Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Memorias de Idhún. Saga - Laura Gallego страница 107

Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

Скачать книгу

      —De Kirtash –murmuró Jack–. Ha arriesgado su vida para proteger a Victoria, vino a advertirla de que el Nigromante había enviado a un asesino a buscarla... y ahora paga las consecuencias de su traición.

      —¡Qué! –exclamó Alexander.

      Jack había cruzado la habitación en dos zancadas para ir a abrazar a Victoria.

      —Él lo sabía, Jack –sollozó ella–. Sabía que acabarían descubriéndolo, y, sin embargo... se arriesgó por mí.

      —Sí –reconoció Jack, a su pesar–. No hay duda de que el muy canalla es valiente.

      —Mi abuela tenía razón, es inútil, no voy a poder llegar hasta él... –se calló de pronto y miró a Jack, con los ojos muy abiertos.

      —¿Tu abuela? –repitió Jack, desconcertado.

      —¡Es verdad! –exclamó Victoria, recordando su conversación con Allegra e intuyendo muchas cosas–. ¡Tenemos que volver a casa!

      —Dime quién eres –dijo el Nigromante, por tercera vez.

      Christian se dejó caer al suelo, exhausto. Respiraba con dificultad y temblaba como un niño bajo el poder del Nigromante. Sería tan fácil... ceder... y dejar de sufrir...

      Acarició por un momento la idea de dejarse llevar, y volver a ser una criatura poderosa, ajena a las emociones y a las dudas, libre de las debilidades humanas, un ser casi invencible.

      Pero pensó en Victoria. Y apretó los dientes.

      —¡Mi nombre es... Christian! –exclamó, y aquella palabra sonó como un grito de libertad y le hizo sentirse mucho mejor.

      Pero no duró mucho. Ashran cerró el puño con más fuerza. El dolor se hizo más intenso. Espantosamente intenso. Insoportable. Y Christian sabía que se alargaría mucho, mucho más.

      Pronto, los gritos del joven shek se oyeron por toda la torre de Drackwen.

      Encontraron a Allegra de pie junto a la ventana, contemplando la lluvia. Victoria se sintió inquieta por un momento. ¿Y si no había oído bien? ¿Y si todo habían sido imaginaciones suyas, y su abuela era exactamente lo que ella había creído siempre, es decir, una adinerada anciana italiana? Podría presentarle a Jack (y, de hecho, ella estaría encantada de conocerlo), pero sería más difícil explicar la presencia de Alexander. Nadie se sentía cómodo cerca de él.

      —Abuela... –titubeó Victoria.

      Allegra se volvió hacia ellos y les dirigió una larga mirada pensativa. No pareció sorprenderse al ver a los dos jóvenes que acompañaban a su nieta adoptiva.

      —Bienvenidos a mi casa –dijo, en perfecto idhunaico–. Os estaba esperando. Príncipe Alsan –añadió, mirando a Alexander–, te veo un poco cambiado. Tienes que contarme qué te ha sucedido desde la última vez que te vi.

      Alexander se quedó de una pieza. Por la expresión de su rostro, no parecía que él la hubiese reconocido. Pero Allegra no había terminado de hablar.

      —Y tú debes de ser Jack –dijo, volviéndose hacia él–. Victoria me ha hablado de ti.

      Jack enrojeció un poco, sin saber qué decir. Victoria también se había quedado sin habla. Llevaba un rato sospechando que su abuela sabía más de lo que aparentaba, pero... ¿de qué conocía a Alexander?

      —¿Qué...? –pudo decir, perpleja–. ¿Cómo sabes...? Pero en aquel momento el dolor de Christian volvió a sacudir sus entrañas, y gimió, angustiada. Jack la sostuvo para que no cayera al suelo. Allegra los miró con un profundo brillo de comprensión en los ojos. Vio cómo Jack ayudaba a Victoria a sentarse en el sillón, percibió la inquietante mirada de Alexander clavada en ella. Nada de esto pareció extrañarla ni intranquilizarla lo más mínimo.

      —Lo sé porque yo no soy terrestre, niña –dijo con gravedad–. Soy idhunita, y llegué a este mundo hace varios años, huyendo del imperio de Ashran y los sheks.

      —¡Qué! –exclamó Victoria–. ¿Eres... una hechicera idhunita exiliada? ¿Entonces sabías...?

      Allegra la miró y sonrió con cariño. Se sentó junto a ella en el sofá. Victoria la miró con cautela. Se sentía muy confusa, como si estuviera viviendo un extraño sueño. Había pasado tres años esforzándose por ocultarle a su abuela todo lo referente a su doble vida, la que tenía que ver con Idhún, Limbhad y la Resistencia. Resultaba demasiado extraño pensar que ella pertenecía también a ese mundo. Sintió que se mareaba.

      —Sabía quién eras desde el principio, Victoria –dijo Allegra–. Desde que empezaron a manifestarse tus poderes en el orfanato. Y por eso te adopté. Para cuidarte y protegerte hasta que pudiéramos regresar juntas a Idhún.

      Victoria sintió que le faltaba el aire.

      —No, no es verdad. No... tú no puedes ser idhunita. Es... demasiado extraño.

      Allegra sonrió.

      —Mírame –dijo.

      La chica obedeció. Y entonces, algo en su abuela se transformó, y Victoria vio su verdadero rostro, un rostro etéreo, hermoso, enmarcado por una melena plateada, y sobre todo viejo, muy viejo, aunque no hubiera arrugas en él. Pero eran los enormes ojos negros de Allegra, todo pupila, como los de Gerde, los que habían contemplado durante siglos el mundo de Idhún bajo la luz de los tres soles, los que hablaban de secretos y profundos misterios, los que parecían conocer la respuesta a todas las preguntas, porque habían visto mucho más que cualquier mortal.

      —Eres...

      —En Idhún, a los de mi raza se nos llama feéricos. Soy un hada, Victoria.

      Entonces, Alexander la reconoció:

      —¡Aile! –exclamó, sorprendido.

      Jack y Victoria los miraron a los dos, atónitos.

      —¿Ya os conocíais? –preguntó Jack.

      —Nos conocimos en la Torre de Kazlunn –explicó ella, recuperando de nuevo su aspecto humano–. Yo pertenecía al grupo de hechiceros que enviaron al dragón y al unicornio a la Tierra. Después, ellos decidieron mandar a Alsan y a Shail a buscarlos, pero nosotros, los feéricos, intuíamos que era una tarea demasiado ingente para dos personas nada más, de manera que decidimos por nuestra cuenta... que yo viajaría también a la Tierra, para echar una mano.

      —Entonces, ¿por qué no te pusiste en contacto con nosotros? –preguntó Alexander, frunciendo el ceño.

      —Porque Shail y tú llegasteis a la Tierra diez años después que yo, muchacho. Llegué a creer que os habíais perdido por el camino.

      —¿¡Diez años!? –exclamó Alexander–. ¡Eso es imposible! Eso querría decir que...

      —Hace quince años que los sheks gobiernan sobre Idhún, príncipe Alsan. Y no hace ni cinco años que vosotros llegasteis a la Tierra y formasteis la Resistencia. De hecho... llegasteis a la vez que Kirtash...

      —... que tenía solo dos

Скачать книгу