Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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no sé qué decir –murmuró Jack, algo aturdido.

      Victoria se separó de él y le cogió la mano, suavemente. Examinó la palma y vio la marca de la herida que le había producido Shiskatchegg. La rozó con los dedos y dejó que su energía curativa fluyera hasta él. Los dos contemplaron cómo la marca se difuminaba hasta desaparecer por completo.

      —Pase lo que pase –dijo Victoria–, no dejaré que él te haga daño. ¿Me oyes? Y, si se atreve a... –sintió un escalofrío al pensarlo, pero no llegó a pronunciar la palabra–. Si lo hace, Jack, te juro que lo mataré.

      Él la miró un momento.

      —¿Y qué me harás a mí si soy yo quien acaba con su vida?

      Victoria vaciló y apartó la mirada, temblando. Por primera vez, Jack intuyó los turbulentos sentimientos que habitaban en el corazón de su amiga, y comprendió su dolor. La abrazó de nuevo.

      —Puede ser que todo sea una trampa, Victoria –le dijo, a media voz–. ¿Lo has pensado? ¿Cómo sabes que Kirtash no nos espía a través de ese anillo que te ha dado? ¿Cómo sabes que no es una treta para llegar hasta Limbhad?

      —Porque tuvo ocasión de matarnos a los dos, Jack, a ti y a mí. Y no lo hizo.

      —Eso es cierto –reconoció Jack, tras un momento de silencio–. Y, además, te salvó la vida –añadió.

      —¿Me salvó la vida? –repitió Victoria, sin comprender.

      Jack asintió.

      —Te salvó de mí. Me di cuenta, Victoria. La noche en que os vi a los dos juntos y me volví... loco. Y quemé la arboleda que hay detrás de tu casa –la miró, muy serio–. El fuego que generé estuvo a punto de alcanzarte, y podrías haber ardido como aquellos árboles. Él te apartó de las llamas, te protegió... con su propio cuerpo. No he querido pensar en ello hasta ahora y nunca pensé que diría esto, pero... es algo que tengo que agradecerle.

      Victoria se apretó más contra él. Jack la abrazó con fuerza.

      —¿Por qué tenéis que enfrentaros, Jack? ¿No hay otra manera?

      Jack sacudió la cabeza.

      —Es extraño lo que me pasa con Kirtash. Lo he odiado desde la primera vez que lo vi, porque lo asociaba a la muerte de mis padres. Y, sin embargo, fue Elrion quien los mató, a ellos y a Shail, y convirtió a Alexander en lo que es ahora... un... híbrido incompleto, si tenemos en cuenta lo que te ha contado Kirtash. Elrion hizo todo eso, y fue el propio Kirtash quien acabó con él y, de alguna manera, nos vengó a todos. Sin embargo... nunca he odiado a ese condenado mago tanto como detesto a Kirtash. Es casi irracional, es como si lo odiara por...

      —... ¿instinto? –lo ayudó Victoria. Jack asintió.

      —Puede que tenga que ver con el hecho de que siempre he sentido aversión por las serpientes. Quizá intuía que Kirtash era una especie de serpiente gigante. No creo que eso ayudara.

      —Supongo que no.

      —Y, sin embargo –añadió Jack–, estaría dispuesto a... olvidarlo todo –pudo decir, no sin esfuerzo–, a renunciar a matar a Kirtash... si tú me lo pides. Porque sé que, aunque a mí me cueste entenderlo, él te importa mucho, y lo pasarías muy mal si yo... le hiciera daño.

      Victoria tragó saliva.

      —El único problema –prosiguió Jack– es que él parece empeñado en matarme a mí. Tendré que defenderme. Eso no me lo puedes negar.

      —Claro que no –murmuró Victoria, desolada–. Ojalá las cosas fueran diferentes.

      Hubo un breve silencio.

      —¿Por qué dice Kirtash que estarás a salvo si yo muero?

      —No lo sé. No me lo ha querido explicar.

      —Si fuera verdad... –calló y desvió la mirada.

      —¿Qué?

      —Si fuera verdad –prosiguió Jack, en voz baja–, si fuera cierto que puedo salvarte de esa manera... lo haría, Victoria. En serio.

      —No... no digas tonterías –tartamudeó ella, con un nudo en la garganta–. ¿Crees que te dejaría hacer algo así? ¿Sacrificarte por mí?

      —¿Acaso no es lo que hiciste tú cuando te plantaste delante de esa serpiente y le dijiste algo así como «si quieres matar a Jack, tendrás que matarnos a los dos»? Me siento fatal por haberte puesto en peligro de esa manera.

      —No, Jack; en el fondo, yo sabía que él no me haría daño. Y además...

      «No quiero vivir en un mundo en el que no exista Jack», le había dicho a Christian. Y lo había dicho de verdad, y seguía sintiendo lo mismo. Pero no se atrevió a decírselo a él.

      —Tiene que haber otra forma de solucionar esto –concluyó.

      —¿Crees que Kirtash se uniría a nosotros? –preguntó Jack, con esfuerzo; Victoria sonrió, agradecida, sabiendo lo que le costaba aceptar o considerar siquiera aquella posibilidad–. ¿Por ti?

      —No sé si me quiere hasta ese punto, Jack. Son muchas las cosas que lo atan a Ashran. Es su padre. Y los sheks... son su gente. Pero ojalá... ojalá decida abandonarlos. Tengo miedo de pensar en lo que puede pasarle si descubren que me está protegiendo.

      —Sí –asintió Jack–. Ese Ashran no parece un tipo con el que se pueda bromear.

      Victoria desvió la mirada.

      —Sigo sin entender... qué me veis –dijo entonces, en voz baja–. Shail... murió por protegerme, Christian traiciona a los suyos por mí, y tú... me dices todas estas cosas... Pero yo no soy nadie. No soy nada, solo soy una niña de catorce años que ni siquiera es capaz de hacer magia como es debido. No entiendo...

      Calló, porque Jack la había hecho alzar la barbilla y la miraba a los ojos.

      —Yo sí lo entiendo –dijo con suavidad–. Hasta entiendo que Kirtash traicione a los sheks, incluso a su padre... por unos ojos como los tuyos.

      Victoria enrojeció, incómoda y halagada.

      —¿Sabes lo que veo en tus ojos, Victoria? –prosiguió Jack–. Veo... algo muy hermoso. Como una estrella iluminando la noche. Hay algo en ti que brilla con luz propia, algo que te hace diferente a todas las demás. Y lo veo tan claro que no me explico cómo hay gente que no se da cuenta.

      Victoria se quedó sin aliento.

      —Jack, eso es... muy bonito.

      Jack pareció volver a la realidad y enrojeció, avergonzado.

      —Bueno... puede parecer un poco tonto, pero es lo que pienso.

      Le cogió la mano y la levantó para ver más de cerca el Ojo de la Serpiente, pero cuidándose mucho de no tocarlo.

      —Es... feo –comentó.

      —Yo

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