Las Páginas Perdidas. Ugo Nasi

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Las Páginas Perdidas - Ugo  Nasi

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      A la mañana siguiente se despertó muy temprano debido a los repiques de la campana de la iglesia que había en la Plaza del Convento.

      Ya en pié decidió hacer una excursión para visitar los restos arqueológicos de la antigua abadía que se decía había sido fundada por San Wilfredo.

      Cogió la mochila y unos pequeños prismáticos, puso en marcha el coche y se dirigió hacia la pequeña loma desde donde, a través de un estrecho callejón se llegaba hasta las ruinas. El ambiente era radiante; un cielo límpido, de un azul intenso, hacía que el paisaje semejase uno de aquellos representados en los cuadros renacentistas de Simone Martini y Flippino Lippi. Viola descendió del coche y se puso en marcha.

      Pero no estaba sola. A poca distancia, completamente cubierto por un grupo de pinos, estaba aparcado un Jeep Renegade último modelo, de color negro con los cristales tintados y matrícula alemana.

      La muchacha, ignorante de lo que sucedía a su alrededor, era ahora el blanco de un teleobjetivo zoom de 1000 milímetros de la cámara fotográfica del hombre que estaba al volante del Renegade.

      A mitad de la cuesta el teléfono móvil de Viola, el cual, por razones obvias en Monteverdi Marittimo no tenía suficiente cobertura, comenzó a sonar avisándola de una serie de llamadas perdidas y dos mensajes de texto.

      Las llamadas eran de la Procura de Roma que había intentando contactar con ella un montón de veces, y de un número totalmente desconocido, con un prefijo que no era de la zona sino de un distrito del centro de Italia.

      Quedó muy sorprendida cuando leyó los mensajes, el primero de los cuales era de su padre, que le escribía: “Hola, soy papá. He descubierto algo increíble, te llamaré en cuanto pueda”.

      Era extraño que el padre la llamase, y todavía más raro que le mandase un sms, dado que en el último período de su vida no debió usar con mucha frecuencia los teléfonos móviles.

      En el segundo sms la secretaria de la Procura de Roma le pedía que se pusiese en contacto con la oficina a la mayor brevedad posible.

      No perdió un minuto. Escuchó al instante lo que le tenía que decir la secretaria del Procurador jefe, y de esta manera supo que le habían asignado un caso sobre un desconocido muerto algunos días antes en el Policlínico Gemelli, en circunstancias no muy claras. Debía volver a Roma enseguida para recoger el expediente que le daría el médico legal y comenzar con las investigaciones.

      A Viola no le entusiamó realmente la noticia, pacientemente intentó comprender quién era la otra persona que la buscaba. Había recibido una llamada de un número que no conocía. Se sintió obligada a devolver la llamada.

      Después de escuchar por tres veces el sonido del teléfono le respondió la voz tranquila de un hombre, seguramente ya mayor.

      “He recibido ayer una llamada desde este número, no me he dado cuenta hasta ahora”

      “¿Es Viola Borroni? ¿La hija de Cosimo, nuestro hermano Tommaso?”

      “Sí, ¿con quién hablo?”

      “Querida hija, soy el hermano Ludovico, el prior del convento de Montesanto. Necesitaría saber si tu padre ha ido a buscarte. Si está contigo ahora”.

      “No sé nada de eso, Padre. No está conmigo”.

      “Hace dos días Tommaso desapareció del convento y pensamos que habría ido a Roma”.

      Viola, preocupada, le preguntó si Cosimo había dejado alguna nota a sus hermanos, si en su habitación estaban todavía sus cosas, si en los últimos tiempos había manifestado el deseo de alejarse temporalmente del convento.

      “Las circunstancias son realmente extrañas” aclaró el fraile. “Cosimo no habría hecho nada sin avisarme. Y no ha dejado ninguna nota”.

      Viola dijo al hombre que, en cuanto concluyese con un asunto que tenía que resolver en Roma, se desplazaría a Montesanto para hablar con él en persona.

      La muchacha dio la vuelta y descendió hacia el auto aparcado al inicio de la pendiente. Mientras tanto, desde la ventanilla del acompañante del jeep negro, una mano femenina retiraba del habitáculo una pequeña antena parabólica con micrófono direccional para la intercepción a distancia. El coche dio marcha atrás silenciosamente y abandonó el puesto, así que, cuando Viola llegó al llano quedaba sólo su 500 sport y una extensión de terreno verde sin nada más.

      V

      Roma, jueves 22 de octubre de 2015, después de comer

      Viola Borroni atravesó la puerta de cristal satinado del bufete B.O.P. & Partners en Piazza di Spagna número 2.

      El nombre del prestigioso bufete de Derecho Internacional no era otra cosa que el acrónimo de las iniciales de los tres abogados que compartían la sociedad: Borroni, Oleaux, Putignani, además de los susodichos “Partners”, es decir desventurados abogados y abogadas pagados para desarrollar todo tipo de actividades sin horario y sin descanso.

      Los sábados y domingos eran días laborables como los otros y sólo en casos excepcionales, Navidades y Año Nuevo, el bufete cerraba.

      Esta circunstancia –recordaba Viola– fue uno de los motivos de confrontación con su padre, dado que estaba convencida que también quien trabajaba en una profesión liberal, dado que eran trabajadores, tenían que disfrutar del derecho al descanso y a los días festivos.

      Ella había decidido no aceptar aquellas condiciones laborales y se marchó en cuanto ganó las oposiciones a Magistratura20.

      “Hola Laura, ¿dónde está él?”

      Él era el abogado Lorenzo Putignani, uno de los tres socios. El otro, el padre de Viola, desde hacía tres años en el convento, había abandonado ya la actividad profesional.

      Las ganancias derivadas de la actividad del estudio legal, y que habrían sido el estipendio, en forma de cuota fija, de Cosimo Borroni, formalmente todavía socio, fueron transferidas, mediante una acta notarial, a una fundación que tenía como fin el mantenimiento del convento.

      El tercer socio, Jean Baptiste Oleaux, residía en París. Sólo una o dos veces al mes, por las causas más importantes, se dejaba ver en el bufete romano, prefiriendo participar en las reuniones con el socio Lorenzo Putignani y los otros abogados que no eran socios, a través de video conferencias Roma-Reims.

      De todas formas, de los tres, Oleaux no era en verdad el más preparado profesionalmente pero sí el más dotado naturalmente para las relaciones públicas.

      Era el quien se ocupaba de mantener las relaciones con los clientes más importantes y, en lo posible, era quien se ocupaba de encontrar nuevos clientes. Era, por lo tanto, el responsable comercial, por así llamarlo, del bufete B.O.P. & Partners.

      Profesionalmente el padre, Cosimo, había sido el abogado más astuto y preparado en Derecho Internacional, y aquel a quien, antes de que todo se arruinase, uno podía recurrir cada vez que se necesitaba un consejo atinado sobre cualquier duda legal.

      Ahora que Cosimo había abandonado la profesión, este trabajo se lo habían adjudicado a Lorenzo Putignani, que lo desarrollaba con dificultad.

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