Episodios Nacionales: Juan Martín el Empecinado. Benito Pérez Galdós

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Episodios Nacionales: Juan Martín el Empecinado - Benito Pérez Galdós

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todos nuestros bravos. Pero aquellos gloriosos paseos por el mundo cesaron, y España volvió a España, donde se aburría, como el aventurero retirado antes de tiempo a la paz del fastidioso hogar, o como don Quijote lleno de bizmas y parches en el lecho de su casa, y ante la tapiada puerta de la biblioteca sin libros.

      Vino Napoleón y despertó todo el mundo. La frase castellana echarse a la calle es admirable por su exactitud y expresión. España entera se echó a la calle, o al campo; su corazón guerrero latió con fuerza, y se ciñó laureles sin fin en la gloriosa frente; pero lo extraño es que Napoleón, aburrido al fin se marchó con las manos en la cabeza, y los españoles, movidos de la pícara afición, continuaron haciendo de las suyas en diversas formas, y todavía no han vuelto a casa.

      La guerra de la Independencia fue la gran academia del desorden. Nadie le quita su gloria, no señor: es posible que sin los guerrilleros la dinastía intrusa se hubiera afianzado en España, por lo menos hasta la Restauración. A ellos se debe la permanencia nacional, el respeto que todavía infunde a los extraños el nombre de España, y esta seguridad vanagloriosa, pero justa que durante medio siglo hemos tenido de que nadie se atreverá a meterse con nosotros. Pero la guerra de la Independencia, repito, fue la gran escuela del caudillaje, porque en ella se adiestraron hasta lo sumo los españoles en el arte para otros incomprensible de improvisar ejércitos y dominar por más o menos tiempo una comarca; cursaron la ciencia de la insurrección, y las maravillas de entonces las hemos llorado después con lágrimas de sangre. ¿Pero a qué tanta sensiblería, señores? Los guerrilleros constituyen nuestra esencia nacional. Ellos son nuestro cuerpo y nuestra alma, son el espíritu, el genio, la historia de España; ellos son todo, grandeza y miseria, un conjunto informe de cualidades contrarias, la dignidad dispuesta al heroísmo, la crueldad inclinada al pillaje.

      Al mismo tiempo que daban en tierra con el poder de Napoleón, y nos dejaron esta lepra del caudillaje que nos devora todavía. ¿Pero estáis definitivamente juzgados ya, oh insignes salteadores de la guerra? ¿Se ha formado ya vuestra cuenta, oh, Empecinado, Polier (9), Durán, Amor, Mir, Francisquete, Merino, Tabuenca, Chaleco, Chambergo, Longa, Palarea, Lacy, Rovira, Albuín, Clarós, Saornil, Sánchez, Villacampa, Cuevillas, Aróstegui, Manso, el Fraile, el Abuelo?

      No sé si he nombrado a todos los pequeños grandes hombres que entonces nos salvaron, y que en su breve paso por la historia dejaron la semilla de los Misas, Trapense, Bessieres, el Pastor, Merino, Ladrón, quienes a su vez criaron a sus pechos a los Rochapea, Cabrera, Gómez, Gorostidi, Echevarría, Eraso, Villarreal, padres de los Cucala, Ollo, Santés, Radica, Valdespina, Lozano, Tristany, y varones coetáneos que también engendrarán su pequeña prole para lo futuro.

      VI

      Perdóneseme la digresión y a toda prisa vuelvo a mi asunto. No sé si por completo describí la persona de D. Juan Martín, a quien nombraban el Empecinado por ser tal mote común a los hijos de Castrillo de Duero, lugar dotado de un arroyo de aguas negruzcas, que llamaban pecina. Si algo me queda por relatar, irá saliendo durante el curso de la historia que refiero; y como decía, señores, D. Juan Martín salió de su alojamiento a visitar los heridos, y al regresar, envionos a mi compañero y a mí orden de que nos presentásemos a él.

      Después de tenernos en pie en su presencia un cuarto de hora sin dignarse mirarnos, fija su atención en los despachos que redactaba un escribiente, nos preguntó:

      – A ver, señores oficiales, díganme con franqueza, qué les gusta más, ¿servir en los ejércitos regulares o en las partidas?

      – Mi general – le respondí – nosotros servimos siempre con gusto allí donde tenemos jefes que nos den ejemplo de valor.

      No nos contestó y fijando los ojos en el oficio que torpemente escribía el otro a su lado, dijo con muy mal talante:

      – Esos renglones están torcidos… ¡Qué dirá el general cuando tal vea!… Pon muy claro y en letras gordas eso de obedeciendo las órdenes de vuecencia… pues. Después de los latines… (porque estos principios son latines o boberías), pon: participo a vuecencia y pongo en conocimiento de vuecencia; pero son éstos muchos vuecencias juntos…

      El Empecinado se rascaba la frente buscando inspiración.

      – Bueno: ponlo de cualquier modo… Ahora sigue… que hallándonos en Ateca el general Durán y yo… Animal, Ateca se pone con H… eso es, que hallándonos en Ateca, risolvimos… está muy bien… risolvimos con dos erres grandes a la cabeza… así se entiende mejor… atacar a Calatayud… Calatayud también se pone con H… no, me equivoco. Maldita gramática.

      Luego, volviéndose a nosotros, nos dijo:

      – Aguarden ustedes un tantico que estoy dictando el parte de la gran acción que acabamos de ganar.

      Emprendiéndola de nuevo con el escribiente, prosiguió así:

      – ¡Si tú supieras de letras la mitad que aquel bendito escribano de Barrio-Pedro, que nos mataron el mes pasado! Estas letras gordas y claras, con un rasguito al fin que dé vueltas, y los palos derechitos… Cuidado con los puntos sobre las íes… que no se te olviden… ponlos bien redondos… Sigamos. Yo (coma) no llevaba conmigo (coma) más que la mitad (coma) de la gente (dos comas).

      – No son necesarias tantas comas – replicó con timidez el escribiente.

      – La claridad es lo primero – dijo el héroe – y no hay cosa que más me enfade que ver un escrito sin comas, donde uno no sabe cuándo ha de tomar resuello. Bien; puedes comearlo como quieras… Adelante… porque había dejado en tierra de Guadalajara la división de D. Antonio Sardina; pero Durán llevaba consigo toda su gente, y toda la de D. Antonio Tabuenca y D. Bartolomé Amor (punto, un punto grande). Reuníamos entre todos 5.000 hombres… ¿Hombres con h? Me parece que se pone sin h… No estoy seguro. En el infierno debe estar el que inventó la otografía, que no sirve más sino para que los estudiantes y los gramáticos se rían de los generales… Adelante: Pues como iba diciendo a vuecencia… no, no: quita el como iba diciendo… eso no es propio, y pon: el 26 de Setiembre entre dos luces, aparecimos Durán y yo sobre Calatayud y les sacudimos a los franceses tan fuerte paliza…

      – Eso de paliza – dijo el escribiente mordiendo las barbas de la pluma – no me parece tampoco muy propio.

      – Hombre, tienes razón – repuso el Empecinado rascándose la sien y plegando los párpados. – Pero es lo cierto que no sabe uno cómo decir las cosas, para que tengan brío… En los oficios se han de poner siempre palabritas almibaradas, tales como embestir, atacar, derrotar, y no se puede decir les sacudimos el polvo, ni les espachurramos, lo cual, al decirlo, parece que le llena a uno la boca y el corazón. Escribe lo que quieras… Bien: les embestimos, desalojándoles de la altura que llaman los Castillos, y pescando algunos prisioneros.

      Entusiasmado por el recuerdo de su triunfo volviose a nosotros, y con semblante vanaglorioso nos dijo:

      – Bien hecho estuvo aquello, señores. Si les hubiesen visto ustedes cómo corrían… Y eso que ya había mucha diferiencia en las fuerzas. Ellos eran más… Pon eso también – añadió dirigiéndose al escribiente, – pon lo de la diferiencia… así, está bien. Ahora sigue: La guarnición se encerró en el convento fortificado de la Merced, y los mandaba un tal musiú Muller… escribe con cuidado eso del musiú… se pone MOSIEURRE… muy bien… Ahora descansemos, y un cigarrito.

      D. Juan Martín nos dio a cada uno de los presentes un cigarro de papel, y fumamos. Aunque habló por breve rato de asuntos ajenos a la acción de Calatayud, el general no podía apartar de su mente la comunicación que estaba redactando, y dijo a su amanuense.

      – Vamos a ver. Adelante. Pues como iba

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