso no es verdad.

      —¿Ah, no?

      —Claro que no. Mis relatos son otra cosa. Cuando quedo contigo, hablamos de los dos.

      —Vale, pues demuéstramelo.

      —¿Y cómo quieres que te lo demuestre?

      —Cuéntame ahora a mí.

      —¿Qué?

      Lola llena las copas y me desafía después de dar un trago a este vino que, tras superar el primer tercio de la botella, casi parece asumible.

      —Que me cuentes a mí.

      Si, como ella propone, esto fuera un juego literario, su relato empezaría en nuestro Erasmus en Roma y acabaría en David y en Marion, lo que supondría admitir que tengo poco que decir del intervalo que abarca desde su piso compartido hasta esta misma tarde. Ese paréntesis que comienza con el momento en que conoce a dos personas con quienes entabla una relación que no necesito que me explique porque resulta obvia cada vez que los veo a los tres juntos y que termina a la vez que apuramos la primera de las tres botellas de vino que caerán hoy. No estoy seguro de que la culpa de ese vacío narrativo sea mía, quizá sí podría llenar estas líneas hablando de Lola si ella me hubiera descrito un poco mejor a Marion, o a David, si me hubiera querido contar qué la sedujo de ella o qué la atrajo de él, en qué momento pensaron que podían compartir piso y vida con una armonía que yo sigo buscando y que, aunque me duela admitirlo, me obsesiona.

      Adivino mi reflejo en el fondo de la copa y me pregunto si en mi expresión no hay un rastro de envidia. Un tímido gesto que no se atreve a manifestarse con la misma contundencia con que sí me hiere cuando Lola se excusa y me dice que no puede escaparse conmigo en uno de esos viajes que antes sí hacíamos, los que empezaron con ese Erasmus en Italia y se prolongaron mientras acabábamos una carrera que dejó de interesarnos en el mismo momento en que nos matriculamos en ella. Puedes venirte con nosotros, suele añadir, como si ser el número cuatro en un mundo de tres no resultara aún más humillante que invitarte —no creas que en esta digresión me he olvidado de ti— a mi cama.

      —Llevaba yo razón…

      Lola se ríe y rompe en pedazos la servilleta donde he improvisado unas líneas que debían de hablar

Скачать книгу